El Papa explica en su catequesis qué debe esperar el pueblo de Dios - Alfa y Omega

El Papa explica en su catequesis qué debe esperar el pueblo de Dios

¿Qué fin tendrá el pueblo de Dios? ¿Qué será de cada uno de nosotros? ¿Qué debemos esperar? Estas son las preguntas a las que ha respondido el Santo Padre en la catequesis de este miércoles, durante la Audiencia. Las palabras de Pablo –y así estaremos siempre con el Señor– se convierten, ha explicado el Papa, en la mejor respuesta

Redacción

El apóstol Pablo, ha recordado el Papa Francisco, consolaba a los cristianos de la comunidad de Tesalónica que se preguntaban sobre su futuro, con unas bellas palabras: Y así estaremos siempre con el Señor.

¿Y nosotros -se ha preguntado el Santo Padre- creemos en esas palabras? «¿Somos testigos realmente luminosos y creíbles de esta espera, de esta esperanza? ¿Nuestras comunidades viven aún en el signo de la presencia del Señor Jesús y en la espera ardiente de su venida, o aparecen cansadas, entorpecidas, bajo el peso de la fatiga y la resignación? ¿Corremos también nosotros el riesgo de agotar el aceite de la fe, de la alegría? ¡Estemos atentos!», avisa el Papa, que explica que, igual que una esposa va hacia su esposo, así el Pueblo de Dios se prepara cada día para el encuentro con Él. «Como una esposa con su esposo. ¡Serán unas verdaderas nupcias! Porque Cristo, haciéndose hombre como nosotros y haciendo de todos nosotros una sola cosa con Él, con su muerte y su resurrección, nos ha desposado verdaderamente y ha hecho de nosotros como pueblo, su esposa», recuerda el Papa.

Por eso, continúa el Pontífice, porque lo que espera al Pueblo de Dios es un escenario «inaudito y maravilloso, nuestro corazón no puede no sentirse confirmado en modo fuerte en la esperanza». La esperanza cristiana se diferencia del deseo, del optimismo, y se convierte en espera ferviente y apasionada por el cumplimiento último del amor de Dios. Por eso la Iglesia, recuerda el Santo Padre «tiene la tarea de mantener encendida y claramente visible la lámpara de la esperanza, para que pueda seguir brillando como un signo seguro de salvación y pueda iluminar a toda la humanidad el sendero que lleva al encuentro con el rostro misericordioso de Dios».

RV / Redacción

Texto completo de la catequesis del Santo Padre

La Iglesia esposa espera a su esposo

«Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!

Durante este tiempo hemos hablado sobre la Iglesia, sobre nuestra santa madre Iglesia jerárquica, el pueblo de Dios en camino.

Hoy queremos preguntarnos: al final, ¿qué fin tendrá el pueblo de Dios? ¿Qué será de cada uno de nosotros? ¿Qué debemos esperarnos? El apóstol Pablo consolaba a los cristianos de la comunidad de Tesalónica, que se hacían estas mismas preguntas, y después de su argumentación decían estas palabras que son entre las más bellas de Nuevo Testamento: Y así estaremos siempre con el Señor (1Ts 4, 17). Son palabras simples, ¡pero con una densidad de esperanza tan grande! Y así estaremos siempre con el Señor. ¿Vosotros creéis esto? ¡Me parece que no, eh! ¿Creéis? ¿Lo repetimos juntos tres veces? ¡Y así estaremos siempre con el Señor! ¡Y así estaremos siempre con el Señor! ¡Y así estaremos siempre con el Señor!

Es emblemático como Juan, en el libro del Apocalipsis, retomando la intuición de los Profetas, describe la dimensión última, definitiva, en los términos de la Nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo (Ap 21,2). ¡He aquí lo que nos espera! Y entonces, esto es la Iglesia: es el pueblo de Dios que sigue al Señor Jesús y que se prepara día a día al encuentro con él, como una esposa con su esposo. Y no es solamente un modo de hablar: ¡serán unas verdaderas nupcias! Sí, porque Cristo haciéndose hombre como nosotros y haciendo de todos nosotros una sola cosa con Él, con su muerte y su resurrección, nos ha desposado verdaderamente y ha hecho de nosotros como pueblo, su esposa. Y esto no es otra cosa que el cumplimiento del designio de comunión y de amor tejido por Dios en el curso de toda la Historia, la historia del pueblo de Dios y también la propia historia de cada uno. Es el Señor el que lleva adelante esto.

Hay otro elemento, sin embargo, que nos consuela ulteriormente y que abre nuestro corazón: Juan nos dice que en la Iglesia, esposa de Cristo, se hace visible la nueva Jerusalén. Esto significa que la Iglesia, además de esposa, está llamada a convertirse en ciudad, símbolo por excelencia de la convivencia y de relacionalidad humana. Qué bello, entonces, poder ya contemplar, según otra imagen muy sugestiva del Apocalipsis, todas las gentes y todos los pueblos reunidos a la vez en esta ciudad, como en una morada, será la morada de Dios (Ap 21, 3). Y en este marco glorioso no habrá más aislamientos, prevaricaciones, ni distinciones de ningún género -de naturaleza social, étnica o religiosa- sino que seremos todos una sola cosa en Cristo.

Ante la presencia de este escenario inaudito y maravilloso, nuestro corazón no puede no sentirse confirmado en modo fuerte en la esperanza. Veis, la esperanza cristiana no es sólo un deseo, un auspicio, no es optimismo: para un cristiano, la esperanza es espera, espera ferviente, apasionada por el cumplimiento último y definitivo de un misterio, el misterio del amor de Dios en el que hemos renacido y en el que ya vivimos. Y es espera de alguien que está por llegar: es Cristo el Señor que se acerca siempre más a nosotros, día tras día, y que viene a introducirnos finalmente en la plenitud de su comunión y de su paz. La Iglesia tiene entonces la tarea de mantener encendida y claramente visible la lámpara de la esperanza, para que pueda seguir brillando como un signo seguro de salvación y pueda iluminar a toda la humanidad el sendero que lleva al encuentro con el rostro misericordioso de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, esto es entonces lo que esperamos: ¡que Jesús regrese! ¡La Iglesia esposa espera a su esposo! Debemos preguntarnos, sin embargo, con gran sinceridad, ¿somos testigos realmente luminosos y creíbles de esta espera, de esta esperanza? ¿Nuestras comunidades viven aún en el signo de la presencia del Señor Jesús y en la espera ardiente de su venida, o aparecen cansadas, entorpecidas, bajo el peso de la fatiga y la resignación? ¿Corremos también nosotros el riesgo de agotar el aceite de la fe, de la alegría? ¡Estemos atentos!

Invoquemos a la Virgen María, Madre de la esperanza y reina del cielo, para que siempre nos mantenga en una actitud de escucha y de espera, para poder ser ya traspasados por el amor de Cristo y un día ser parte de la alegría sin fin, en la plena comunión de Dios. Y no se olviden: jamás olvidar que así estaremos siempre con el Señor. ¿Lo repetimos otras tres veces? Y así, estaremos siempre con el Señor, y así, estaremos siempre con el Señor, y así, estaremos siempre con el Señor. ¡Gracias!»

Traducción del italiano: María Cecilia Mutual, Griselda Mutual / RV