Karol Wojtyla, por encima de tradicionalistas y progresistas - Alfa y Omega

Karol Wojtyla, por encima de tradicionalistas y progresistas

Colaborador

Karol Wojtyla tomó partido contra quienes separan en exceso el orden de la naturaleza (en cuyo interior el hombre se realizaría como puramente natural) y el orden de la gracia, tan lejano entonces del orden de la naturaleza, que así las cosas parecería un accesorio superfluo y en el límite de un ornato innecesario, pues si se negara que la naturaleza del hombre se dirige hacia Dios y en Él se funda, entonces se admitiría la posibilidad de una civitas hominis atea.

Del mismo modo, si se admitiera que ya en el mero orden natural se cumpliría a la perfección la humana deificación del amor, ¿no habría que concluir que el hombre tendría un derecho tan natural a la Revelación, que convertiría a ésta en superflua?

Por lo demás, y según tales presupuestos, ¿no habría que hacer coincidir la historia de la salvación con la historia de la Humanidad, un tanto a la hegeliana, porque el creciente progreso de la Humanidad misma llevaría adelante por sí solo el progreso, volviendo otra vez superfluo el hecho de la Redención?

Rocco Butiglione ha resumido el estado de la cuestión: ciertos teólogos sostienen que en Cristo la naturaleza humana ha sido totalmente asumida en Dios y que, después de Cristo, no existe naturaleza humana, sino una única naturaleza humano-divina, de suerte que los últimos tiempos son aquellos en los que llega a su cumplimiento esta nueva naturaleza humano-divina. Esta posición es falsa, y queda expuesta a un retorcimiento materialista, si se supusiera que es el hombre quien se libera progresivamente de su alienación, reapropiándose para sí mismo de las cualidades que había inicialmente situado en Dios.

Contra esto reaccionó Wojtyla. Decir que el orden de la gracia y el de la naturaleza (o mejor, el de la Redención y el de la Creación) se encuentran en la Cruz de Cristo, significa reafirmar la doctrina trinitaria, según la cual la naturaleza humana y la naturaleza divina no se mezclan, sino que se unen en la persona de Cristo, y los hombres entran en la vida de Dios por la persona de Cristo, adhiriéndose a la Cruz de Cristo. Precisamente por esto, la historia del mundo no puede ser representada mediante un proceso rectilíneo, en el que el hombre progrese continuamente hacia el reino de Dios. El Reino está ya en la historia del hombre, y sin embargo de forma misteriosa, y, hasta el fin, el tiempo de la Historia es un tiempo de decisión a favor o en contra de Dios y a favor o en contra de la verdad del hombre. De aquí igualmente la observación de Wojtyla, según la cual el texto conciliar corría el riesgo de ser demasiado unilateralmente optimista, al confundir el progreso material con su perfeccionamiento moral.

El error de la posición tradicionalista, como el de la progresista, es no comprender el orden personalista, incapaces de pensar que el hombre pueda ser creado por Dios sin por ello tener un derecho sobre Dios. El orden de la naturaleza, por el contrario, se halla en función de la gracia, y es reinterpretado a partir de la experiencia del hombre salvado, y sólo en esta perspectiva muestra toda su riqueza. Cristo, en efecto, aporta al hombre no sólo la vida eterna, sino también el céntuplo en esta vida, esto es, la sanación y la reorientación de la existencia natural, excluyendo de este modo la pretensión de que el hombre pueda regular su vida adecuadamente desde el punto de vista simplemente natural, exlcuyendo de su propia existencia tanto a Dios como la apertura hacia la trascendencia. Por consiguiente, en la conciencia cristiana, Creación y Redención están estrechamente vinculadas: se cierra así el camino a toda pretensión de imponer una ruptura entre cristianismo y religión, que impusiera un cristianismo no religioso o posreligioso.

Carlos Díaz
Profesor de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid