Tiempo de graduaciones - Alfa y Omega

Tiempo de graduaciones

Javier Alonso Sandoica

Se ha terminado el segundo de Bachillerato y en los colegios se monta la mesa de gala de las graduaciones, con parafernalia propia de los Estados Unidos. Es que ahora es tiempo de importar casi todo y, hasta en la organización de eventos, nos traemos lo de fuera. Me dice una chica de 17 años que el problema de los jóvenes de su edad es la falta de una vocación vital, la incertidumbre. El pasado lunes, el New York Times resumía la encrucijada juvenil de escoger futuro laboral, con un laberinto de edificios a medio construir, delante de una chica muy perdida. Lo peor de una incertidumbre es cuando se vuelve estructural, como las depresiones.

Se cumplen estos días los diez años del célebre discurso de la ceremonia de graduación del Kenyon College (Ohio), que David Foster Wallace pronunciara en 2005. El escritor norteamericano no solía aceptar estas invitaciones, pero le mordió el apetito por decirles a los jóvenes cuatro cosas. La Facultad era de Humanidades. Foster Wallace les explicó que el título que estaban a punto de recibir «posee un verdadero valor humano, y no una mera llave para la remuneración material». «La educación en Humanidades no es tanto atiborrarte de conocimiento, como enseñarte a pensar. Voy a hacerme eco de este lugar común, que no considero insultante, porque lo que verdaderamente importa en la educación no vendría a ser aprender a pensar, sino a elegir cómo vamos a pensar».

Es muy interesante lo que el escritor va soltándoles. Sobre el atril hay una botella de agua y las dos manazas del conferenciante, que le sirven para expresarse mejor y ponerse el pelo en orden. «La educación real se refiere a la libertad, decidir qué tiene y qué no tiene sentido. Decidir conscientemente qué es lo que vale la pena venerar. La libertad que de verdad importa implica atención, conciencia, disciplina, y estar realmente interesados en el bienestar de los demás. Estar dispuestos a sacrificarnos por ellos una y otra vez en cuestiones insignificantes todos los días. Ésa es la libertad real. La alternativa es lo inconsciente, lo automático, el funcionamiento por defecto, el constante sentimiento de haber tenido y perdido alguna cosa infinita». El escritor les hablaba de buscar sentido a la vida más allá de la remuneración, de decidir qué vale la pena venerar. Es ilustrativo que un escritor joven les hablara de la conciencia de haber perdido alguna cosa infinita. También lo apunta la Nobel W. Szymborska, «sin cesar, no saber algo importante». Cosas tan estimulantes deberían incentivar a los jóvenes hacia un punto de arranque.