Audiencia del Papa: María, modelo de fe y caridad - Alfa y Omega

Audiencia del Papa: María, modelo de fe y caridad

María es, para la Iglesia, un modelo de fe, de caridad y de unión con Cristo, explicó el Papa, en su audiencia semanal sobre la Iglesia. Pero «¿en qué sentido?», se preguntó. ¿Cómo vivió la Virgen estas virtudes, y cómo nos dejamos nosotros interpelar? Éste es el texto de su catequesis:

Redacción

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Continuando con las catequesis sobre la Iglesia, hoy me gustaría mirar a María como imagen y modelo de la Iglesia. Lo hago recuperando una expresión del Concilio Vaticano II. Dice la Constitución Lumen gentium: «Como ya enseñaba San Ambrosio, la Madre de Dios es una figura de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y la perfecta unión con Cristo».

María, modelo de fe

1. Partamos del primer aspecto, María como modelo de fe ¿En qué sentido, María es un modelo para la fe de la Iglesia? Pensemos quién fue la Virgen María: una muchacha judía, que esperaba con todo su corazón la redención de su pueblo. Pero en aquel corazón de joven hija de Israel, había un secreto que ella misma aún no conocía: en el designio de amor de Dios estaba destinada a convertirse en la Madre del Redentor. En la Anunciación, el Mensajero de Dios la llama «llena de gracia» y le revela este proyecto. María responde «sí», y desde ese momento la fe de María recibe una nueva luz: se concentra en Jesús, el Hijo de Dios que se hizo carne en ella y en él que se cumplen las promesas de toda la historia de la salvación. La fe de María es el cumplimiento de la fe de Israel, en ella realmente se centró todo el camino de aquel pueblo que esperaba la redención, y en este sentido es el modelo de la fe de la Iglesia, que tiene como centro Cristo, la encarnación del amor infinito de Dios.

¿Cómo vivió María la fe? La vivió en la sencillez de las mil ocupaciones y preocupaciones cotidianas de cada madre, en la forma de proveer a la comida, la ropa, la atención en el hogar… Precisamente en esta existencia normal de la Virgen, en este terreno, se desarrolló la relación única y el diálogo profundo entre ella y Dios, entre ella y su Hijo. El «sí» de María, ya perfecto al principio, creció hasta la hora de la Cruz. Allí, su maternidad se dilató abrazando a cada uno de nosotros, nuestra vida, para guiarnos hacia su Hijo. María siempre ha vivido inmersa en el misterio de Dios hecho hombre, como su primera y perfecta discípula, meditando todo en su corazón a la luz del Espíritu Santo, para entender y poner en práctica toda la voluntad de Dios.

Nos podemos preguntar: ¿nos dejamos iluminar por la fe de María, que es Madre nuestra? ¿O pensamos que está alejada, porque es demasiado diferente a nosotros? ¿En los momentos de dificultad, de prueba, de oscuridad, la miramos a ella como modelo de confianza en Dios, que quiere siempre y solamente nuestro bien? ¡Pensemos en esto, quizá nos hará bien reencontrar a María como modelo y figura de la Iglesia en esta fe que ella tenía!

María, modelo de caridad

2. Lleguemos al segundo aspecto: María, modelo de caridad ¿Cómo María es ejemplo viviente de amor para la Iglesia? Pensemos en su disposición hacia su prima Isabel. Visitándola, la Virgen María no sólo trajo ayuda material, también esto, pero llevó a Jesús, quien ya vivía en su vientre. Llevar a Jesús en aquella casa significaba llevar alegría, la alegría completa. Isabel y Zacarías estaban contentos por el embarazo que parecía imposible a su edad, pero es la joven María la que les trae el gozo pleno, el que viene de Jesús y del Espíritu Santo, y se expresa en la caridad de forma gratuita, en el compartir, en ayudarse, en la comprensión.

La Virgen nos quiere traer también a nosotros, a todos nosotros, el gran don que es Jesús; y con Él nos trae su amor, su paz, su alegría. Así, la Iglesia es como María. La Iglesia no es una tienda, la Iglesia no es una organización humanitaria, la Iglesia no es una ONG, la Iglesia es enviada para llevar a todos a Cristo y su Evangelio. Ésta es la Iglesia: no se lleva a sí misma, si es pequeña, si es grande, si es fuerte, si es débil, sino que la Iglesia lleva a Jesús. Y la Iglesia debe ser como María, cuando fue -como hemos escuchado en el Evangelio- cuando fue a hacer una visita a Isabel. ¿Qué lleva María? ¡Jesús! Y la Iglesia lleva a Jesús Y este es el corazón de la Iglesia, ¿eh? Si sucediera -es una hipótesis- que la Iglesia no llevara a Jesús, aquella sería una iglesia muerta. ¿Lo entienden? Debe llevar a Jesús y debe llevar la caridad de Jesús, el amor de Jesús, la fuerza de Jesús.

¿Y nosotros -que hemos hablado de María, de la Iglesia-, y nosotros, que somos la Iglesia, cada uno de nosotros, ¿qué amor llevamos a los demás? ¿Es el amor de Jesús, que comparte, que perdona, que acompaña… o es un amor demasiado, demasiado aguado, ¿no? como cuando el vino se diluye tanto que parece agua, nuestro amor? ¿O es un amor que es fuerte, o tan débil que sigue las simpatías, que busca las recompensas? Un amor interesado. Pero, una pregunta: ¿a Jesús le gusta el amor interesado, o no le gusta? ¿Le gusta? Ah, no parecen estar muy convencidos, ¿eh? ¿Le gusta o no? ¡No le gusta! El amor debe ser gratuito, como era el amor de Él. ¿Cómo son las relaciones en nuestras parroquias, en nuestras comunidades? ¿Nos tratamos unos a otros como hermanos y hermanas? ¿O juzgamos y hablamos mal de los demás? Sin embargo, he oído decir que aquí, en Roma, nadie habla mal de los demás, ¿eso es cierto? No sé. Yo lo digo ¿Nos cuidamos cada uno del propio «huertecillo», o nos cuidamos unos a otros? Son preguntas de caridad.

María, modelo de unión con Cristo

3. Y brevemente, un último aspecto: María, modelo de la unión con Cristo. La vida de la Virgen Santa, ha sido la vida de una mujer de su pueblo: María rezaba, trabajaba, iba a la sinagoga… Pero cada acción la realizaba siempre en perfecta unión con Jesús. Esta unión alcanza su culmen en el Calvario: aquí María se une al Hijo en el martirio del corazón y en la ofrenda de la vida al Padre para la salvación de la humanidad. La Virgen abraza y hace suyo el dolor del Hijo y acepta con Él la voluntad del Padre, en aquella obediencia que produce fruto, que da la verdadera victoria sobre el mal y la muerte.

Es muy hermosa esta realidad que María nos enseña: estar siempre unidos a Jesús. Podemos preguntarnos: ¿nos acordamos de Jesús sólo cuando algo va mal y tenemos necesidad? ¿O tenemos una relación constante, una profunda amistad, incluso cuando se trata de seguirlo en el camino de la cruz?

Pidamos al Señor que nos dé su gracia, su fuerza, para que en nuestra vida y en la vida de cada comunidad eclesial se refleje el modelo de María, Madre de la Iglesia. Así sea.