La leyenda del boxeo que rescata a jóvenes conflictivos - Alfa y Omega

La leyenda del boxeo que rescata a jóvenes conflictivos

Ricardo Sánchez Atocha ha logrado títulos mundiales entrenando a grandes campeones del boxeo como Javier Castillejo, Sergio Maravilla Martínez o Gabriel Campillo. Pero si de algo puede estar orgulloso este apasionado de este deporte milenario es de haber ofrecido a muchos jóvenes con problemas esperanza y un futuro

Fran Otero
Ricardo Sánchez Atocha posa en el ring del gimnasio donde entrena. Foto: Fandiño

Ricardo toma un café solo con hielo en una terraza de la Vía Lusitana, a pocos pasos de la plaza Elíptica, uno de los puntos neurálgicos del sur de Madrid. Son las 14:00 horas, hace calor y la ciudad bulle entre los obreros que paran para almorzar, los niños que salen del colegio y los coches, muchos coches. Ricardo Sánchez Atocha los ve pasar mientras se enciende un cigarro y sus ocupantes ignoran que sentado en esa terraza hay un hombre con tres títulos mundiales de boxeo a las espaldas como entrenador de Javier Castillejo, Sergio Maravilla Martínez y Gabriel Campillo. Esos tres éxitos son solo la punta de un iceberg de una carrera como preparador que inició a los 20 años cuando tuvo que dejar la práctica del deporte por una lesión. En su camiseta, un mensaje: «Boxeo para todos».

Lo que ignoran todos los palmarés de Sánchez Atocha es que a lo largo de su trayectoria ha rescatado gracias al boxeo aun sinfín de jóvenes que de otra manera se hubiesen perdido. Él lo reconoce con la boca pequeña, como si no quisiese hablar de ello: «He ayudado a muchos. A entrenar, a enfocar sus vidas. Hay muchos chicos que andaban perdidos y les hemos ayudado con disciplina».

En su relato, parco en palabras, evita citar nombres concretos, pero sí reconoce que ha tenido chicos alcohólicos que luego han llegado a ser grandes campeones. Todo gracias a la disciplina férrea que marca Sánchez Atocha: «Una vez progresan se van sintiendo bien, empiezan a ser sanos, a seguir buenos hábitos y a hacerse mejores personas».

Mientras Sánchez Atocha apura el café, llega Iván Ruiz Morote, también entrenador de boxeo, acompañado de Alberto Motos y Raúl García, dos jóvenes aspirantes a boxeadores. A los tres el boxeo les ha dado la vida y no tienen pudor en reconocerlo abiertamente. «Yo era muy violento; he llegado a estar en la cárcel. El boxeo me cambió, porque estaba abocado a morir o a volver a la cárcel», reconoce Ruiz Morote, que ahora intenta ser, como Sánchez Atocha, faro para sus pupilos. A Alberto Motos, que tiene ahora 21 años, le ayudó a superar los problemas que tenía en casa y a controlar su temperamento con su madre, con la que vive. Para él, no es solo un preparador: «Cuando tengo un problema, sé que puedo acudir a él. Además, me echa una mano a nivel laboral».

La entrevista entonces se convierte en un diálogo a cuatro bandas sobre cómo el boxeo ayuda a superar problemas muy serios –en el caso de Raúl, de 24 años, el bullying– y sale a relucir el dato de que la mayor parte de jóvenes que se quieren dedicar al boxeo «vienen de sitios poco recomendables». En el caso de personas violentas es la terapia perfecta para canalizarla, reducir el estrés y evitar peleas fuera del ring. «Además –completa Sánchez Atocha–, sabes que eres superior a los demás y no te gusta pegar. Lo evitas porque puedes hacer mucho daño. Así que los golpes se quedan dentro. Puedo decir que casi todos los que llegan al boxeo en una situación complicada rehacen su vida, aunque solo alcancen el boxeo amateur».

Iván da fe de ello: «Yo solo llevo cuatro años como entrenador independiente y ya he visto muchos casos. No me puedo imaginar la cantidad de gente que habrá tratado Ricardo. Esto te consume mucho tiempo de tu vida, no solo el laboral. Porque como te impliques y tengas afinidad con los alumnos estás pendiente, lo pasas mal cuando no vienen a entrenar…».

Ricardo toma la palabra para contar, ahora sí, un caso concreto, un KO que le dio la vida cuando trabajaba en Vallecas en la época en la que entrenaba a Poli Díaz. Llegó al gimnasio un niño de 11 años con una vida desastrosa, con padres golpeados por la droga. Acordó con su madre llevárselo a su casa para ofrecerle una oportunidad de futuro. «Se levantaba temprano y nos íbamos a correr con Poli; luego, ya en casa, hacía su cama, fregaba lo cacharros… Tenía una vida ordenada. A los seis meses, su padre insistió en llevárselo y, dos meses después, apareció muerto de sobredosis debajo de un puente. Murió de sobredosis con 11 años». La voz de Sánchez Atocha tiembla un poco mientras lo cuenta; aquel niño no fue el único que acogió en su casa.

Raúl García, Iván Ruiz Morote, Alberto Motos y Ricardo Sánchez Atocha antes de comenzar un entrenamiento Foto: Fandiño

La educación, el respeto, la humildad y el esfuerzo son pilares fundamentales para este laureado entrenador, porque «si adquieren estos valores, pronto ven que les da resultado y eso hace que sepan controlarse y se cuiden más».

«El boxeo –replica Iván Ruiz Morote– es muy duro, pero también muy agradecido. Porque te ayuda a superarte, a levantarte una y otra vez, a ganar confianza. Cuando eres capaz de poner en práctica lo aprendido en un combate y lo haces bien es muy gratificante. Lo consigues y te sientes realizado». Toma de nuevo la palabra Sánchez Atocha: «Y eso les motiva. Y cambian. Ya no son los mismos una vez empiezan a boxear: tienen otra educación y otra fortaleza mental».

Son las 15:00 horas y el bullicio continúa en el asfalto. Los dos entrenadores y sus dos pupilos terminan el café y entran en el Fitness Palace, donde Sánchez Atocha aloja su club de boxeo, para empezar un nuevo entrenamiento. Hasta las cinco estará con boxeadores amateurs o profesionales, o que al menos buscan serlo. Luego hay clases de boxeo sin contacto, muy de moda ahora, la actividad que le da de comer. Suena música motivadora mientras Raúl y Alberto se ajustan las cintas a las muñecas; Ricardo cuelga los carteles que anuncian una velada. Al fondo, el cuadrilátero espera a los púgiles. Pensando en las historias que acababa de conocer, en sus caminos, recordé a un maduro Rocky Balboa decir: «Ni tú, ni yo, ni nadie golpea más fuerte que la vida, pero no importa lo fuerte que golpeas, sino lo fuerte que pueden golpearte y lo aguantas mientras avanzas».

«Más que ver con el ajedrez que con la fuerza bruta»

En Hortaleza, otro barrio de Madrid, el boxeo no solo es un deporte, sino una actividad social. Allí, la asociación de vecinos La Unión de Hortaleza tiene, entre otros muchos, un proyecto, Hortaleza Boxing Crey, sobre la base de este deporte. Coordinados por Julio Rubio, educador social, ofertan clases de dos niveles. Hay personas desde 12 años; unas son del barrio y otras no; algunos tienen problemas, otros no; hay gente con más recursos y otras que tienen menos… «El boxeo es una excusa. Es una forma de entrar en contacto con los chavales del barrio, de conocer sus problemas y necesidades y de ayudarles si es posible», explica Rubio en conversación telefónica. Gracias al boxeo descubre el sufrimiento de un joven y de su familia porque tiene a su hermano en prisión. O le llega un caso de acoso. «Nos adaptamos al problema que haya, dándole toda la preferencia y sabiendo que lo que necesita el chaval no es boxeo, sino otra cosa».

Con todo, reconoce que el boxeo aporta grandes valores a estos jóvenes, fundamentalmente, a la hora de controlarse. «Se dan cuenta de que si no están serenos, si están furiosos, no boxean bien. Porque, al fin y al cabo, este deporte tiene más que ver con el ajedrez que con la fuerza bruta. Es una paradoja, pero cuanto más boxeo sabes, más relajado estás. Y, además, se aprende la humildad, porque sabes que tu rival te puede pegar y no te lo puedes tomar como algo personal», añade.

Sí reconoce que todavía pesa mucho el estigma social que existe sobre el boxeo aunque en los últimos años se haya puesto de moda. Y defiende que el boxeo amateur –el profesional «es más bestia»– está al nivel de otras disciplinas de combate como el Taekwondo o el Karate que nadie pone en duda. Lo cual no es óbice para que no insista a sus alumnos –lo hace y se coordina con los padres– para que no se peleen ni utilicen lo aprendido fuera de las clases.

A pesar de esta gran tarea que están realizando, no está asegurado que puedan continuar, pues la Agencia de la Vivienda Social de Madrid les quiere trasladar del local donde están a uno nuevo por el que tendrían que pagar 460 euros al mes, algo inasumible ahora mismo para ellos.