«Papá, enséñame a mirar» - Alfa y Omega

«Papá, enséñame a mirar»

El CaixaForum de Barcelona acoge desde hoy, y hasta el 6 de septiembre, la exposición itinerante de fotografía social y documental Somos migrantes, que invita al visitante (a través de 36 fotografías) a ponerse en la piel de las personas que migran por corredores como la frontera entre México y Estados Unidos, o la frontera hispano-marroquí

José Luis Pinilla Martin
Un hombre se apoya en la valla que separa España de Marruecos. Foto: Antonio Ruiz

Dice Octavio Paz en El laberinto de la soledad que «si nos encerramos en nosotros mismos, hacemos más profunda y exacerbada la conciencia de todo lo que nos separa, nos aísla y nos distingue. Y nuestra soledad aumenta». Para evitarlo, la exposición itinerante de fotografía social y documental Somos migrantes, organizada por la ONG jesuita Entreculturas, nos invita (a través de 36 fotografías) a ponernos en la piel de las personas que migran por la frontera entre México y EE. UU. y la hispano-marroquí.

La vi por primera vez en los pasillos de la planta principal de la Universidad de Comillas, por donde obligatoriamente tenían que pasar todos los estudiantes. Pensé, al verla colgada en esas paredes que encarnan el aprendizaje y la sabiduría, que esta exposición, aunque sólo sirviera para provocar la pregunta por el sentido de lo que hago en mi vida, merecería la pena. Porque esta exposición habla del otro y de los otros. La mejor pauta para buscar ese sentido. El otro y los otros. En las fronteras. En las fronteras físicas y vitales de los migrantes.

La injusticia, la violencia y la explotación han llenado de empobrecidos los caminos del mundo. Para ellos, muchas fronteras se han transformado en un límite impuesto por los poderosos a los derechos y al bien común, que es de todos. También son vallas, son mares, son océanos. Y mientras tanto, por el camino, van tragando sal, arena y muerte como único alimento.

La primera vez que Gerardo Diego descubrió de la mano de su padre el mar Cantábrico, le dijo: «Papá, enséñame a mirar». Estas fotografías nos enseñan a mirar. Si se miran bien, se descubren incluso los sueños de sus protagonistas. También se aprecia cómo el dolor se transforma en semilla de esperanza para los que dejaron atrás y por quienes viven, caminan y mueren. Son fugitivos de una vida imposible. Los que atraviesan por mar empiezan a sospechar que aquellos mares no tienen riberas.

Me parece muy bien que Entreculturas haya querido mostrar el rostro, las manos y la mirada de esas personas que deciden migrar y se topan con fronteras de desesperanza, con largos caminos donde impera el miedo y la violación de sus derechos humanos, tanto si van en patera o como si van a pie. O como si se suben al tren llamado la Bestia, donde sólo reciben las caricias de Las Patronas –¡Un premio internacional para ellas, por favor; por ejemplo el de la Concordia de la Fundación Princesa de Asturias!–, mujeres que todos los días, al borde de las vías del tren, les lanzan agua, comida y besos en su largo camino hacia la frontera. Fronteras donde la violencia, el hambre, las violaciones y los infiernos de las mafias hacen su agosto todos los meses del año. Quizás hasta huyan de desastres ecológicos, como denuncia el Papa en Laudato si.

Este dolor purifica. Les han robado incluso su dignidad cuando les han –les hemos– dejado desnudos en medio del mundo. Y han tenido que vestirse de asiento de automóvil o de neumático salvavidas. Mientras tanto, se renuevan las amenazas de criminalizar a estos inmigrantes y solicitantes de asilo vulnerables, o que han ingresado de manera irregular. Europa y Estados Unidos les cierran sus fronteras. España ni siquiera se compromete a acoger tan sólo a cinco mil refugiados, desahuciados por la guerra, que además vienen con el pan bajo el brazo que ofrece la Unión Europea: 6.000 euros por persona y 50 millones para gestionar su estancia en dos años. Y todavía siguen regateando números en la agenda europea. Europa camina hacia atrás, a lo que empezó siendo: un vulgar mercadeo donde el hombre no es el centro sino moneda de cambio.

Esta historia de allí sólo tiene sentido leerla y contemplarla cuando se convierte en compromiso incuestionable para aquí. Para eso es esta exposición. Porque todos Somos migrantes.