«Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» - Alfa y Omega

«Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino»

Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo

Daniel A. Escobar Portillo
El perdón del buen ladrón, de James Tissot. Museo de Brooklyn (Nueva York)

Con estas palabras se dirige el buen ladrón a Jesús poco antes de morir en la cruz. La frase manifiesta la completa confianza de quien, sin conocer previamente a Jesús, ha comprendido con profundidad su misión como Rey. En la fiesta de Cristo Rey, instituida por el Papa Pío XI en 1925, san Lucas nos presenta la paradoja de ver a Jesús ejerciendo su reinado precisamente a punto de ser ajusticiado. En la máxima humillación se muestra la mayor grandeza. No es sino otro modo de acercarnos al misterio pascual, la paradoja de que con su muerte Jesús obtendrá la vida y la comunicará a todos los hombres.

Jesús, hijo de David

Para los israelitas la idea de realeza no es nueva. Tras el reinado de Saúl, David es elegido rey en Judá y, más adelante, será reconocido también por el resto de las tribus de Israel, que se presentan ante él y lo aclaman como pastor y guía de su pueblo. Asimismo, es ungido, como señal de la elección por Dios para esta misión. Así nos lo recuerda la primera lectura de la Misa de este domingo, presentando a David como figura, es decir antecesor de Jesucristo, el definitivo rey-ungido por Dios. Sin embargo, para muchos, la realeza del Mesías consistiría en una muestra externa de dominio sobre las naciones vecinas, como era común entre los reyes de la época. Para ellos era lógico pensar que alguien era más poderoso cuanto mayor dominio ejerciera sobre su pueblo y mayor número de países se le sometieran. Esta era la visión predominante en tiempos de Jesús, cuando el Imperio romano tenía desplegados sus ejércitos por toda la cuenca mediterránea. Sin embargo, el origen humilde de David, que ni siquiera era el que más destacaba entre sus propios hermanos, nos anticipa ya el modo de reinar de Cristo, que ahora está llamado a pastorear y ser jefe del nuevo Israel.

Un reinado para salvar al hombre

La escena evangélica de este domingo inicia situando a Jesús frente a las burlas de los magistrados judíos, que consideran el destino de Jesús como la prueba de su mentira. Con todo, también se coloca en primer plano la cuestión de la salvación, con la frase: «A otros ha salvado». La misma cuestión de la salvación estará presente en la mofa de los soldados: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo»; también uno de los ladrones se expresa en los mismos términos. Será, en cambio, el buen ladrón quien capte el verdadero sentido de lo que en realidad está sucediendo, al pedirle al Señor que se acuerde de él cuando llegue a su reino. La respuesta de Jesús: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso», manifiesta claramente no solo que el reino de Jesús no es de este mundo, como poco antes había manifestado ante Pilato sino, ante todo, que el paraíso es su patria definitiva, hacia donde él puede llevar al buen ladrón. Si Adán, con su pecado, había cerrado las puertas del paraíso, Cristo, con su muerte, las abrirá de nuevo y va a incorporar junto con él a todos los que confiesan su nombre como salvador.

El Evangelio de este domingo es clave, pues, para comprender el reinado de Cristo como algo no basado en un poder humano: ni en el dominio, ni en el prestigio, sino como un reinado eterno, universal, donde la verdad, la santidad, la gracia y la justicia son manifestadas con toda su fuerza. Es este el reinado que le pedimos al Señor cada vez que rezamos en el padrenuestro «Venga a nosotros tu reino». Y es el mismo Cristo el que nos pastorea y nos atrae hacia Él mismo, siguiendo la estela de su antepasado el rey David y haciendo realidad lo que expresa la segunda lectura, de la carta de san Pablo a los colosenses, en el himno de acción de gracias a Dios Padre: «Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino del Hijo de su amor».

Evangelio / Lucas 23, 35-43

En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».