«No sintáis pena» - Alfa y Omega

«No sintáis pena»

El Papa ha emprendido un nuevo viaje para «encontrarse con el Padre» y nos ha dejado un mensaje de esperanza dando testimonio de la grandeza de la fe católica. Nos ha animado en su partida a «celebrar el paso de la muerte a la Vida» y a ser «fuertes en la fe». Nos ha dicho con esperanza cristiana: «No sintáis pena»

Rosa Puga Davila

La muerte no fue un tema tabú para el Papa, se refirió a ella, incluso a la suya propia, en muchas ocasiones a lo largo de sus años de pontificado. El Papa, gran defensor de la vida en todas sus expresiones, no rehuyó hablar de la muerte y le pudimos escuchar refiriéndose a ella, en ocasiones, como «destino común de la Humanidad», como el «encuentro con el Padre».

Ejemplo de estas manifestaciones fue la Audiencia general del miércoles 2 de junio de 1999, en la que Juan Pablo II dirigía su atención al significado de la muerte y afirmaba que, en la actualidad, «resulta difícil hablar de la muerte porque la sociedad del bienestar tiende a apartar de sí esta realidad, cuyo solo pensamiento produce angustia». Decía del mismo modo que, sobre esta realidad, «la Palabra de Dios, aunque de modo progresivo, nos brinda una luz que esclarece y consuela».

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La coherencia con la que vivió Juan Pablo II le ha acompañado en su muerte. Discursos como el pronunciado por el Papa para la Academia Pontificia para la Vida, en 1999, constatan en sus palabras que ha muerto con esa muerte que quería salvaguardar para otros, una muerte lejana a la cultura de la muerte y a éticas utilitaristas, por la cual muchas sociedades avanzadas se regulan según los criterios de productividad y eficiencia: «Hay -afirmaba en este discurso- una dimensión filosófica e ideológica, basándose en la cual se apela a la autonomía absoluta del hombre, como si fuera autor de su propia vida. Desde ese punto de vista se insiste en el principio de la autodeterminación y se llega incluso a exaltar el suicidio y la eutanasia como formas paradójicas de afirmación».

Juan Pablo II testimonió aquellas palabras que ese febrero de 1999 dirigió a otros acerca de la dignidad del moribundo: «La llamada cultura del bienestar implica frecuentemente la incapacidad de captar el sentido de la vida en las situaciones de sufrimiento y limitación, que se dan mientras el hombre se acerca a la muerte». Frente a las campañas de opinión, a las que ya se había referido, por las cuales «muchas sociedades avanzadas se regulan según sus criterios de productividad y eficiencia», se refirió al enfermo grave y al moribundo, que en ocasiones es visto como carga y sujeto pasivo.

La capacidad de Juan Pablo II fue cuestionada en sus últimos meses por diversos sectores. El Papa respondió mostrándose al mundo vulnerable y defendiendo el sentido de la vida y del sufrimiento católicos: «El amor como fuente definitiva de todo lo que existe es también la fuente más plena de la respuesta a la respuesta sobre el sentido del sufrimiento. Esta respuesta ha sido dada por Dios al hombre en la Cruz de Jesucristo». Juan Pablo II, en la Carta apostólica Salvifici doloris, hacía en este sentido un llamamiento a los que sufren: «Precisamente a vosotros que sois débiles, pedimos que seáis una fuete de fuerza para la Iglesia y para la Humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal, que nos presenta el mundo contemporáneo, venza nuestro sufrimiento en unión con la Cruz de Cristo».

En su Catequesis del Salmo 48, Juan Pablo II se refirió a la muerte como «meta ineludible de la existencia humana», y no tuvo reparo en referirse a la que sería la suya propia. Lo hizo en un encuentro el 18 de mayo de 2003 con 20.000 peregrinos polacos. Se dirigió a ellos con estas palabras: «Cada vez me doy más cuenta de que se acerca el momento en que tendré que presentarme ante Dios con toda mi vida, desde mi juventud en Wadowice, después en Cracovia y, por último, en Roma. Confío en la misericordia divina y en la protección de la Virgen Santa. Agradecido por el don de la vida, vuelvo a entregar hoy a la Virgen mi existencia y el ministerio que la Providencia me ha llamado a realizar».

Juan Pablo II defendió la vida y vivió su muerte: «Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad, y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: la muerte ha sido absorbida por la victoria» (1 Cor 15, 54: cf. 2 Co 5, 1).

La herencia de las llaves

En la dimensión de la visión metafísico-poética, Karol Wojtyla, en la Capilla Sixtina, se ve incluso a sí mismo mientras vota en el Cónclave de agosto de 1978 a aquel cardenal que se convirtió en Juan Pablo I, y en el de octubre del mismo año, en el que él mismo fue votado y se convirtió en Juan Pablo II

«Los hombres a quienes se confió el cuidado de la herencia de las llaves
se encuentran aquí, se dejan envolver por la policromía sixtina,
por la visión que dejó Miguel Ángel.
Así fue en agosto y, luego, en octubre del memorable año de los dos Conclaves,
y así será de nuevo, cuando se presente la necesidad,
después de mi muerte.
Es menester que les hable la visión de Miguel Ángel.
Con-clave: el común cuidado de la heredad de las llaves, de las llaves del Reino.
He aquí que se ven entre el Principio y el Final,
entre el Día de la Creación y el Día del Juicio…
Sólo le es dado al hombre morir una vez, ¡y luego el Juicio!
La transparencia final y la luz.
La transparencia de los hechos.
La transparencia de las conciencias.
Es preciso que, durante el Conclave, Miguel Ángel concientice a los hombres.
No olvideis: Omnia nuda et aperta sunt ante oculos Eius.Tú que penetras todo , ¡indica!
Él indicará…»

Juan Pablo II
De Tríptico Romano: poemas. Edita: Universidad Católica de Murcia

Amaba la vida

En el Vía Crucis del Viernes Santo del año 2003, que Juan Pablo II presidió en el Coliseo de Roma, el poeta Mario Luzi hizo la siguiente meditación previa, en forma de maravilloso poema. En la muerte del Papa Juan Pablo II, que tanto amaba la vida, difícilmente unas palabras humanas pueden superar las de esta maravillosa oración que el poeta pone en boca de Cristo doliente durante su Pasión:

«Padre mío, me había apegado a la tierra
mucho más de lo que hubiera creído.
¡Qué hermosa y terrible la tierra.
Nací en ella casi a escondidas,
en ella crecí y me hice adulto
en un tranquilo rincón
entre gente pobre, amable y execrable.
Me he apegado a sus caminos,
se me han hecho queridos
las colinas y los olivares,
las viñas y hasta los desiertos.
La tierra apenas es una estación para Tu hijo,
pero ahora me duele dejarla,
incluso a estos hombres y estos menesteres,
sus casas y sus refugios
me da pena tenerlos que dejar.
El corazón humano está lleno de contradicciones,
pero ni por un momento me he alejado de Ti.
Te he llevado incluso hasta donde parecía que no estaba
o creí olvidar que había estado.
La vida sobre la tierra es dolorosa,
pero también gozosa: me encandilan
las pequeñeces del hombre, los árboles y los animales.
Los echo de menos hoy aquí en esta colina que llaman Calvario.
Despedirme me angustia más de lo justo.
¿He sido demasiado hombre entre los hombres o demasiado poco?
¿He hecho demasiado mío lo terrenal, o lo he rechazado?
La nostalgia de Ti ha sido continua y fuerte,
dentro de poco estaremos juntos en la Sede Eterna.
Padre, no juzgues
este hablarte mío humano casi delirante,
acógelo como un deseo de amor,
no mires su insensatez.
He venido a la tierra para hacer tu voluntad.
Y, en cambio, a veces la he discutido.
Perdona mi debilidad, te lo ruego.
Cuando estemos reunidos en el cielo
habré pasado una prueba grande,
que no se pierde en la memoria de la eternidad.
Pero desde humano estado de abyección
voy ahora hacia Ti, compréndeme, en mi debilidad.
Me agarran, me levantan en la cruz plantada sobre la colina,
ay, Padre, me clavan las manos y los pies.
Verdaderamente, aquí termina el camino.
La deuda de la iniquidad, pagada a la iniquidad.
Pero Tú sabes de este misterio. Solamente Tú».

Mario Luzi