Grecia y Europa - Alfa y Omega

Grecia y Europa

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Una mujer pasa delante de una pintada a favor del No en Atenas, como rechazo a las políticas que promueve la UE

Hace cuatro veranos, España e Italia estaban al borde del rescate. La crisis pudo haberse llevado por delante el euro. La Unión Monetaria ha corregido desde entonces importantes carencias estructurales, pero en esencia sigue coqueteando con precipitarse al abismo. A falta de convicción en el proyecto, pareciera que Europa necesitara situaciones de máxima tensión para avanzar hacia la integración, con el peligro permanente de que un riesgo mal calculado provoque daños irreparables.

En Atenas, un Gobierno irresponsable ha gestionado de la peor forma posible la catástrofe heredada del centroizquierda y el centroderecha supuestamente razonables, el Pasok y Nueva Democracia, que generaron un déficit estratosférico y remitieron información falsa a Bruselas, hasta que la crisis financiera mundial destapó el fraude. Enfrente, Syriza se ha encontrado con unos socios-acreedores que no le han puesto fáciles las cosas. En el sur y en los antiguos países comunistas del este, muchos no entienden por qué a los griegos se les deben ahorrar sacrificios como los que igualmente ellos tuvieron que pasar. Y en los países ricos del centro y el norte, la opinión pública es hostil a sostener a Grecia con sus impuestos.

Estos argumentos tienen buena parte de verdad. Es evidente además que el euro no sobrevivirá sin unas reglas estrictas, por lo que el cumplimiento del Pacto de estabilidad y crecimiento es un deber básico de solidaridad. Pero tienen razón los griegos cuando denuncian que el rescate de su país iba, en primer lugar, destinado a los bancos alemanes y franceses. Y que, en las negociaciones, ha habido una insensibilidad sangrante hacia Grecia, que ha experimentado una pérdida brutal de riqueza del 25 % en sólo 5 años, tiene a un tercio de la población por debajo del umbral de la pobreza y padece un paro juvenil superior al 50 %. En estas circunstancias, el triunfo del No en el referéndum es una muestra de desesperación ante la ausencia de cualquier atisbo de esperanza en el futuro.

De nada sirve argumentar que Grecia nunca debió entrar en la Unión Monetaria. El país es ya parte del club, y su salida de la eurozona (e inevitablemente también de la UE) no sólo generaría una peligrosa crisis en los Balcanes, sino que podría amenazar la continuidad del euro. Son riesgos demasiado altos como para no extremar la prudencia y apurar las opciones de acuerdo, olvidando las palabras gruesas dichas antes de la celebración del infausto referéndum. Como resaltaba poco antes de las últimas elecciones europeas el cardenal Marx –arzobispo de Múnich y presidente de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea (COMECE)–, «las conquistas de nuestra Europa libre y democrática no pueden darse por descontadas». El continente ha vivido un período excepcionalmente largo de paz y prosperidad gracias al proyecto puesto en marcha por Schuman, Adenauer o De Gasperi sobre las ruinas de la II Guerra Mundial. La crisis de Ucrania o el auge de los nuevos populismos, no obstante, recuerdan que el fantasma del nacionalismo sigue recorriendo Europa.

Pero hace falta mucho más que un pacto para un tercer rescate de Grecia. La nefasta gestión de esa crisis no es la causa, sino el síntoma de un problema de fondo: la pérdida del alma europea. Para que el euro sobreviva, será necesaria cierta mutualización de la deuda de los países de la eurozona, pero es incoherente pedirle solidaridad a Alemania en este aspecto, al tiempo que se le niega esa solidaridad a Grecia o a los refugiados que escapan de las guerras en Irak o Siria.

«Ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana», pedía el Papa en noviembre en Estrasburgo. «Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira, defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la Humanidad». Sin ese aliento vital, la continuidad del proyecto europeo estará permanentemente amenazada.