«Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» - Alfa y Omega

«Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»

XXXIII Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Iglesia de San Antonio de Colombo (Sri Lanka), seis meses después de un atentado suicida en la Eucaristía del Domingo de Resurrección. Foto: AFP/Ishara S. Kodikara

La llegada del fin del mundo siempre ha causado miedo en el hombre. Para muchos se ha tratado solo de una realidad esperada para un momento tan lejano en el tiempo que apenas ha tenido influencia en el pensamiento ni en las decisiones. Sin embargo, ha habido otros que se ha detenido a pensar en este futuro acontecimiento, que, si bien no podemos determinar cuándo sucederá, sabemos que ocurrirá. Basta con observar los estudios científicos sobre la evolución del universo. En ese instante, el mundo, tal y como la conocemos, desaparecerá. Esta idea abre el pasaje evangélico de este domingo, penúltimo del año litúrgico. Se describe la belleza del templo, que representa lo establecido, lo fijo, lo perpetuo. Para el judío no existía nada más inamovible que el templo, lugar de la presencia de Dios que estaba en medio de su pueblo. Frente a esta seguridad, Jesús afirma que «no quedará piedra sobre piedra». A pesar de que se hablaba del templo como de lo más sagrado para Israel, el pueblo sabía que, si el templo desaparecía, no sería la primera vez que esto ocurriría.

Las señales del fin del mundo

No eran pocos en tiempos de Jesús y en el primer siglo de cristianismo los que pensaban que el final de los tiempos era inminente. Muchos quisieron prepararse para este momento y de ahí surge la doble pregunta a Jesús acerca del momento preciso o de las señales que acompañarían ese día final de la historia. La respuesta del Señor, sin embargo, no es una siempre evasiva, sino que trata de mostrar una gran esperanza. En efecto, cuando Jesús señala que «muchos vendrán en mi nombre diciendo “Yo soy”», el Señor no solo previene frente a los falsos profetas de calamidades o mesías de cualquier tipo que surgen en momentos de pánico y confusión, como muestra toda la historia de la humanidad. No se puede entender la advertencia del Señor como una mera advertencia contra quienes se quieren aprovechar de una situación de miedo. Cuando en la Biblia encontramos la expresión «Yo soy», se está aludiendo a Dios, al nombre de Yahvé y de Dios. Esta expresión aparece de modo preferente en el Evangelio de Juan, unida al agua (encuentro entre Jesús y la samaritana), a la luz (curación del ciego de nacimiento) o a la vida (resurrección de Lázaro). Los tres pasajes citados, que tradicionalmente han sido utilizados por la Iglesia para referirlos al Bautismo, ponen en primer plano el «Yo soy», que también oímos en el Evangelio de este domingo. Por lo tanto, el texto afirma, por una parte, que en el único que debemos poner la confianza es en Dios y en Jesucristo mismo–«yo soy»–; por otra parte, a partir de esa relación que establecemos con Cristo podremos afrontar cualquier realidad futura, por preocupante que parezca. De hecho, junto a los fenómenos espantosos y signos del cielo que el pasaje anuncia, Jesús habla de quienes comparecerán ante reyes «por causa de mi nombre». De nuevo aparece el «nombre de Dios», que es «Yo soy». De este modo, observamos cómo, a partir de algunos elementos dispersos en el pasaje, el núcleo del mismo no lo conforman los calamitosos augurios e incertidumbres sobre el futuro, sino Jesucristo, que con su presencia sostiene a quienes caminamos en la historia, con independencia de las vicisitudes históricas que cada generación vaya viviendo, conforme pasen los siglos.

Una tarea que realizar

De la confianza en Jesucristo que está presente en la historia y en la vida de su Iglesia nace el deseo de seguimiento al Señor y la continuidad en el mismo a través de la perseverancia, que es la última llamada que nos hace el Señor en el Evangelio. La incertidumbre sobre el futuro personal o colectivo no puede nunca paralizarnos ni oscurecer la esperanza de que el Señor resplandecerá, por mucho que el mal pueda aparentar una gran fuerza en el mundo presente.

Evangelio / Lucas 21, 5-19

En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo. «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».

Él dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el final no será enseguida».

Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.

Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».