«María es la madre de la esperanza» - Alfa y Omega

«María es la madre de la esperanza»

A tres días del cierre del Año de la fe, el Papa visitó a una comunidad de contemplativas benedictinas camaldulenses, a la que acuden cada día unas ochenta personas para poder comer, y donde cada domingo los fieles pueden asistir a la Lectio divina. El monasterio de San Antonio Abad es también conocido por las historias de religiosas como sor Nazarena de Jesús, que ingresó el 21 de noviembre del año 1945 y vivió más de cuarenta años alimentándose sólo de pan y agua

Paloma García Ovejero
El Papa durante su visita al monasterio de San Antonio Abad, de monjas benedictinas camaldulenses, en el Aventino, Roma

Hacer la voluntad de Dios. María es la madre de la esperanza: en estas dos ideas basó el Papa Francisco su meditación, el pasado 21 de noviembre, Jornada para la Vida Contemplativa y día en que la Iglesia celebra la Presentación de la Santísima Virgen [no en España, donde el día se celebra en la solemnidad de la Santísima Trinidad]. A tres días de la clausura del Año de la fe, el Santo Padre eligió el monasterio de San Antonio Abad, que acoge a las benedictinas camaldulenses en la colina del Aventino, cerca del Vaticano, para compartir con ellas el rezo de Vísperas y un tiempo de Adoración eucarística al que siguió su predicación: «La voluntad de Dios es la ley suprema que establece la verdadera pertenencia a Él. Cuando María le dice al ángel: Aquí está la sierva del Señor: hágase en mí según tu palabra, no es sólo una aceptación, sino una apertura confiada al futuro. ¡Este Hágase es esperanza! María es la madre de la esperanza. Toda su vida es, al unísono, espera y esperanza».

El Papa mencionó Belén y su pobreza, Jerusalén con la profecía de Simeón, Caná y las respuestas enigmáticas del Hijo…, para proclamar a continuación: «¡La Virgen no vacila nunca! Es una mujer de esperanza. La esperanza se nutre de escucha, de contemplación, de paciencia para que los tiempos del Señor maduren». También ella, proseguía el Papa, podía haber dicho: He sido engañada. Pero no lo dijo.

Y aquí es donde el Pontífice argentino introdujo las preguntas, parte ineludible de todos sus discursos y catequesis. También les tocó responder en silencio a las veintidós monjas del Aventino. «A veces pienso: ¿Nosotros sabemos esperar al mañana de Dios? ¿O queremos el hoy? El mañana de Dios, para la Virgen, es el alba de la mañana de Pascua. La única lámpara encendida en el sepulcro de Jesús es la esperanza de la madre, que en ese momento es la esperanza de toda la Humanidad. Me pregunto a mí mismo, y os pregunto a vosotras: ¿En los monasterios está todavía encendida esta lámpara? ¿En los monasterios se espera el mañana de Dios?».

40 años, a pan y agua

El Papa pudo escuchar estas y otras respuestas cuando, a continuación, se reunió a solas, en la sala capitular, con toda la comunidad de clausura. Era la primera vez que las visitaba como obispo de Roma, pero ya había oído hablar mucho de ellas. Especialmente de sor Nazarena de Jesús, que ingresó en este monasterio precisamente un 21 de noviembre, en 1945, y vivió más de cuarenta años alimentándose sólo de pan y agua, y durmiendo en un viejo catre. Se llamaba Julia Crotta y había nacido en Connecticut (Estados Unidos), en 1907; era la séptima hija de un matrimonio de inmigrantes italianos. Un día, sintió la llamada al desierto, y eso hizo: primero, de forma literal, se fue a Judea y Palestina. Después, y tras muchos sufrimientos e incomprensiones por parte de sus directores espirituales y de otros conventos, viajó a Italia; el mismísimo Pío XII la recibió en audiencia privada el día de su profesión para autorizarla a llevar esta vida de anacoreta. La actual abadesa, Michela Porcellato, mostró al Papa Francisco las cartas que Nazarena Crotta escribió a su padre espiritual hasta su muerte, en 1990.

Cuenta el vaticanista Sandro Magister que, además, el Papa quería conocer de primera mano este lugar donde se forma todos los días una fila de ochenta pobres a quienes las monjas dan de comer; y donde cada domingo, desde hace treinta años, un sacerdote dirige la Lectio divina, a las 6 de la tarde, abierta a quien quiera escuchar. Actualmente, la dirigen el padre Innocenzo Gargano, del vecino monasterio de San Gregorio al Celio, y la abadesa, Madre Michela Porcellato, que además ejerce de Madre General para unos quince monasterios de la Orden esparcidos por todo el mundo, hasta en Tanzania, donde tienen tres casas y un centenar de religiosas.

Es el tercer monasterio de clausura femenino que visita el Papa Francisco: el primero fue el de las clarisas de Castel Gandolfo (el 14 de julio y el 15 de agosto); y el segundo el de Santa Clara, dentro de su recorrido por Asís el pasado 4 de octubre. El Mater Ecclesiae, donde vive Benedicto XVI, también lo visita a menudo pero, hoy por hoy, no tiene comunidad de clausura.