¿Valdrán también los ojos para ver? - Alfa y Omega

¿Valdrán también los ojos para ver?

«Los ojos para mirar… Los ojos para reír… Los ojos para llorar… ¿valdrán también para ver?», se preguntaba el escultor Eduardo Chillida. Viajando a San Sebastián, y en un recorrido de pocos kilómetros, uno puede encontrarse con el escultor vasco a través de su museo monográfico, el Chillida Leku, y algunas de sus piezas más representativas. Es también una gran ocasión para contemplar sus obras maestras explícitamente religiosas

Redacción

El Chillida Leku está situado a menos de 8 kms. de San Sebastián. La mayor parte de las obras están al aire libre, lo cual permite verlas bajo distinta luz, nunca igual, obedeciendo a un deseo del escultor. Chillida quería que contemplar su obra fuese siempre un descubrimiento, como su propio proceso de creación; y también como su proceso de creación, un trabajo, nada reductible a lo inmediato, a lo obvio. Uno de los más hermosos aforismos del artista dice: «Los ojos para mirar… Los ojos para reír… Los ojos para llorar… ¿valdrán también para ver?».

Tristemente desde 2011 Chillida Leku sólo se abre a expertos. No hubo acuerdo entre el gobierno del País Vasco, la diputación foral de Guipúzcoa y la familia del artista en cuanto a la gestión del recinto. Es un hecho inexplicable tratándose de un genio. Uno sospecha que cuando no median intereses políticos (Chillida era un artista internacional y para nada un nacionalista militante: «Uno primero es hombre, y luego vasco, o siberiano, o lo que sea») se relaja la capacidad de negociación por parte de los gobernantes de turno. En el Chillida Leku sorprende el uso del hierro en las esculturas y las grandes dimensiones de las obras. Ambas son características del escultor y suponen un desafío, una provocación para el espectador.

Chillida ama la fuerza del hierro, aún mayor manejando esas dimensiones, lo que le obliga a respetar las leyes que el material le impone para darle forma. No sin razón, el filósofo Gaston Bacherlard afirmaba: «Desde que he prendido en una esquina de mis estanterías de libros tres fotografías de las obras de Chillida, me despierto mejor. En seguida estoy más vivo. El trabajo me gusta”» Realmente las obras de Chillida son un emblema de la energía, del trabajo, de la fantasía creativa que abraza la resistencia de la materia como parte de la genialidad. Vivimos en un mundo feo: las herrumbres industriales lo son, lo son las obras públicas tan extremadamente funcionales que se han deshumanizado. Aquí es donde interviene el artista para reivindicar una obra pública donde la pura instrumentalización es suplida por el goce estético (muchas obras de Chillida ocupan lugares públicos), donde un material tan duro y vulgar como el hierro adquiere el derecho a ser original y se pliega dócil al servicio de lo que el hombre es: un ser con alma. Por otra parte, el hierro es un material que engarza con la tradición del trabajo en el País Vasco, desde siempre dedicado a la siderurgia.

Si salimos del Chillida Leku, en San Sebastián, encontramos otro ejemplo de este uso del hierro: el famoso Peine de los Vientos XV, en un extremo de la bahía de la Concha. Se trata de un conjunto de tres esculturas enclavadas estratégicamente entre la tierra y el mar Cantábrico. Responden a un interés del escultor por el umbral del misterio, por situarse en el límite de lo comprensible y lo racional. En sus propias palabras «tal y como está colocada la escultura queda justo en el límite de la ciudad. Donde termina la ciudad empieza la escultura. Es una afirmación de lo que nosotros somos delante del horizonte». Es una frase muy parecida al modo como hablaba de la fe en una entrevista concedida a El Mundo:

P.- Un ser esencialmente filosófico como usted normalmente empieza dudando de Dios, ¿a usted de dónde le viene la fe?

R.-Tuve un momento así, de duda, pero se me pasó pronto, afortunadamente.

P.-Podría contar cómo lo resolvió…

R.-Con un axioma. De la muerte la razón me dice: definitiva; de la razón, la razón me dice: limitada. La razón no llega a saber si la muerte es o no definitiva”.

Chillida también realizó obras explícitamente religiosas, como el hermosísimo grabado Redención, en el Chillida Leku, las puertas de la basílica de Aránzazu, o la Cruz de Santa María del Coro, en San Sebastián. Unas breves líneas sobre cada una de ellas. Redención nos ofrece una visión del Gólgota donde por primera vez se ve el travesaño de la cruz de Jesús compartiendo uno de sus brazos con el buen ladrón, roto el otro esperando nuevas adhesiones.

Las puertas de la basílica de Aránzazu tienen la peculiaridad de haberse forjado con desechos industriales, el hierro de más calidad según los herreros más expertos. Unas puertas sólidas donde se abre el paso al acontecimiento cristiano, donde se une lo antiguo y lo nuevo –el Antiguo y el Nuevo Testamento, el hombre viejo y el hombre nuevo– como también amaba Chillida: «Moderno como las olas, antiguo como la mar… siempre nunca diferente pero nunca siempre igual».

La Cruz de Santa María del Coro es una auténtica obra maestra. Para ella el escultor utilizó alabastro, de manera que la luz no sólo proviniese del exterior, sino que pareciese emanar del propio interior de la pieza. Con su irregularidad, la cruz ofrece un aspecto dinámico, de diferentes perspectivas, como a Chillida le gustaba, nunca siempre igual. En uno de los laterales el material aparece informe, caótico, un mundo bajo el poder del pecado. En el otro lateral hay una cruz oscura, doliente, que asimila todo ese caos. Por fin al frente aparece la cruz gloriosa, llena de una luz cálida, hermosísima.

Realmente viajar a San Sebastián para conocer a Chillida es una invitación a que esos ojos que miran, no sólo miren: también vean.