Un encuentro para la historia - Alfa y Omega

Un encuentro para la historia

Fue un encuentro decisivo entre el beato Giacomo Alberione y la joven Teresa Merlo, sor Tecla, el que impulsó una de las congregaciones más fecundas en la difusión de la Palabra de Dios: las Hijas de San Pablo, conocidas como las Paulinas

José María Ballester Esquivias
Dos paulinas vendiendo libros

El 15 de marzo de 1953, el Vaticano reconoció de forma oficial a las Hijas de San Pablo –popularmente conocidas como las Paulinas– como congregación religiosa de derecho pontificio, y les encomendó la «difusión y divulgación de la doctrina católica mediante el apostolado de las ediciones, o sea, la prensa, el cine, la radio, la televisión y los otros medios más rápidos y eficaces que el progreso humano y las condiciones de los tiempos requieren».

Era la oficialización canónica de una tarea que las Hijas de San Pablo venían desempeñando desde hacía casi cuatro décadas; más exactamente desde que, en junio de 1915, hace un siglo, el beato Giacomo Alberione, fundador de la Familia Paulina, conoció a la joven Teresa Merlo, sor Tecla.

El beato Alberione

La joven Teresa, que entonces contaba con 21 años, oficiaba como costurera. Aceptó unir su destino al del beato Alberione y, junto a otras jóvenes, comenzó a coser la ropa de los soldados: Italia acababa de irrumpir en la I Guerra Mundial en el bando aliado, encabezado por Gran Bretaña y Francia.

Mujeres y periodistas

Sin embargo, Tecla y sus compañeras estaban proyectadas para llegar muchos más lejos y, sobre todo, para cumplir una misión divina. Un año antes del encuentro entre sor Tecla y el padre Alberione, a este último le había confiado el obispo de Alba (Italia), monseñor Francisco Re, la dirección del periódico diocesano La Gazzetta d’Alba. La intención del joven sacerdote no era rutinaria: quería movilizar a religiosos con el fin de que utilizasen las nuevas técnicas de difusión para anunciar el Evangelio y potenciar las tareas de apostolado.

Por entonces, era una osadía que los religiosos se dedicasen a esas tareas; pero el joven sacerdote no sólo no desistió, sino que también quiso implicar a la mujer, convencido de que su papel no tenía que limitarse a sus labores. Por eso el proyecto también incluía a las religiosas. De ahí que, al finalizar la I Guerra Mundial, Alberione enviase a algunas de sus jóvenes, Teresa entre ellas, a hacerse cargo de La Valsusa, un semanario católico que se distribuía en la zona alpina fronteriza con Francia.

Teresa –que en 1916 había hecho sus votos privados– y sus compañeras se pusieron, nunca mejor dicho, manos a la obra, y junto a los trabajos propios de una periódico –redacción, composición e impresión–, también se dedicaron a vender libros. Así nacían los rasgos definitorios de la Familia Paulina.

Sor Tecla

Según la biógrafa de sor Tecla, Gabriela Collesei, «siguiendo el ejemplo de san Pablo, las Hijas están llamadas a abrirse para acoger a todos los pueblos y culturas, con el deseo de hacerse todo a todos con tal de predicar la buena noticia del Señor Jesús». Y lo hicieron a través de otra de las aportaciones novedosas de Alberione: la edición masiva de la Biblia, para que llegase a todos los hogares.

Bajo el impulso de sor Tecla, superiora de la congregación desde 1922 hasta su muerte en 1964, las Hijas de San Pablo consolidaron su obra a través de revistas, películas y librerías, adaptándose siempre a la evolución tecnológica. A día de hoy, están presentes en una cincuentena de países pertenecientes a los cinco continentes.

Como escribe sor Anna Maria Parenzan, actual superiora de las Hijas de San Pablo, en su mensaje con motivo del centenario, «nuestra mirada se posa sobre el pasado para contemplar, con agradecimiento, la salvación que nos ha alcanzado; y sobre el futuro, para renovar la alianza y recibir de nuevo la pedagogía del Padre, una pedagogía que corre en los surcos de la humildad y de la fe, por los cuales caminaron la maestra Tecla y las primeras hermanas».