Entramos para adorar, y salimos para servir - Alfa y Omega

Entramos para adorar, y salimos para servir

No hay santidad sin Eucaristía: ése es el resumen de la vida del Beato Manuel González, cuya labor apostólica se centró «en favor del más abandonado de todos los pobres: el Santísimo Sacramento». Un Congreso Internacional celebrado en Ávila ha recordado a quien fuera obispo de Málaga y Palencia, el apóstol de los sagrarios abandonados

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Clausura del Congreso Internacional celebrado en Ávila

«Pido ser enterrado junto a un sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!»: éste es el epitafio del sepulcro del Beato Manuel González, en la catedral de Palencia. El obispo de los sagrarios abandonados, primero obispo de Málaga y después obispo de Palencia, dedicó todo su apostolado a la reparación eucarística, en especial con la fundación de la Familia Reparadora, de niños, jóvenes, sacerdotes, religiosas y laicas consagradas cuya labor consiste, fundamentalmente, en acompañar al Señor en el sagrario.

Al cumplirse los 75 años de su fallecimiento, la Familia Eucarística Reparadora ha celebrado del 29 de abril al 2 de mayo el I Congreso Internacional en torno a la figura del Beato, con el objetivo de profundizar y dar a conocer su herencia espiritual, y para que cada vez más personas descubran y se acerquen a Cristo Eucaristía.

Para el cardenal Ricardo Blázquez, que también llegó a gobernar, como él, la diócesis palentina, «don Manuel ejerció su ministerio como un buen pastor, con una inventiva catequética sorprendente». Destacó asimismo que, «en él, se unen el misterio de la Eucaristía y el misterio de la Cruz, vinculando de manera original la Cruz y el sagrario».

El Beato Manuel González

Para el cardenal arzobispo de Valladolid, «don Manuel nos hace dirigir la mirada de la fe al sagrario, como el centro fundamental de nuestra vida cristiana. Como él mismo nos inspiró: Entramos para adorar, y salimos para servir. Venimos al templo para presentarnos como ofrenda al Señor. La adoración al Señor y el servicio a los pobres tienen que ir unidos. Si nosotros tuviéramos el corazón más caliente, a lo mejor muchos pobres tendrían menos frío».

El Paraíso, en la tierra

También para el cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, «no hay santidad sin Eucaristía», y don Manuel es ejemplo de ello. La Adoración fue para el Beato Manuel «el Paraíso, en la tierra». Además, «la mejor manera de comunicar el Evangelio es contemplar a Jesús con amor, estar junto a Jesús en la Cruz, acompañarle en el sagrario, y leer en su Corazón». Por eso, «para nosotros es urgente recuperar esta actitud contemplativa eucarística, que permite donar las riquezas del Corazón de Jesús. Cada misionero del Evangelio sabe que Jesús camina, habla, trabaja y respira con él, y le siente vivo junto a él. Si no lo descubre presente, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite». De ahí que el Beato Manuel González fuera un católico «convencido, entusiasta, seguro, enamorado de Jesús, y precisamente por eso era convincente y eficaz. Ésta es la herencia que nos ha dejado».