«Lo que estáis viendo y oyendo» - Alfa y Omega

«Lo que estáis viendo y oyendo»

III Domingo de Adviento

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: Cathopic

Con las palabras Gaudete in Domino (Alegraos en el Señor), ha comenzado tradicionalmente la celebración eucarística del tercer domingo de Adviento. Se trata de un canto cuyo texto pertenece a la carta de san Pablo a los filipenses y que da nombre a este domingo. El gozo de este tiempo de espera en el Señor se condensa en este día, en el que las oraciones y las lecturas también expresan con alegría que la salvación de Dios llega. En el Evangelio aparece en primer plano Juan Bautista, que tiene interés por conocer si Jesús es realmente el Mesías: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». La pregunta de Juan se encuadra en una serie de pasajes en los que se plantea la cuestión de la identidad del Señor. En este caso es Juan el que manda a sus discípulos a preguntarle a Jesús, pero en otros pasajes es el mismo Jesús el que interroga a sus discípulos sobre su persona.

La salvación ha llegado

La respuesta del Señor alude de modo inmediato a la novedad traída por su persona. Si siglos antes el profeta Isaías había predicho el final del destierro en Babilonia con el ambiente de alegría que refleja la primera lectura de este domingo, ahora Jesús solo pide mirar alrededor para constatar que la acción de Dios ha llegado de modo definitivo y radical. Si el profeta Isaías acude a imágenes poéticas, estableciendo un paralelismo entre la alegría del campo en primavera y la novedad de la salvación, la respuesta del Señor se centra sobre todo en lo que afecta a los hombres. Y antes de enumerar cuáles son las obras de salvación, hace referencia a «lo que estáis viendo y oyendo». El Señor es directo en su afirmación y no idealiza un futuro más o menos remoto, sino que quiere que fijemos la mirada en la acción real de Dios en la historia. En realidad, el Señor acude al mismo modo en el que el pueblo de Israel había sido consciente de la presencia de Dios en su historia: reconocían a Dios porque eran salvados de sus enemigos, fueran estos el faraón o los babilonios; y esto solo podía ser obra de un Dios mayor que los dioses extranjeros. La llegada de la salvación produce, por lo tanto, una transformación en el hombre: «los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen», son algunas de las novedades realizadas por el Señor, de las cuales todos eran testigos y suponían el cumplimiento de la profecía anunciada en la primera lectura.

San Juan Bautista en prisión es visitado por dos discípulos de Giovanni di Paolo. Foto: Instituto de Arte de Chicago

Una salvación no deslumbrante

El Evangelio de este domingo constata que con el comienzo del ministerio público del Señor ha comenzado la salvación, pero también que esa salvación se hace desde lo pequeño y humilde. La frase «los pobres son evangelizados» refleja que a ellos se dirige especialmente la buena noticia del Señor, que es un mensaje de esperanza para las personas más alejadas de la alegría, ya que no esperan nada de la vida. Lo pobre aparecerá siempre en el Evangelio, tanto para referirse a las personas más humildes como a lo pequeño, lo insignificante, lo oculto, que será lo que tantas veces dé los mayores frutos para el Señor: el grano de mostaza; el grano que cae en tierra y muere; la sal, que no se ve, pero da sabor; la levadura en la masa. Muchos en tiempos de Jesús pensaban que el Mesías llegaría al son de trompetas, como si se tratara de un héroe victorioso. Sin embargo, la venida del Señor va a traer consigo la bondad, la misericordia y el amor de Dios hacia los más pequeños. Esto es algo que podía decepcionar a quienes esperaban un Mesías destinado a imponerse sin más espera. Y esta es la otra gran enseñanza de este tiempo: la espera del Señor exige paciencia. El que no se escandaliza del Señor es el que sabe aguardar y comprende que a menudo nuestros tiempos no son los de Dios y confía todo a los momentos y ritmos que la salvación de Dios va marcando en la historia de cada uno y de toda la sociedad.

Evangelio / Mateo 11, 2-11

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?».

Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!».

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”. En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».