El Papa recuerda que el amor por Dios y por el prójimo son inseparables - Alfa y Omega

El Papa recuerda que el amor por Dios y por el prójimo son inseparables

En el rezo del Ángelus dominical, el Santo Padre recordó que «la señal visible que el cristiano puede mostrar para testimoniar el amor de Dios al mundo y a los demás, a su familia, es el amor por los hermano»

Redacción

El Papa Francisco ha dedicado las palabras previas al Ángelus de este domingo a recordar que la principal misión del cristiano es amar a Dios y al prójimo. Dos amores que, ha explicado el Papa, son «inseparables y complementarios, son las dos caras de una misma medalla. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios», recuerda el Papa.

Por eso, la señal con la que un cristiano puede testimoniar el amor de Dios al mundo es amando a sus hermanos, al prójimo. «El mandamiento del amor a Dios y al prójimo es el primero, no porque está encima del elenco de los mandamientos. Jesús no lo coloca en el vértice, sino al centro, porque es el corazón desde el cual debe partir todo y hacia donde todo debe regresar y servir de referencia».

Así, sabiendo cuál es el vértice del que debe partir todo testimonio cristiano, el Pontífice pregunta a los fieles y tú, ¿cuánto amas? «Que cada uno se responda ¿Cómo es tu fe? Mi fe es como yo amo. Y la fe es el alma del amor».

Recuerda el Papa que es en el rostro de cada hermano, «especialmente el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado», donde está presente la imagen misma de Dios. Por eso, explica, debemos preguntarnos, cuando encontramos a uno de estos hermanos, si somos capaces de reconocer en él el rostro de Cristo.

Con este mandamiento, amar a Dios por encima de todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, Cristo da a cada hombre «el criterio fundamental sobre el cual edificar la propia vida».

News.va / Redacción

Texto íntegro de las palabras del Papa tras el rezo del Ángelus

«¡Queridos hermanos y hermanas buenos días!

El Evangelio de hoy nos recuerda que toda la Ley divina se resume en el amor por Dios y por el prójimo. El Evangelista Mateo cuenta que algunos fariseos se pusieron de acuerdo para probar a Jesús (cfr. 22, 34-35). Uno de ellos, un doctor de la ley, le dirige esta pregunta : Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? (v. 36). Jesús, citando el Libro del Deuteronomio, responde: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento (vv. 37-38). Habría podido detenerse aquí. En cambio Jesús agrega algo que no había sido preguntado por el doctor de la ley. De hecho dice: El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (v. 39). Este segundo mandamiento tampoco lo inventa Jesús, sino que lo retoma del Libro del Levítico. Su novedad consiste justamente en el juntar estos dos mandamientos -el amor por Dios y el amor por el prójimo- revelando que son inseparables y complementarios, son las dos caras de una misma medalla. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios. El Papa Benedicto nos ha dejado un bellísimo comentario sobre este tema en su primera Encíclica Deus caritas est (nn. 16-18).

En efecto, la señal visible que el cristiano puede mostrar para testimoniar el amor de Dios al mundo y a los demás, a su familia, es el amor por los hermanos. El mandamiento del amor a Dios y al prójimo es el primero no porque está encima del elenco de los mandamientos. Jesús no lo coloca en el vértice, sino al centro, porque es el corazón desde el cual debe partir todo y hacia donde todo debe regresar y servir de referencia.

Ya en el Antiguo Testamento la exigencia de ser santos, a imagen de Dios que es santo, comprendía también el deber de ocuparse de las personas más débiles como el forastero, el huérfano, la viuda (cfr. Es 22, 20-26). Jesús lleva a cumplimento esta ley de alianza, Él que une en sí mismo, en su carne, la divinidad y la humanidad, en un único misterio de amor.

A este punto, a la luz de esta palabra de Jesús, el amor es la medida de la fe, y la fe es el alma del amor. No podemos separar más la vida religiosa, de piedad, del servicio a los hermanos, de aquellos hermanos concretos que encontramos. No podemos dividir más la oración, el encuentro con Dios en los Sacramentos, de la escucha del otro, de la cercanía a su vida, especialmente a sus heridas. Acordaos  de esto: el amor es la medida de la fe. Tú ¿cuánto amas? Cada uno se responda ¿Cómo es tu fe? Mi fe es como yo amo. Y la fe es el alma del amor.

En medio de la densa selva de preceptos y prescripciones -de los legalismos de ayer y de hoy- Jesús abre un claro que permite ver dos rostros: el rostro del Padre y aquel del hermano. No nos entrega dos fórmulas o dos preceptos: no son preceptos y fórmulas; nos entrega dos rostros, es más un solo rostro, aquel de Dios que se refleja en tantos rostros, porque en el rostro de cada hermano, especialmente el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado está presente la imagen misma de Dios. Y deberíamos preguntarnos, cuando encontramos a uno de estos hermanos, si somos capaces de reconocer en él el rostro de Cristo: ¿somos capaces de esto?

De esta forma Jesús ofrece a cada hombre el criterio fundamental sobre el cual edificar la propia vida. Pero sobre todo Él nos dona el Espíritu Santo, que nos permite amar a Dios y al prójimo como Él, con corazón libre y generoso. Por intercesión de María, nuestra Madre, abrámonos para acoger este don de amor, para caminar siempre en esta ley de los dos rostros, que son un solo rostro: la ley del amor».

Traducción del italiano: Raúl Cabrera / RV