Nuestra «reserva de fe» para hacer frente al futuro - Alfa y Omega

Nuestra «reserva de fe» para hacer frente al futuro

«¡Cuánto nos ha consolado en nuestros viajes a España ver repletos los templos, rebosantes los seminarios, alegres y serenos vuestros hogares!». Estas palabras de Juan XXIII al Congreso Eucarístico Nacional de Zaragoza, en 1961, muestran su amor a España, un país que había visitado en dos ocasiones. El Papa que convocó el Concilio Vaticano II veía en España «grandes y providenciales reservas de fe», que debían seguir dando fruto

María Martínez López
Juan XXIII hace la tradicional ofrenda floral a la Inmaculada en la Plaza de España (Roma), el 8 de diciembre de 1961

«Amamos a España». Con esta sencillez se refería el Beato -y próximamente santo- Juan XXIII a nuestro país en el mensaje que envió en junio de 1960, con motivo de la consagración de la basílica del Valle de los Caídos. Sus palabras no mostraban únicamente el amor del Vicario de Cristo por todas las ovejas que le han sido encomendadas. El Papa conocía nuestro país, cuya «pureza de costumbres, lo mismo que sus bellezas y tesoros de arte, hemos podido admirar en los gratos viajes con que hemos recorrido sus tierras».

La primera de sus visitas fue en 1950. Siendo nuncio en París, recorrió el país de sur a norte (Córdoba, Granada, Sevilla, Toledo, Madrid, El Escorial y Burgos) volviendo de los territorios franceses del norte de África. El siguiente viaje fue en 1954, ya como cardenal Patriarca de Venecia. En esa ocasión, peregrinó a Santiago de Compostela para ganar el Jubileo, acompañado de dos jóvenes sacerdotes españoles, don José Sebastián Laboa y don José Ignacio Tellechea -que lo narra en el libro Estuvo entre nosotros (ed. BAC)-. Recorrieron la costa del Cantábrico, Galicia, Castilla y León, Navarra, Aragón y Cataluña.

Siempre recordaba a España

En estas visitas, el obispo y luego cardenal Roncalli pudo seguir los pasos de san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier y santa Teresa de Jesús, entre otros; y visitar bastantes santuarios marianos que le cautivaron; en especial, Covadonga y Montserrat. Como todo lo relacionado con este Papa, los viajes no estuvieron exentos de anécdotas, como cuando él mismo bromeaba que, con su envergadura, le resultaría imposible subir a abrazar a la Virgen del Pilar.

En los lugares que recorrió, dejó constancia de su cercanía y sencillez; y, estampado en muchos libros de visitas, su lema: Obediencia y paz. También él se llevó muchos recuerdos e impresiones de España, que evocaba a menudo en sus encuentros con españoles. La relación con España continuó durante su pontificado. En menos de cinco años, tuvo casi 50 intervenciones sobre temas relacionados con nuestro país. Durante este tiempo, además, canonizó a dos santos españoles -santa Joaquina de Vedruna y san Juan de Ribera- y hubo dos cardenales españoles en la Curia, algo inusual en las décadas anteriores.

El Papa Juan XXIII, en uno de sus habituales gestos de saludo
El Papa Juan XXIII, en uno de sus habituales gestos de saludo

Las catedrales, espejo de un pueblo fiel

Cuenta el padre Tellechea, en su libro, que al cardenal Roncalli le sorprendió que los niños de las plazas, nada más verle, se acercaban en tropel a besarle el anillo. «Se ve que están acostumbrados», comentaba. Buceando en sus textos, se descubre que lo que más le impactó de España fue precisamente la forma en la que la fe impregnaba la sociedad, y cómo el patrimonio histórico, artístico y cultural de España seguía reflejándose en los españoles: «¡España! Basta tener alguna cultura para, pronunciando tal nombre, verse delante de monumentos insignes, de inconfundible laboriosidad y de elevación cristiana y religiosa -aseguró ante un grupo de peregrinos españoles, en 1959-. Una impresión no común que nos parece como que se refleja en el rostro de los españoles. ¡Qué valor, qué belleza, cuántos santos y doctores, qué bien interpretan la viva fe del pueblo español aquellas grandes catedrales!».

En su mensaje al Congreso Eucarístico Nacional de Zaragoza, de 1961, exclamaba: «¡Cuánto nos ha consolado en nuestros viajes a España ver repletos los templos, rebosantes los seminarios, alegres y serenos vuestros hogares y familias!» Y, con motivo del Congreso Nacional de la Familia Española, evocaba la «gratísima impresión» que le causó «el florecimiento de sus familias con sus racimos de hijos, en cuyos ojos veíamos brillar aquel rasgo de cándida transparencia y de inocente sonrisa que cautivó nuestro corazón».

Ni nostalgia, ni gueto espiritual

Resulta comprensible que, para monseñor Roncalli, el ambiente de fe que se vivía en España supusiera un gran contraste y un soplo de aire fresco, en comparación con lo vivido en Bulgaria, Turquía, Grecia e incluso Francia, y también frente a la incipiente secularización. En un radiomensaje a La Coruña, con motivo de la coronación de la Virgen del Rosario, en 1960, hablaba a los españoles de cómo «el mundo actual -ya lo veis- parece trepidar ante la riada inmensa de materialismo y de odio, que trata de sofocar toda vida cristiana. Se promete un paraíso inmediato sobre la tierra para olvidar el eterno, se habla de fraternidad sin Dios. Vana ilusión».

Con todo, en las palabras de Juan XXIII sobre España lo que late no es la nostalgia por un pasado glorioso, ni el deseo de encerrarse en un gueto espiritual. No era el estilo del Papa que convocó el Concilio Vaticano II para que la Iglesia aprendiera a hablar al hombre moderno; ni de quien, al inaugurarlo, previno contra «los profetas de calamidades». Parece, más bien, que quería exhortar a España a aprovechar las «grandes y providenciales reservas de fe que atesora vuestra católica nación» -como dijo en el radiomensaje a La Coruña- para hacer frente a los retos del futuro.

Una pequeña muestra de ello es la carta que envió al episcopado español en 1962. En ella, pedía a los obispos hacer «una llamada excepcional a vuestro clero siempre generoso y abnegado», pidiendo misioneros para Hispanoamérica. Para ayudarles a asumir la renuncia que eso suponía, tanto para los sacerdotes enviados como para los obispos que prescindían de ellos, subrayaba «el fecundo valor de la renuncia». Como prueba, recordaba que la reciente y «dolorosa desaparición de tantos obispos y sacerdotes» durante la Guerra Civil había estado seguida de «la gracia del espléndido plantel vocacional que ahora goza». Como respuesta a esta llamada, ese mismo año, la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA) lanzó el Plan Juan XXIII. Este compromiso evangelizador era, en palabras del Papa, «el más grato don» en memoria «y como primicia» del Concilio.