«Más allá de la labor espiritual, la labor de los misioneros tiene un valor enorme para la imagen de España» - Alfa y Omega

«Más allá de la labor espiritual, la labor de los misioneros tiene un valor enorme para la imagen de España»

No existe ningún país en el mundo con la pujanza misionera de España (11.000 misioneros). El Ministerio de Asuntos Exteriores quiere generar sinergias con Obras Misionales Pontificias para promover objetivos comunes como la paz y la seguridad. El banco de pruebas será África

Ricardo Benjumea
Raimundo Robredo, director general para África de la Secretaría de Estado de Asuntos Exteriores, José María Calderón, director de OMP, y Teresa Amayuelas, misionera en la República Democrática del Congo, durante la rueda de prensa del Domund 2019. Foto: OMP

Solo en África hay unos mil misioneros españoles destacados. Este es el planteamiento que llevó al director general para África, Raimundo Robredo, a llamar a la puerta de las Obras Misionales Pontificias (OMP).

En sus diversos destinos en el continente, Robredo ha conocido de primera mano «la increíble labor que los religiosos realizan» en escuelas y hospitales, y da fe de su alto conocimiento de la situación en cada país. «Ningún otro actor tiene su nivel de integración en las comunidades africanas: ni los diplomáticos, ni los militares en misiones de paz, ni los empresarios, ni las ONG… Simplemente, no hay otras personas como ellas, que hablen tres o cuatro idiomas locales y vivan permanentemente en el terreno», asegura el responsable de Exteriores en entrevista con Alfa y Omega. Solo los grandes equipos de fútbol, como el Barça y el Real Madrid –constata–, pueden rivalizar con su buena imagen entre la población.

Pero el principal motivo que llevó a Robredo a contactar con el director nacional de OMP, José María Calderón, fue su preocupación por la seguridad, tras los asesinatos entre febrero y mayo de dos salesianos en Burkina Faso y de una religiosa burgalesa en República Centroafricana. El reto es complejo. «A los misioneros –explica– normalmente no te los encuentras en las capitales, sino en zonas remotas donde no es fácil que les llegue la asistencia consular a la que tienen derecho como cualquier ciudadano español. Y cuando la ayuda que les ofreces es la evacuación, es habitual que la rechacen».

Charlas de formación a diplomáticos

«Vi una gran receptividad por su parte», asegura, por su parte, José María Calderón, refiriéndose a aquel primer encuentro. «Del tema de la seguridad, pasamos a otras cuestiones, como los problemas con algunos gobiernos para conseguir o renovar los visados. Precisamente en estas últimas semanas se nos ha presentado algún caso, hemos escrito al ministerio y nos lo están agilizando». «Y planteamos también del Estatuto del Cooperante, que está totalmente parado, para que podamos colaborar en su redacción».

A la vuelta del verano, el 13 de septiembre, se organizó una nueva reunión exploratoria, a la que se sumaron el arzobispo de Pamplona y responsable de Misiones en la Conferencia Episcopal, Francisco Pérez; y por parte del ministerio, el secretario de Estado de Asuntos Exteriores, Fernando Martín Valenzuela, y la directora de Cooperación con África y Asia, Cristina Díaz. Tras consultar a diversas congregaciones religiosas y a otros responsables eclesiales, Calderón llevó la propuesta de informar desde OMP sobre la realidad de la misión a los futuros diplomáticos, desde la premisa de que, por lo general, «sobre todo en sus primeros destinos, lo que se van a encontrar no son grandes empresarios, sino seguramente a algún misionero».

«Es una idea excelente», cree Raimundo Robredo. «A la Escuela Diplomática vienen representantes de Defensa o de la CEOE a explicar qué hacen, y va a ser muy interesante incorporarles también a ellos».

El problema que se plantea es cómo establecer este tipo de colaboración a la inversa, de modo que también los misioneros conozcan qué tipo de recursos pueden ofrecerles las embajadas y consulados españoles. A diferencia de la carrera diplomática, no existe un único centro de formación para la misión, pero Calderón ha comenzado a sondear diversas posibilidades para organizar charlas de este tipo con representantes de Exteriores.

Explosión demográfica en África

Desde la perspectiva del ministerio, los misioneros pueden ser una fuente privilegiada de información, reconoce el director general para África. «Se habla mucho de la diplomacia preventiva, que parte de la premisa de la alerta temprana. Cuando la embajada o la prensa se enteran de un conflicto o del brote de una enfermedad en un país tal vez sea ya demasiado tarde. Sin embargo, los misioneros sí podrían darnos esa voz de alarma: “Aquí está pasando algo raro”, «Esto tiene mala pinta”…, de modo que el Estado pudiera poner en práctica esa diplomacia preventiva».

«Naturalmente –matiza Raimundo Robredo–, no pretendemos coordinarles ni mucho menos mandarles, pero tenemos el mandato legal de reconocerles como actores de la acción exterior de España y de cooperar al máximo con ellos. Más allá de su labor en el terreno espiritual, que a mí no me corresponde valorar, su trabajo tiene un valor enorme para la imagen de España».

De ahí la propuesta de Robredo de establecer un marco de cooperación del que, asegura, no conoce referentes en otros países, más allá del caso aislado de la Comunidad de Sant’Egidio en Italia, con su mediación en diversos conflictos. «Pero es que –argumenta– tampoco hay países con el número de misioneros que tenemos nosotros». A pesar del sostenido descenso en las últimas décadas, España sigue liderando el ranking mundial con unos 11.000 misioneros en el mundo, y es segunda en donativos para la misión, solo detrás de Estados Unidos.

La Ley de Acción y Servicio Exterior del Estado, de 2014, reconoce que, más allá de la política exterior, competencia exclusiva del Gobierno central, «existe una multiplicidad de actores en la acción exterior y considera que es muy positiva la aportación desde la sociedad civil», prosigue Robredo. «Esos principios los hemos tratado de traducir [en marzo de este año] en el III Plan África, donde se explicita que España tiene unos intereses muy claros y definidos en este continente: el fomento de la paz y la seguridad; el fomento de un crecimiento económico inclusivo (la Agenda 2030); el fortalecimiento de la democracia y los derechos humanos, y el fomento de una movilidad ordenada, refiriéndonos no solo a las migraciones hacia Europa, sino sobre todo a las migraciones intraafricanas, un fenómeno de intensidad cinco veces mayor». Pues bien, «salvo quizá en este último punto, donde la aportación de los misioneros quizá sea menor, en los otros tres objetivos su labor es fundamental de cara a los objetivos centrales de nuestra política exterior en África».

Una política –está convencido Robredo– llamada a adquirir mucha mayor notoriedad en los próximos años. «África se enfrenta a una gran explosión demográfica, va a doblar su población en poco más de 30 años. Y nosotros, que estamos a las puertas, somos los primeros interesados en una África pacífica, pujante, económicamente desarrollada…», explica. «Este es un deseo y un marco que perfectamente podemos compartir con OMP, así que no hay razón para no sumar esfuerzos».

Pegados al terreno

Para José María Calderón, director nacional de Obras Misionales Pontificias, las diferencias están muy claras. El misionero –dice– no es un cooperante, pero «no puedes predicar el Evangelio a una persona que se está muriendo de hambre, habrá que darle primero de comer». Sin embargo, el misionero no suele contar con grandes medios para la ayuda humanitaria ni la cooperación. «Es alguien que está ahí, viviendo en las mismas condiciones que el resto, y que ayuda en la medida que puede, porque ve en la otra persona a Jesucristo».

Claro que, simultáneamente, han surgido ONG en torno a las congregaciones religiosas para apoyar la labor de la misión. Y los proyectos de cooperación que quieran tener incidencia real sobre el terreno saben que el misionero es su mejor aliado. De hecho, «la relación sobre el terreno de los misioneros y los cooperantes suele ser excelente», afirma Calderón. «Pero también te encuentras con grandes proyectos, financiados desde la ONU, que llegan para hacer exactamente lo que tenían previsto hacer y después marcharse, sin tener en cuenta la situación del país, su cultura… Lo vimos en el caso del ébola. Naturalmente, si se acabó con la pandemia fue gracias a esos programas con inversiones millonarias, pero si hubieran escuchado a las personas que estaban trabajando sobre el terreno, la ayuda habría sido mucho más eficaz».

Una de las razones de la buena imagen de la cooperación española ha sido su descentralización, y en ello han desempeñado un papel esencial los misioneros, como actores pegados al terreno. «Una ONG puede ser tener grandes conocimientos técnicos, pero eso no siempre basta», explica Calderón. Yo, por ejemplo, cuando llevo a médicos, les advierto: “Venís a ejercer de enfermeros, lo siento; venís a curar, no a diagnosticar, eso les corresponde a los médicos locales, porque vosotros no sabéis con qué medios van a contar después para los tratamientos, no podéis recetarles un medicamento que no van a tener después disponible”. Son ese tipo de cosas –apunta– en las que la presencia de los misioneros marca una diferencia importante».