«¡Indio tiene alma, mucho bonito, indio no es animal!» - Alfa y Omega

«¡Indio tiene alma, mucho bonito, indio no es animal!»

Los destinatarios de la misión «no son territorios lejanos, sino los corazones que no han sido tocados por la experiencia cristiana», afirmó el cardenal Filoni en la 68ª Semana de Misionología de Burgos. Estos corazones sedientos pueden estar en la Rusia postcomunista o en la selva de Congo-Brazzaville. En un sitio y en otro, los misioneros se entregan como «el grano de trigo» para comunicar a la gente la vida que Dios les ofrece

María Martínez López
El padre José Pablo Pereira, con algunos de los jóvenes de pastoral universitaria en Moscú

La Iglesia no entiende la misión «como un fin extrínseco para su expansión y la salvación de las almas». Su origen y fundamento «es el Dios trinitario», cuya vida íntima mueve a los fieles a «salir y dar a conocer lo vivido y compartido». Por tanto, «no es la Iglesia la que define la misión. Es más bien la misión la que determina el rostro de la Iglesia». Y sus destinatarios «no son algunos territorios lejanos geográficamente, sino los ámbitos y los corazones que no han sido tocados por la experiencia cristiana». Con este resumen del decreto del Concilio Vaticano II Ad gentes inauguró el lunes el cardenal Fernando Filoni, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, la 68ª Semana de Misionología de Burgos.

50 años después del Ad gentes, la Semana de Misionología se ha planteado el Sentido y retos de la misión hoy. Por ejemplo, cómo se vive la misión en distintos estados de vida –desde una familia hasta una religiosa contemplativa–, o cuáles son los nuevos territorios de misión a comienzos del siglo XXI. Algunas de estas fronteras están en la misma Europa. El misionero de Verbum Dei José Pablo Pereira compartió su reciente experiencia de cuatro años en Moscú. Su congregación, como tantas otras, llegó a Rusia en 1991, tras la caída del régimen comunista. Al principio –cuenta a Alfa y Omega–, «tenían la expectativa de que, después de 70 años de persecución, hubiera muchas conversiones».

La hermana Blanca Pérez

Lo que encontraron fue «un pueblo abatido. Lo afectivo estaba casi anulado: la gente se casaba por la mañana y por la tarde iba a trabajar. El aborto era el principal método anticonceptivo. Esto deja una gran tristeza en la sociedad. El pueblo había perdido algo de su alma. Les faltaba una estructura interior que da la familia». Hoy, en cambio, «impera el capitalismo. La clase media ha crecido y en los jóvenes se va viendo algo distinto; aunque la base familiar todavía está por desarrollarse. Se nota mucho aislamiento».

Cuando el padre José Pablo llegó a Moscú en 2010, Verbum Dei tenía a su cargo la pastoral universitaria. A día de hoy, las capellanías siguen sin estar permitidas, pero «nos acercamos a las residencias y tenemos encuentros semanales en torno a la Palabra en el cuarto de algún estudiante. Vienen unos 20. Tienen mucha sed espiritual, y buscan un trato humano que no encuentran en la Iglesia ortodoxa. Cada año, uno o dos se hacen católicos».

La misión de las misioneras lauritas en Congo

Tras los misioneros españoles

Otro reto de la misión es que sus destinatarios se conviertan en misioneros. La congregación de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, o misioneras lauritas, es un ejemplo de este cambio. Nació en Colombia en 1914, cuando la joven Laura Montoya se adentró en la selva con un grupo de mujeres para anunciar a los indígenas, «abandonados y considerados animales, que también ellos eran hijos de Dios», explica a este semanario la hermana Blanca Pérez. Esta vocación «fue posible porque en Colombia los misioneros españoles habían anunciado la Palabra de Dios con tal celo que los hogares eran muy cristianos».

Los indígenas, tras superar el miedo inicial, recibieron el mensaje cristiano con mucha alegría: «¡Indio tiene alma, mucho bonito, indio no es animal!», exclamaban. La vocación de las lauritas pasaba también –ya a principios del siglo XX– por «defender la tierra de los indios». Hoy, su misión se ha extendido a otros países. La hermana Blanca ha pasado 33 años en Congo-Brazzaville, donde fundó la primera misión de las lauritas. «Empezábamos de cero, sin conocer el idioma o la cultura. Es bonito vivir lo mismo que madre Laura: acercarse a la gente con amor, empezar a balbucear su idioma, probar su comida, sentirnos pobres. Como congregación latina, no teníamos medios y nos decían: Ustedes no sirven para nada, no tienen dinero. Pero luego nos abrieron las puertas. Ahí sentí que el grano de trigo debe morir para dar fruto».