«Aljibes de virtud para darla» - Alfa y Omega

«Aljibes de virtud para darla»

Redacción

Llamadas por nuestra vocación a santificar a las niñas, trabajemos con celo en tan difícil misión; seamos como aljibes que se llenen, por el estudio y la oración, de ciencia y virtud, para después repartirlas entre esos seres que con sus travesuras y molestias han de labrarnos una corona de gloria y felicidad». Este párrafo pertenece a una carta que escribe «a la Madre Superiora y Comunidad de nuestra Casa-Colegio de Barajas de Melo (Ciudad Real)», la madre Carmen Sallés y Barangueras, cuyas virtudes heroicas acaba de reconocer (junto con los españoles Ceferino Jiménez, el «Pelé», mártir de Barbastro, la Madre Maravillas y la Carmelita de vida activa Teresa Mira García), el Papa Juan Pablo II, dando así un importante paso en el proceso de canonización de la Sierva de Dios, nacida en Vic (Barcelona) en 1848.

Desde el dinamismo de los grupos apostólicos juveniles del momento, la Fundadora de las Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza (Congregación surgida en Burgos en 1892, que se extiende hoy por cuatro continentes) se inició en el arte de atraer a sus compañeras, desarrollando una capacidad de liderazgo que iba poniendo las bases humanas a la obra que la gracia preparaba en ella.

Contribuyó a ir clarificando la forma de actuación sobre una sociedad en la que descubría la marginación de la mujer por falta de cultura, y el frágil apoyo que una fe poco fundamentada, podía ofrecerle.

«Carmen Sallés -comenta la Madre María Mateu, actual Superiora general- inauguró un nuevo camino en la Iglesia…, siempre abierta a la acción del Espíritu, como María Inmaculada; siempre dispuesta a responder con fidelidad y amor a lo que el Señor le iba mostrando como su Voluntad. Ella hizo realidad -en la medida que el Señor deseaba para ella- lo que la Virgen alcanzó con toda plenitud: ser santa e inmaculada ante Él por el amor».

Fiel testimonio de ello son estos párrafos de la citada carta de la madre Carmen Sallés: «No ignoráis, mis carísimas hijas, cuánto hemos tenido que sufrir, y cómo hemos sido probadas por la tribulación hasta llegar a este día de regocijo, en que el Papa Pío X se ha dignado dar la primera aprobación a nuestro humilde Instituto. En medio de nuestros trabajos y penas he experimentado un consuelo, y es que en la mayoría de nuestras religiosas he notado siempre un amor grande hacia la incipiente Congregación, y una confianza grande y perseverante en nuestra Madre Inmaculada, a la que habéis mirado siempre como a vuestra verdadera fundadora y de la que yo no he sido más que un instrumento inútil».

«Ha venido a ser nuestra Congregación tierra de bendición, como jardín donde el Señor quiere vivir alegrándonos con sus gracias y sus favores; esas casas y esas escuelas en las que con entusiasmo habéis trabajado, miradas con cariño y con amor por el Rey de los Cielos; y esa confianza que en María tenéis, premiada se ve por la palabra que emana de la cátedra del Pontífice. Seamos, hermanas mías, agradecidas a tantos favores, brille en nosotras un amor grande hacia el Esposo celestial que tanto nos ama».