Bautismo de Jesús, y nuestro - Alfa y Omega

Bautismo de Jesús, y nuestro

Fiesta del Bautismo del Señor

Carlos Escribano Subías

Con la fiesta del Bautismo del Señor, culminamos el tiempo litúrgico de la Navidad. El Señor se ha ido manifestando a lo largo de estas semanas: en Belén, a María, a José y a los pastores en la humildad del pesebre; en la Epifanía, cuando, a través de los magos de Oriente, se presentó a todos los pueblos. Hoy, Jesús se revela, en las orillas del Jordán, a san Juan Bautista y al pueblo de Israel.

La manifestación de Dios, a lo largo de estos días, se convierte en una propuesta pedagógica que nos ayuda a acercarnos a estos signos divinos y a reconocerlos de nuevo en los acontecimientos de nuestra vida cotidiana, a fin de que nuestro corazón se abra al amor de Dios. Si la Navidad y la Epifanía han servido, sobre todo, para hacernos capaces de ver, para abrirnos los ojos y el corazón al misterio de un Dios que viene a estar con nosotros, el Bautismo del Señor nos introduce en una relación personal con Él, que se hace cotidiana. Cuando el Bautista sumerge a Jesús en el río Jordán, Él se une a nosotros de una forma nueva. Con el Bautismo se establece un puente que permite una comunicación estable y confiada entre Dios y el hombre. Es el camino en el que Jesús se nos hace accesible. Es la promesa del gran de Dios, la puerta de la esperanza y, al mismo tiempo, la señal que nos indica el camino por recorrer de modo activo y gozoso para poder encontrarlo y sentirnos amados por Él.

El primo de Jesús entiende que algo nuevo está sucediendo: ha señalado al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y, paradójicamente, Jesús acude a él a recibir un bautismo de conversión. San Juan acoge la voluntad de Dios, quien vuelve a manifestarse tras el bautismo haciéndose presente y pronunciando su Palabra: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3, 17).

En nuestro Bautismo, el Padre repite aquellas mismas palabras referidas a cada uno de nosotros: Tú eres mi hijo amado. Somos adoptados e incorporados a la familia de Dios, en comunión con la Santísima Trinidad, en comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo que, de una manera tan hermosa, son representados en el pasaje evangélico de este domingo. Presencia de la Santísima Trinidad que nos conecta con el momento del envío final por parte de Jesús a sus discípulos: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19).

A partir del lunes próximo, comienza de nuevo el Tiempo ordinario, a la espera de la celebración de la Pascua definitiva de Nuestro Señor. Tiempo ordinario que, como proponíamos más arriba, nos ofrece la fuerza de nuestro Bautismo, conforme al mandato de Jesús a sus apóstoles, como una misión incoada que debemos desarrollar en el trascurrir de nuestra vida y así, domingo tras domingo, día tras día, ir profundizando en la persona y el mensaje de Jesús que se nos presenta accesible y nos invita a identificarnos cada día más con Él.

Evangelio / Mateo 3, 13-17

En aquel tiempo fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.

Pero Juan intentaba disuadirlo, diciéndole:

«Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?»

Jesús le contestó:

«Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere».

Entonces Juan se lo permitió.

Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre Él. Y vino una voz del cielo que decía:

«Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco».