«Profesar una religión no debería convertir a una persona en ciudadano de segunda» - Alfa y Omega

«Profesar una religión no debería convertir a una persona en ciudadano de segunda»

En Estados Unidos, «se está poniendo a carniceros y pasteleros en el banquillo de los acusados por negarse a renunciar a sus creencias religiosas» para servir en bodas homosexuales. «Se amenaza a los pastores cristianos por ser pastores cristianos». Son algunas de las formas de limitación de la libertad religiosa que se están dando en el país, según denunció monseñor Thomas Wenski, arzobispo de Miami, en la clausura de la Quincena por la Libertad

María Martínez López

«Llamar pata a la cola de una vaca no hace que la vaca tenga cinco patas». Sin embargo, «esta forma de pensar ha provocado la redefinición del matrimonio» por el Tribunal Supremo de Estados Unidos, en su sentencia en el caso Obergefell vs. Hodges, que obliga a todos los estados a equiparar las uniones homosexuales al matrimonio. «Como el presidente del Tribunal, John Roberts, ha afirmado en su voto particular, la decisión de la mayoría es un acto de la voluntad, no un juicio legal». Estas palabras fueron casi la única referencia explícita a la sentencia del Supremo que hizo el arzobispo de Miami, monseñor Thomas Wenski, al pronunciar la homilía en la clausura de la Quincena por la Libertad.

Esta iniciativa, que la Iglesia católica organiza en Estados Unidos desde 2012 entre el 21 de junio hasta el 4 de julio, fue clausurada en la basílica de la Inmaculada Concepción de Washington D. C., con una Misa presidida por el arzobispo diocesano, cardenal Donald Wuerl. En sus palabras, monseñor Wenski subrayó que la decisión del Tribunal Supremo, junto con la publicación de la encíclica Laudato si, «nos dan a los católicos la oportunidad y el deber de entablar una conversación con el mundo y dar testimonio de nuestras doctrinas, de nuestra visión de la vida y la dignidad de la persona humana en un mundo que reconocemos tanto caído como redimido».

El hecho de que la Iglesia no sea del mundo –explicó el arzobispo de Miami– no implica que esté contra el mundo. De hecho, es «para el mundo». Esto «explica por qué la Iglesia se preocupa por la educación, por la atención sanitaria; explica nuestra implicación en los asuntos cívicos, y por qué definimos la política como algo honorable y una vocación legítima, e incluso noble, para un cristiano. La Iglesia está comprometida con el derecho y la dignidad de cada vida humana desde el momento de la concepción hasta la muerte natural; con la familia construida sobre el matrimonio comprendido como la unión permanente y exclusiva de un hombre y una mujer; con un ordenamiento justo de la sociedad para el bien común y en conformidad con la ley natural».

El importante papel de las comunidades religiosas

Este compromiso no distrae a la Iglesia de su búsqueda del cielo, y de afrontar «los obstáculos y baches que pueden frustrar la búsqueda de la gente de su vocación trascendente –las consecuencias del pecado personal y estructural–».

El obispo recordó el activo papel que las comunidades religiosas han jugado en la sociedad estadounidense; por ejemplo, a través del movimiento por los derechos civiles de los 60. También que, durante gran parte de la historia del país, «los católicos fueron mirados por muchos de sus vecinos con sospecha, si no con hostilidad. Sin embargo, por una sana laicidad promovida por nuestro ordenamiento civil y la libertad religiosa, los católicos pudieron prosperar en América. Hicimos uso de las oportunidades posibilitadas por la libertad religiosa y fuimos capaces de cumplir nuestro deber de dialogar con el mundo y dar testimonio de nuestra doctrina, nuestra visión de la vida y de la dignidad de la persona humana».

Persecución religiosa sofisticada

Para cumplir este deber –continuó el obispo–, la Iglesia necesita una libertad religiosa que, sin embargo, «está bajo presión en todo el mundo». Los cristianos sufren el 80 % de todos los actos de discriminación religiosa del mundo; y unos 150.000 son asesinados cada año. Incluso en las democracias occidentales, «la discriminación contra la religión en general y contra el cristianismo católico en particular está creciendo, aunque quizá en formas más sofisticadas y menos violentas».

Dentro de esta forma de persecución, el arzobispo de Miami citó «el ridículo, el ostracismo, la denegación de oportunidades laborales. Lo vemos cuando se está poniendo a carniceros, pasteleros y fabricantes de velas en el banquillo de los acusados por negarse a renunciar a sus creencias religiosas» para servir en bodas homosexuales. «Se amenaza a los pastores cristianos por ser pastores cristianos, se expulsa a sociólogos de las universidades por haber mostrado hechos políticamente incorrectos, las organizaciones caritativas y las escuelas confesionales son acosadas si se toman en serio los preceptos morales de su fe» y obligan a sus empleados a vivir según ellos.

Más que tolerar

Otra forma sutil de persecución es que los analistas políticos y defensores de los derechos humanos se refieren a la religión sólo subrayando la necesidad de tolerancia, «como si la religión fuera sólo una fuente de conflicto», o en términos de elección individual, «como si la religión estuviera vacía de consecuencias sociales –afirmó el obispo–. Así, vemos una tendencia a relegar la religión a la esfera privada, y vemos a los tribunales socavando la comprensión original de la libertad religiosa. Para encajar nuevas agendas políticas, la libertad religiosa se está reinterpretando estrechamente para significar únicamente «libertad de culto» pero excluyendo la libertad de servir y la libertad de dar testimonio» en áreas como la educación, el derecho de familia o la atención sanitaria.

Con estos esfuerzos, más propios de la Revolución Francesa que de la fundación de Estados Unidos, se busca «deslegitimar la participación de la Iglesia en el debate público sobre cuestiones que determinarán el futuro de la sociedad americana». La libertad religiosa «debe comprender la protección de esas instituciones que alimentan la práctica individual de la religión». Monseñor Wenski subrayó que «profesar una religión no debería convertir a una persona en un ciudadano de segunda. La religión es personal, pero nunca es privada. El derecho a la libertad religiosa tiene su fundamento en la misma dignidad de la persona humana. Es el derecho humano que garantiza todos los demás derechos». A pesar de todo, concluyó, los católicos «debemos dar testimonio. No hacerlo sería fallar en la caridad que le debemos a nuestro prójimo».