Meditaciones sobre la eternidad - Alfa y Omega

Meditaciones sobre la eternidad

Maica Rivera

La finalista del Premio Planeta es una novela intimista y confesional, cuya autenticidad está a la altura de la mejor autoficción. Tenemos a un escritor de éxito de la edad del propio Vilas que nos detalla sus esfuerzos para no dejarse vencer por el desgaste (psicológico, emocional, físico…) del tiempo y su empeño por convertir el lastre de los recuerdos en combustible vital. Este libro describe su búsqueda de la «alegría esperanzada», en pos de «la belleza y la verdad». Es verano de 2018 y nos declara sus 56 años, dejándonos la doble pista, paradójica, de que no celebra nunca el cumpleaños pero siempre avisa a su hijo para que no se olvide de felicitarle. De ahí sale el hilo conductor de la narración, la melancolía con la que el protagonista irá desnudando su alma, y contra la que a veces se rebelará, a lo largo de un centenar de meditaciones de sencilla lectura. Nos hablará de su vida, del gran amor, incluso la pasión que siente hacia su familia, especialmente hacia sus dos hijos y su actual pareja, Mo. Y lo hará desde la soledad saludable, con voz de hombre en la madurez, curtido profesionalmente, pero, sobre todo, vapuleado y frágil en lo personal a causa de las pérdidas familiares y de amigos. Por eso sus palabras emergen desde una orfandad omnipresente de la que se duele a cada página.

También rezuma a manos llenas su miedo al futuro. A padecer dificultades económicas, a llegar a ser pobre, pero, sobre todo, está su miedo a la muerte, aunque lo niegue en ocasiones; e incluso cuando niega, a veces, también la trascendencia, lo plantea de tal forma que nos confirma inconscientemente que lo que en verdad hace es aferrarse a ella. Por eso, como parte de sus contradicciones aireadas, resultan más conmovedoras si cabe sus apelaciones al Padre cuando las declama cegado por el dolor acumulado, casi al borde del reproche por el silencio al otro lado. En ese contexto hay que entender una suerte de oración que deja, pidiendo por su hijo, en la que expone toda su debilidad y sus más profundas heridas de guerra: «Dios bendito, concédele el buen gobierno de sus decisiones, concédele certezas, ya que a mí no me las diste, y como la cuenta está a mi favor, lo que a mí me debes, que es mucho, dáselo a él con intereses, y te diré cuáles son los intereses: el valor y la voluntad de vivir».

Hay en esta obra un anhelo constante y explícito de Dios. «¿Podría ser que un día camináramos por el cielo, ya sin vida, pero con existencia? Caídas las culpas, caídos los reproches, caminando en paz y en plenitud». En eso piensa el protagonista, paseando con su hijo por el aeropuerto Louis Armstrong de Nueva Orleans.

Destaca uno de los primeros capítulos, en los que rememora dos semanas de retiro pedagógico y espiritual en un campamento de montaña escolar, en junio de 1975: «Fue cuando tuve conciencia de que era un ser humano, de que yo tenía un alma, un cuerpo, un destino». Es hermosa su alegoría de la inocencia y de la felicidad más pura, la infantil, cuya recuperación es posiblemente el más elevado ideal de esta novela.

Alegría
Autor:

Manuel Vilas

Editorial:

Planeta