«Como nadie hablaba con él, me acerqué yo a Roncalli...» - Alfa y Omega

«Como nadie hablaba con él, me acerqué yo a Roncalli...»

Si hubo un lugar de España que impactase especialmente a Angelo Roncalli fue el santuario asturiano de Covadonga, que él mismo describió como «una sonrisa de Dios en la naturaleza». En 1954, sólo cuatro años antes de ser elegido Papa, celebró la Misa en la gruta de la Santina por sus 50 años como sacerdote; se llevó la réplica de la Virgen asturiana que pondría después en las habitaciones papales; y se reunió con un grupo de 200 seminaristas a los que alentó en su vocación. Entre ellos, estaba el joven estudiante Alberto Torga Llamedo, que a sus 81 años recuerda la charla que mantuvo con el futuro santo, «un hombre que desprendía una humildad y una bondad que venían de Dios»

José Antonio Méndez
El cardenal Roncalli firmando en el libro de visitas del santuario

«La querida Virgen de Covadonga ha suscitado en Nos una devota contemplación y ha sido uno de los puntos más luminosos de Nuestro viaje a España, en el año 1954; es la sonrisa de Dios en la naturaleza y ha llenado mi corazón de gratitud y de gozo. Apenas la conocimos después de haber llegado a la cueva de Nuestra Señora, en la mañana del 21 de julio, celebramos la Santa Misa delante de Ella. ¡Cuánta dulzura inundó Nuestro espíritu y cuánto disfrutamos en aquel bendito lugar! Suavísima impresión dejó en Nos la visita al Seminario, durante la cual, en agradable reunión, hablamos en latín Cum magna simplicitate, lo que fue muy bien acogido entre aquellos queridísimos jóvenes. (…) Todos estos recuerdos viven siempre en Nuestro espíritu». Así describía Juan XXIII, en abril de 1960, la visita que había hecho años antes al santuario de Asturias.

El destinatario de sus palabras era el arzobispo de Oviedo, monseñor Lauzurica, que por entonces se encontraba bastante enfermo, y a quien escribía con el pretexto de agradecerle el envío de una réplica de la Virgen de Covadonga. En realidad, la imagen era similar a la que el propio Roncalli había adquirido en 1954 durante su viaje, y que había situado en su oratorio privado -primero en Venecia, y después en las habitaciones pontificias-; por lo que el verdadero motivo de la carta era mostrar, de forma discreta, su cercanía y oración por el obispo enfermo.

Imagen del cardenal Roncalli en la gruta de la Santina
Imagen del cardenal Roncalli en la gruta de la Santina

El entonces cardenal Roncalli había viajado hasta Asturias como parte de su itinerario hasta Compostela y al valle del Roncal, en Navarra, donde pretendía rastrear (sin éxito) el origen de sus apellidos. Sin embargo, la visita fue uno de los enclaves que más impactó al futuro santo por la belleza del paisaje, la devoción a la Santina, y el contacto con los seminaristas.

¿Un día libre? Mejor dos…

Uno de aquellos estudiantes era Alberto Torga Llamedo, que con 21 años era de los más jóvenes de su curso (de hecho, fue ordenado sacerdote a los 23, un año antes de lo normal, con dispensa de su obispo). Hoy, a sus 81 años, recuerda con precisión meridiana que, «tras celebrar la Eucaristía en la gruta, el cardenal se reunió con nosotros, que éramos casi 200, y le hicimos un gran homenaje, porque sabíamos que era un cargo importante. Él empezó a hablarnos en latín, sobre la vocación sacerdotal, pero después de un rato, y como le costaba un poco, nos dijo que el latín ya no se usaba, y que mejor nos hablaría en francés. Siguió animándonos a buscar a Dios, pero, después de otro rato, dijo: Ma come la propria lingua, nessuna, y continuó en italiano, que era la que dominaba y entendía. Luego nos preguntó si, después de la visita de un cardenal, nos daban el día libre, y le dijimos que sí, a lo que él respondió: Pues como yo, además, soy Patriarca, mejor que os den dos».

Imagen del cardenal Roncalli en la gruta de la Santina

La sidra y la cercanía de un santo

El padre Torga cuenta que, tras el encuentro, «salimos a pasear. Se le veía un hombre de una enorme cercanía y sencillez, de una humildad y una bondad que venían de Dios. Pero aun así, a los seminaristas les daba vergüenza acercarse y hubo un momento que se quedó solo. Y yo, que nunca he sido vergonzoso, como nadie hablaba con él, me acerqué a Roncalli y empezamos a hablar. Me preguntó mi nombre y de dónde era, y le dije que de Nava, la tierra de la sidra. Pero claro, él no sabía qué era la sidra y le tuve que explicar que era el vino de las manzanas. Después se acercaron más seminaristas y seguimos con una conversación muy distendida, en la que demostró una simpatía increíble».

Cuando, cuatro años después, Roncalli fue elegido Papa, Torga, que ya era párroco, mandó que las campanas de su parroquia repicasen de 5 de la tarde a 11 de la noche. Un Papa enamorado de la Santina, bien lo merecía…