La globalización del amor - Alfa y Omega

Siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II, a través de los Papas san Juan XXIII, el Beato Pablo VI, Juan Pablo I, san Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora el Papa Francisco, estoy convencido cada vez más de que nuestra Humanidad necesita ese mensaje esencial encarnado en Cristo Jesús: Dios es amor. (…) Como nos recuerda el apóstol san Pablo, «si no tengo caridad, nada me aprovecha» (1Cor 13, 1). Todo carece de sentido sin el amor. Cuando el amor es el de Dios mismo, se edifican unas relaciones absolutamente nuevas entre los hombres. Ha sido en Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, donde hemos conocido el amor en todo su alcance. Como nos ha recordado el Papa Benedicto XVI, en la encíclica Deus caritas est, la verdadera originalidad del amor no consiste en nuevas ideas, sino en la figura y en la persona misma de Cristo.

De tal manera esto es así, que en la Cruz es donde mejor observamos dónde se revela más su originalidad y la necesidad de que ésta sea descubierta por todos los hombres. La manifestación del amor divino es total y perfecta en la Cruz. Como nos dice el apóstol Pablo, «la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» (Rm 5, 8). Cada uno de nosotros, sin lugar a dudas, puede decir: «Cristo me amó y se entregó por mí» (Ef 5, 2). De tal manera que, redimidos por su sangre, ninguna vida humana es inútil o de poco valor. Todos somos amados por Jesucristo con un amor apasionado, fiel y sin límites. Por eso, la locura de la Cruz, como nos recuerda san Pablo, es escándalo para muchos, pero es sabiduría de Dios para todos aquellos que se dejan tocar en lo más profundo de su ser. ¡Qué belleza, qué profundidad y hondura alcanza la contemplación del Crucificado que ha resucitado! Lleva siempre los signos de la Pasión, y con ellos se ponen de relieve las grandes falsificaciones y mentiras que hay sobre Dios cuando, en su nombre, hay violencias, venganzas y grandes exclusiones. (…)

«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo». Y es que, mediante el Amor que se nos ha manifestado en Cristo, se ilumina la imagen cristiana de Dios y también la del hombre y el camino que tiene que hacer. Hay que hacer posible que los hombres tengan noticia de Jesucristo, que puedan tener experiencia viva de lo que es Él para los hombres. Para ello, se necesitan testigos, es decir, hombres y mujeres que se amen unos a otros, que muestren que el amor que radica en sus vidas y que se tienen los unos a los otros es de Dios. (…) No hay otro propietario ni otro origen de un amor que pueda realizar el cambio en el corazón del ser humano y, por tanto, en las relaciones entre los hombres, más que el amor de Dios. Se nos propone un nuevo nacimiento: el que solamente puede dar Jesucristo, el que no acababa de entender Nicodemo cuando el Señor le dice: «Si no naces de nuevo, no podrás ver el reino de Dios». Se trata de nacer de nuevo. Y para ello hay que acoger en nuestras vidas el amor mismo de Jesucristo. De tal manera que todo hombre que acoja el amor de Dios será y se convertirá en una fuente de la que manan ríos de agua viva. (…) Ésta es nuestra arma para cambiar el mundo. Es la que nos ofrece Jesucristo, y es de verdad la única que tiene dinamismo para cambiarlo.

La victoria es del amor

Hay otra característica peculiar que debemos tener en cuenta. Puesto que es Dios quien nos ha amado primero, resulta que ahora el amor ya no sólo es un mandamiento, sino la respuesta al don del amor con quien viene a nuestro encuentro. Por otra parte, el amor engloba la existencia entera en todas las dimensiones, también en el tiempo. Hay que vencer con amor la violencia, el descarte, la cultura del desencuentro. Jesucristo ha vencido en la Cruz. No venció haciendo un nuevo imperio, ni tampoco con una fuerza más poderosa que otras para destruir. Jesucristo no ha vencido al modo humano, sino con un amor capaz de llegar hasta la muerte. Este modo de vencer de Dios pone límite a toda clase de violencias. Pero, ¿es posible el amor? ¡Claro que es posible! Así nos lo ha manifestado Jesucristo: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor… Para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud… Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos… Soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure» (cfr. Jn 15, 9-17).

El corazón de todo hombre es mendigo de amor, tiene sed de amor. Como nos decía san Juan Pablo II, «el hombre no puede vivir sin amor». Comenzamos a ser lo que hemos de ser para los demás cuando nos encontramos con una Persona que nos da nuevos horizontes, nuevas capacidades para entendernos a nosotros mismos y entre nosotros, una orientación que es definitiva para cualquier ser humano. Os invito a vivir estas bienaventuranzas para tener el arma que nos capacita para hacer visible ya en este mundo la presencia del Reino:

1. Bienaventurados cuando, permaneciendo envueltos en el amor de Jesucristo, dejamos de falsificar la única arma capaz de hacer posible la convivencia entre los hombres, que se traduce en la cultura del encuentro.

2. Bienaventurados cuando acogemos y dejamos que nuestra vida sea ocupada por el amor de Jesucristo, que se traduce en vivir en la alegría de Cristo.

3. Bienaventurados si hacemos visible cada día amar incondicionalmente a quien encontremos en el camino, con el mismo amor de Jesucristo.

4. Bienaventurados si. impulsados por el amor de Jesucristo, damos la vida para que otros la tengan en abundancia.

5. Bienaventurados por la amistad que nos ha regalado el Señor: Sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.

6. Bienaventurados por la gran comunicación que el Señor tiene con nosotros: nos dice todo lo que sabe de Dios y del hombre.

7. Bienaventurados porque el Señor nos ha llamado a formar parte de Su pueblo, dándonos como arma el amor mismo de Jesucristo.

8. Bienaventurados si, habiendo acogido el amor de Dios, lo traducimos en obras que dan frutos que duran y permanecen entre los hombres.