«Hay obispos que manejan dinero con una ligereza impresionante» - Alfa y Omega

«Hay obispos que manejan dinero con una ligereza impresionante»

El arzobispo Claudio Maria Celli y Anna Maria Tarantola, los máximos responsables de la fundación vaticana dedicada a la divulgación de la doctrina social, hablan de la necesidad de un nuevo modelo económico. También dentro de las propias instituciones católicas. Por querer ser «demasiado listos» –dice Celli, antiguo responsable de la administración del patrimonio de la Santa Sede–, se originan escándalos nefastos para «la imagen de la Iglesia»

Ricardo Benjumea
Monseñor Claudio Maria Celli y Anna Maria Tarantola, en un momento de la entrevista. Foto: María Pazos Carretero

La lombarda Anna Maria Tarantola ha tomado el relevo del español Domingo Sugranyes al frente de la Centesimus Annus – Pro Pontifice. Su objetivo, afirma, es ampliar la internacionalización de la fundación vaticana encargada del estudio y difusión de la doctrina social de la Iglesia (DSI), hoy establecida en 13 países. Hay planes para la expansión en Europa del Este, América Latina y África, además de nuevos programas de formación online y diversos proyectos con el objetivo siempre de lograr una «mayor incidencia práctica», de modo que la DSI no sea solo materia de elucubraciones académicas, sino que descienda cada vez más a lo concreto, según las orientaciones que marca la encíclica Laudato si, «nuestra principal referencia». Tarantola, antigua vice directora general del Banco Central Italiano (2009-2012), acaparó la atención de la prensa mundial cuando, siendo presidenta de la RAI (2012-2015), la televisión pública italiana, suprimió la final de Miss Italia por considerarla «sexista». El 18 de octubre visitó la redacción de Alfa y Omega, acompañada del arzobispo Claudio Maria Celli, asistente eclesial de la fundación. El presidente emérito del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales ha desempeñado en los últimos pontificados importantes responsabilidades en la Secretaría de Estado y ha llevado a cabo delicadas misiones diplomáticas en Venezuela, China o Vietnam.

El anterior presidente de Centesimus Annus, Domingo Sugranyes, puso en marcha el llamado Proceso de Dublín, una respuesta desde la DSI a la crisis financiera. Ahora se anuncia en Europa de una nueva recesión, con la dificultad añadida de que las familias han agotado su capacidad de resistencia y de que el Banco Central Europeo (BCE) –usted ha sido vice directora general del Banco Central de Italia– ha utilizado ya al máximo los estímulos monetarios. ¿Qué respuesta pueda dar la DSI a esta nueva situación?
Anna Maria Tarantola: En el último decenio los esfuerzos se han centrado sobre todo en la regulación, y podemos decir que el resultado ha sido un claro fracaso. Por eso hemos salido de la recesión con tanta fragilidad, y ahora tenemos tanto a las consecuencias de una nueva recesión. Como usted dice, yo procedo del mundo de la reglamentación; era de las que hacían las reglas. Por mi experiencia con los bancos y entidades financieras, puedo decir que hemos avanzado en lo que respecta a los riesgos financieros de liquidez… hasta cierto punto. Otra cosa son los riesgos operativos. Todo lo que se refiere a lucha contra el lavado de dinero se sigue percibiendo como una carga burocrática excesiva que se nos impone desde fuera, y esto es un problema, porque no somos conscientes de los peligros de estar colaborando con la criminalidad organizada. Allí donde hoy va el BCE encuentra enormes agujeros por la no observancia de esas reglas.

Foto: María Pazos Carretero

Otro problema, muy relacionado, es la transparencia: una compañía debe aportar la información necesaria para que su cliente sepa, por ejemplo, que sus zapatos no han sido confeccionados por niños. Hoy todo el mundo presume de transparencia, es una palabra de la que se abusa, pero la realidad es muy distinta. La información que ofrecen los bancos a sus clientes a veces es necesario leerla con lupa, por la letra tan pequeña que utilizan en sus folletos. Y los datos que proporcionan son muy confusos; no dicen simplemente: «Le hemos aplicado este tipo de interés desde tal fecha por este motivo». Entonces la información sería demasiado clara, uno podría comparar y tal vez se decidiría a cambiar de banco.

¿Y la Iglesia? También en contextos eclesiales se habla hoy mucho de compliance, de transparencia, de accountability… ¿Qué deben mejorar las instituciones de la Iglesia para actuar conforme a criterios éticos e intentar erradicar los escándalos financieros que siguen produciéndose?
Claudio Maria Celli: Hay que reconocer que no siempre damos buen ejemplo. Están pasando cosas dolorosas… Recuerdo algunas diócesis que hicieron grandes inversiones en Argentina y perdieron la mitad de su capital. Les estaban ofreciendo grandes rentabilidades, del 15 o el 16 %, y se dejaron tentar. Siendo yo secretario del APSA [la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica, el organismo encargado de gestionar el patrimonio económico de la Santa Sede, NdR], un día vinieron a verme dos señores trajeados, muy bien vestidos. Me dijeron: «Si usted invierte con nosotros al menos cinco millones de dólares, le aseguramos un interés del 60 %. Y si las cosas van bien a final del año, podríamos llegar hasta el 70 %». ¡Un 60 %! ¿Se imagina? Yo les sonreí y les dije: «Pues hasta luego». Porque si una inversión ofrece esos intereses, es porque comporta unos riesgos enormes. O porque se trata de inversiones en drogas o cosas así. De otro modo es imposible. El problema es que, si a mí solo me importa cuánto voy a ganar, sin tener en cuenta reflexiones ulteriores de tipo ético, las consecuencias después pueden ser terribles.

¿Ese es el problema, fiarse de quien uno no debe? Pensemos por ejemplo en una congregación religiosa que ni sabe quizá cuántos inmuebles tiene, procedentes de herencias. Llega un administrador sin escrúpulos a ofrecer sus servicios…
C. M. C.: Estas cosas las hemos pasado y están pasando, sí.

¿Por desconocimiento?
C. M. C.: Por desconocimiento, por superficialidad administrativa… Y porque algunos quieren ser demasiado listos. Conozco casos de religiosas que se han saltado las exigencias del derecho canónico, que marca unas limitaciones. Una congregación no puede hacer lo que quiera. Si la inversión supera una determinada cantidad, que está fijada en cada país, necesita la aprobación del obispo, de la conferencia episcopal o incluso, según los supuestos, de la Santa Sede. Pero muchas veces esto se ignora. Y después la congregación va a perder edificios, grandes inversiones… Esto es algo que en Italia ha pasado. Supongo que en España también. El problema, suelo decir, es que hacemos inversiones con bienes que no nos pertenecen. Es un dinero que nosotros no hemos ganado. Y esto es terrible. Hay obispos que manejan dinero con una ligereza impresionante. Y después, con dos malas operaciones, lo pierden.

Yo no sé exactamente lo que está pasando ahora en la Santa Sede [con respecto a la suspensión de cinco funcionarios de la Secretaría de Estado y de la Agencia de Información Financiera (AIF) por posible desvío de fondos destinados al Óbolo de San Pedro, NdR]. Esto nos toca muy de cerca a la Centesimus Annus, porque la fundación ofrece cada año una suma de dinero al Papa para sus obras de caridad. Y a mí esto me duele. Porque la prensa hace además estos subrayados muy feos: «Era dinero que el Papa había recibido para obras de caridad y mira cómo lo están empleando». Es terrible, y no solo por el dinero que se pueda perder en este tipo de operaciones. ¿Usted se imagina qué imagen estamos dando de la Iglesia? Lo mismo que cuando una congregación o una diócesis vende sus edificios a quién sabe quién.

A. M. T.: Cada vez que uno toma una decisión de tipo económico es importante preguntarse, más allá de lo que se pretenda solucionar de forma inmediata, cuál va a ser el impacto sobre los demás, sobre el entorno… La Whirlpool en Italia ha decidido cerrar después de haber recibido grandes sumas de financiación estatal. Las personas despedidas son unas 450. Esto son 450 familias, unas 1.500 personas. Los empresarios se llevan todo lo que pueden, y buenas noches. Sin importarles que durante años han obtenido grandes beneficios gracias a sus trabajadores, gracias al entorno… Creo que ese es el cambio necesario: las reglas no bastan, hay que cambiar los modelos, los comportamientos, como dice muy bien el Papa en la Laudato si. Los cambios deben venir desde dentro, tenemos que creérnoslos. Por eso nuestra apuesta en la fundación es hoy por la educación. Necesitamos volver al humanismo y a la multidisciplinariedad, que había sido abandonada a favor de la especialización extrema. Y es muy importante dar ejemplo, no basta con predicar la DSI, sino que debemos comportarnos de modo acorde.

Foto: María Pazos Carretero

¿Cómo puede hacer frente la doctrina social a la atomización de la sociedad, a la pérdida de sentido de pertenencia a una comunidad?
A. M. T.: Hay que reconstruir los cuerpos intermedios, que son el cauce de colaboración entre lo publico y lo privado. Desde la Centesimus Annus, entendemos que es importante promover el asociacionismo y el cooperativismo, intensificar las relaciones con las Cáritas y con las diócesis, con las realidades a pie de calle, a las que nosotros podemos aportarles nuestra reflexión. Este debe ser un modo de trabajar en la Iglesia. Yo pertenezco al Grupo para el Bien Común de la archidiócesis de Milán, y el arzobispo siempre nos insiste en que debemos trabajar juntos y desde la parroquia, que es el punto de coagulación en el territorio. Solo de esa manera podremos llegar a influir a la sociedad milanesa y contrarrestar la cultura individualista.

C. M. C.: En un momento en que la sociedad es cada vez más líquida y está cada vez más atomizada, no podemos permitirnos las enormes divisiones que existen entre nosotros, los católicos. Tenemos demasiados movimientos y grupos enquistados, centrados solo en sí mismos, sin sentido de pertenencia a la comunidad eclesial. Y demasiadas veces vemos la tendencia a tomar el Evangelio como si fuera un menú a la carta: escoges lo que te gusta y punto, sin dejar que el Evangelio entero cuestione tu vida.

¿Qué grado de responsabilidad tienen los medios en esa cultura individualista? Ustedes dos han desempeñado importantes cargos en ese ámbito.
A. M. T.: La responsabilidad de los medios es enorme, pero durante mis cuatro años como presidenta de la RAI, en todos los debates que tuve con responsables de televisiones públicas y medios privados, me sorprendió que se quisiera negar la evidencia, rechazando que exista esa capacidad de influencia. Por ese sentido de responsabilidad decidí que se dejara de emitir La Isla de los Famosos o Miss Italia: la televisión publica que recibe financiación de todos los ciudadanos debe respetar a todos, también a las mujeres, valorándonos por lo que somos, por nuestras capacidades… Y no lanzando a las niñas el mensajes de que son alguien simplemente por ser guapas. También luché mucho contra series de ficción sobre la mafia, como Gomorra, porque lanzan el mensaje a los jóvenes de que, si entran en el crimen organizado, son gallardos, hombres fuertes, y van a prosperar rápido. Cada vez que yo hacía un discurso de este tipo, me respondían que los medios dependen de la publicidad, de los ingresos. Pues bien, conseguí pasar de 250 millones de pérdidas a 50 millones de beneficios. Me costó la salud, pero demostré que se puede hacer.

C. M. C.: Los cristianos nos olvidamos de que, en el padrenuestro, decimos todos los días: «Líbranos del mal», frase que la Iglesia griega interpretó como «Líbranos del Maligno». Yo creo en el Demonio, no que tenga cuernos, pero existe y debemos estar prevenidos. No todo vale. Esta es una lección que tener muy en cuenta con los medios, tanto sus responsables como los usuarios.