Testigo de la esperanza - Alfa y Omega

Testigo de la esperanza

Este domingo, 21 de octubre, Día Mundial de las Misiones, Benedicto XVI inscribirá en el libro de los santos, junto a otros seis Bienaventurados, a la española Carmen Sallés, fundadora de las Religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza. Hace su semblanza la Postuladora de la Causa de canonización

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Retrato de la próxima santa española.

«Lo que el mundo necesita hoy, de manera especial, es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera»: así se expresaba Benedicto XVI en la Carta apostólica Porta fidei, con que anunció el recién inaugurado Año de la fe.

Apenas quince días después de su apertura, el Papa presenta a la Iglesia y al mundo siete de esos testigos creíbles, entre ellos la española Carmen Sallés y Barangueras, fundadora de las Religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza.

Nació en 1848, en Vic, en una familia de clase media, profundamente católica; pese a ello, se opusieron tenazmente a la vocación religiosa que Carmen había descubierto en una visita al santuario de Montserrat. La que un día sería conocida como mujer de coraje, empezó pronto a templarse para la lucha en su negativa a secundar los proyectos matrimoniales de sus padres sobre ella.

Buscar la voluntad de Dios

Conseguida su autorización, inició un proceso de búsqueda de la voluntad de Dios: «El Señor me dé manera de cumplir su voluntad». Se sintió atraída por la espiritualidad eucarística de las Religiosas Adoratrices, pero la interpeló fuertemente su misión de rehabilitación de la mujer caída. El Espíritu suscitó en ella el deseo de anticiparse a su desgracia, posibilitando su temprana preparación laboral y espiritual. Se decantó por la educación: «Ya que la educación forma como una segunda naturaleza —escribía—, para alcanzar buenos fines, son menester buenos principios». Esos principios los entendía como la profunda formación religiosa de la mujer «con virtudes sólidas, no de esas de relumbrón, que hacen mucho ruido»; y con una capacitación intelectual amplia, para que fuera buena creyente en la Iglesia y ciudadana útil en la sociedad, dispuesta a ir «más allá de lo que los programas oficiales disponían», para abrir el corazón y la mente.

Lema y logotipo de la canonización.

Con este deseo, ingresó en las dominicas que había fundado recientemente san Francisco Coll. De ellas recibió una sólida formación en la vida religiosa. Pero ni la legislación vigente ni el ambiente favorecían sus deseos, puesto que la mujer no tuvo acceso oficial —salvo por vía de excepción— al Bachillerato hasta 1905, y a la universidad hasta 1910, un año antes de su muerte. Pese a algunas reacciones negativas, no eran los suyos meros deseos de promoción al estilo de las feministas de la época, sino el ansia de enriquecer a la familia cristiana con mujeres que respondieran a la dignidad con que las dotó el Creador, inspirándose en la figura de su criatura más perfecta: María Inmaculada, de quien se consideraba apenas «un instrumento inútil».

Adelante, siempre adelante

Así fue configurándose un nuevo carisma en la Iglesia, recibido por el arzobispo de Burgos, monseñor Manuel Gómez Salazar, en 1892. Débil y enferma, aquejada de diabetes y cáncer de hígado, agravados por las dificultades de todo orden que tuvo que afrontar, hizo suyo el lema Adelante, siempre adelante, Dios proveerá. Entre 1892 y 1907, abrió en España once colegios, diversas escuelas dominicales y de adultas, y residencias para las entonces llamadas señoras de piso.

En sus últimos años, sabiendo que en Italia la ley había prohibido la enseñanza religiosa, y que en Brasil faltaban brazos para trabajar los campos del espíritu, inició los preparativos para enviar a sus hijas a ambos países. La salud no le permitió concluirlos, pero les dejó su encargo: «Si yo no puedo, id vosotras».

Falleció en Madrid, en cuya casa de la calle Princesa se halla su sepulcro, el día 25 de julio de 1911, tal como ella había anticipado.

El primer milagro reconocido por la Iglesia consistió en la curación repentina de una religiosa, aquejada de espondilitis tuberculosa en fase terminal. El segundo, igualmente reconocido, fue la curación de una niña de tres años, aquejada de isquemia cerebral severa. Juan Pablo II la beatificó el 15 de marzo de 1998, y Benedicto XVI la canonizará el 21 de octubre de 2012.

M. María Asunción Valls, RCM