Las cocinas del Vaticano II - Alfa y Omega

Las cocinas del Vaticano II

Comienza el Año de la fe, convocado por Benedicto XVI, en la carta apostólica Porta fidei, a los 50 años del inicio del Concilio Vaticano II. Su lectura me hizo recordar aquellos años de mi sacerdocio, entonces recién estrenado, y las muchas tardes sentado junto al sillón de ruedas de Lolo, del beato Manuel Lozano Garrido… Escribe el postulador de su causa de canonización, el sacerdote y escritor Rafael Higueras, que prepara un libro sobre el Concilio

Rafael Higueras Álamo
El Papa Juan XXIII preside una de las primeras reuniones de la Comisión de Coordinación en el Concilio Vaticano II.

Desde el 25 enero 1959, en que Juan XXIII anunció la celebración de un Concilio, la preparación había sido larga y paciente. El primer día del Vaticano II se repartió a los más de 2.500 Padres conciliares un librito con los nombres de todos los Padres conciliares, y otro con los integrantes (entre 10 y 20 miembros en cada una) de cada una de las 10 Comisiones que habían venido elaborando los 70 temas para su estudio, además de la Comisión central a la que pertenecían 66 cardenales, y que había llevado el peso de la preparación. De entre los 2.500 Padres, y por ellos mismos, habrían de elegirse los 160 miembros (16 para cada una de las 10 Comisiones). El 13 de octubre, día de la primera sesión de trabajo, debía comenzarse con la votación de esos 160 nombres. La sesión duró ¡sólo 15 minutos! ¿Cómo fue posible? El cardenal francés Liénart, obispo de Lille, y el cardenal Frings, arzobispo de Colonia, propusieron «que la sesión se interrumpa y se conceda a los Padres presentar, desde cada Conferencia Episcopal o grupos de obispos de un país, candidatos; y votar sobre esas candidaturas». Los aplausos que acogieron la propuesta eran expresión de lo que todos deseaban: un concilio realmente ecuménico.

Juan XXIII dio otra lección de colegialidad episcopal, cuando todavía ni se había estudiado esa cuestión en el Concilio. De entre los miembros que él había de elegir, escogió para cada comisión a los tres Padres que habían obtenido mayor número de votos a continuación de los 16 elegidos, o sea quienes habían quedado en los puestos 17, 18, y 19, y ese gesto suyo fue muy elocuente.

Lolo, un profeta del Concilio

Martín Descalzo tuvo el buen acuerdo de remitir al ahora beato Lolo, cada día, un ejemplar de La Gaceta del Norte, donde escribía sus crónicas desde Roma, para que Lolo siguiera el día a día de aquella primavera de la Iglesia. ¡Cuántas horas, cuántas tardes pasé allí sentado con Lolo, leyendo y releyendo esas crónicas! ¡Cuántas tertulias en aquellos 4 años (1962-1965)! Uno de los testigos del proceso de canonización de Lolo, amigo suyo desde la infancia, decía en su declaración: «Se sentía hijo de la Iglesia, profundamente identificado con todo el significado universal de la Iglesia…; con motivo del Vaticano II, a más de uno de nosotros nos enseñó que aquello no era cosa de los obispos, sino de todos y cada uno de nosotros, que con nuestra oración teníamos que conseguir… que las directrices que salieran del Concilio fueran las más ajustadas a lo más profundo del Evangelio». Y añade: «Los momentos de tensión del Concilio los vivió muy intensamente, yo me atrevería a decir que los padeció; y su oración, durante todo el Concilio, fue intensa». El propio Martín Descalzo, a la muerte de Lolo, escribió: «Ésta tu muerte alegre ha sido para mí muy importante: porque ha llegado en un momento en que quienes creemos estar construyendo la Iglesia, vivimos llenos de polémicas y de tensiones. Mientras nosotros discutíamos, tú ahondabas; mientras nosotros nos avinagrábamos, tú sabías y repetías que todo es gracia».

Cuando el Concilio estudiaba el apostolado seglar, o la Iglesia y los medios de comunicación, Lolo manifestaba su gozo con ese mínimo movimiento de todo su cuerpo, que era el máximo que él podía conseguir, como un niño que brinca a las alturas cuando mete un gol. En aquellos momentos, y en muchos otros, allí al lado del sillón de ruedas, yo veía a Lolo como un profeta del Concilio.

El papel de las comisiones fue de capital importancia; sobre la base de los borradores, se hacía una primera valoración. Tal borrador, una vez discutido en sus líneas generales, podía ser rechazado en su totalidad. O, en caso de ser admitido el borrador, comenzaba el estudio minucioso, párrafo a párrafo… Este estudio tan en detalle, en las comisiones y de los peritos de cada una de ellas, fueron realmente las cocinas del Vaticano II. En todas las comisiones había algún obispo español.

Triste indiferencia

Martín Descalzo publicó, al concluir el Concilio, en cuatro libros, sus crónicas para La Gaceta del Norte de cada una de las etapas conciliares. En esa edición pulió la jugosidad contemporánea que tiene la prensa fresca de cada día. En el prólogo del primer volumen, dice: «Este libro nace de una tristeza: la de quien, al llegar entusiasmado del Concilio, se encuentra un clima católico que ha vivido en una dulce indiferencia aquello que uno había juzgado entusiasmante».

Ahora se cumplen 50 años del Vaticano II. Sus ecos no se han apagado, aunque tampoco han resonado con la fuerte vibración que necesitaban. Ahora se nos da la oportunidad de re-leer el Concilio, sus documentos, sus frutos, como el Catecismo de la Iglesia Católica. Dicho en una palabra: Ahora es tiempo de gracia, ahora es tiempo de salvación (2 Cor 6, 2).

Rafael Higueras Álamo es canónigo de la Catedral de Jaén