Arizete Miranda, la religiosa indígena que redescubrió su identidad y trabaja cruzando fronteras - Alfa y Omega

Arizete Miranda, la religiosa indígena que redescubrió su identidad y trabaja cruzando fronteras

«Mi abuela había sufrido mucho por ser indígena. No quería que los nietos pasáramos por lo mismo». Por eso, en casa de la religiosa brasileña Arizete Miranda no se hablaba de su origen étnico. Solo logró fortalecer esta identidad cuando se hizo religiosa. Ahora está de vuelta del Sínodo del Amazonas, del que ha sido auditora, con el reto de construir una red con los equipos que visitan a comunidades indígenas disgregadas entre países

María Martínez López
Foto: fatimamissionaria.pt

Arizete Miranda sabe bien el estigma con el que cargan los indígenas en la región amazónica. Su madre era del pueblo sátere mawé, de Brasil. Sobre el origen de su padre, no lo tiene tan claro. Viene de una familia matriarcal, muy marcada por su abuela. Y, cuando era niña, en ese hogar, en la frontera entre los estados brasileños de Pará y Amazonas, no se hablaba de su pertenencia étnica.

En entrevista con Alfa y Omega, lo atribuye a «todo lo que mi abuela había sufrido por ser indígena. No quería que los nietos pasáramos por lo mismo». ¿Quién iba a sentirse orgulloso de ser indio, cuando este rasgo se identifica «con ser sucio, feo, perezoso, malo»?.

Con todo, esa vivencia no hablada no dejaba de despertar en ella una gran curiosidad. Esa búsqueda no la abandonó. Logró aprender más sobre los sateré mawé, el pueblo materno, porque tenía un tío que vivía con ellos y estaba siempre haciéndole preguntas e intentando aprender palabras de su idioma.

Vocación religiosa e indígena, unidas

Lo que sí había en su familia era «una vivencia cristiana muy fuerte». Fue, junto con la inquietud por sus orígenes, la que le fue marcando el camino. A los 21 años, Arizete ingresó en la Congregación de Nuestra Señora Cólegas de San Agustino. «Allí me apoyaron muchísimo en la búsqueda de mi identidad, para que pudiera afirmarme mucho más en mi identidad como mujer indígena». Destaca, sobre todo, la influencia que tuvo en ella la teóloga Ivone Guevara, que por aquel entonces era maestra de novicias.

En 1998, aceptó entrar a formar parte del equipo itinerante de fronteras impulsado por el misionero jesuita Claudio Perani desde Manaos. Surgió por la necesidad de mejorar la atención a algunos pueblos, que se encuentran divididos por fronteras que nada tienen que ver con sus vidas. Puede ocurrir, por ejemplo, que las familias vivan hasta en tres países distintos, si parte vive en una orilla del río, otra parte en la otra y algunos más unos kilómetros más arriba o más debajo de la corriente. Cada uno con una nacionalidad diferente, y sometidos a leyes diversas.

«El equipo itinerante es un espacio interinstitucional que comprendemos como una misión complementaria al servicio institucional» de las congregaciones, explica. «Somos un apoyo para los equipos de la Iglesia que están presentes e insertados. Por ejemplo, si nos piden formación para los agentes que trabajan por los derechos de los indígenas, ahí estamos con el Consejo Indigenista Misionero», orientando a las personas de cada pueblo que están planeando un viaje a la ciudad más cercana para presentar sus exigencias. «Deben saber de qué están hablando y conocer las leyes».

Foto: María Martínez López

Itinerancia y presencia, ¿opuestas?

Fue esta experiencia de más de dos décadas la que compartió en su intervención durante el Sínodo sobre la Amazonía, del que fue auditoria. Después de hablar, cuando salían hacia una pausa, «el Papa Francisco me llamó. “Voy a citarte –me dijo– porque has dicho una palabra clave”». Miranda lo recordó la semana pasada, durante su participación en el encuentro Sínodo para la Amazonía. ¿Profecía u herejía?, organizado por la revista Vida Nueva.

Esa alusión que tanto había llamado la atención del Pontífice era precisamente la itinerancia. Y quedó reflejada en dos puntos del documento final. En su punto 39, este reconoce que los equipos misioneros itinerantes en la Amazonía, formados por sacerdotes, religiosos y laicos de varios carismas y congregaciones, «van tejiendo y haciendo comunidad en el camino, ayudan a fortalecer la sinodalidad eclesial» y suman «para llegar juntos donde solos no se puede». Se cita también las giras de los misioneros y a la «pastoral de visita», un método «que responde a las condiciones y posibilidades actuales de nuestras iglesias».

¿No es contradictoria esta afirmación con las referencias, previas al Sínodo, a la necesidad de pasar de «una pastoral de visita» a una «pastoral de presencia»? Miranda se ríe. «Ahí ha habido una confusión». En efecto, el documento final pone la mirada en la meta de «pasar a una presencia más permanente», para lo que pide que todas las congregaciones abran al menos un frente amazónico.

Pero, sobre todo –matiza la religiosa indígena– «decimos que la visita tiene que tener la eficacia de la presencia gratuita. Si tú ganas el corazón de la gente, luego puedes pelear junto con ellos ser eficaces y forzar una política y una economía al servicio de la vida».

El punto siguiente del texto final del Sínodo propone «una red itinerante que reúna los distintos esfuerzos de los equipos que acompañan y dinamizan la vida y la fe de las comunidades en la Amazonía». Es la propuesta que afecta más directamente a la labor de Miranda y de todo el equipo del que forma parte. «Ya no queremos ser equipos aislados, sino en red. En el sínodo nos reunimos con otros seis equipos itinerantes. Como miembros de la Comisión Latinoamericana de Religiosos (CLAR) queremos discernir qué rumbo tomar».