Jesús, alivio y refrigerio de los cansados - Alfa y Omega

Jesús, alivio y refrigerio de los cansados

Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. Tomando como referencia las palabras del Evangelio, el Papa Francisco ha recordado, durante el rezo del Ángelus dominical, que Jesús es siempre esperanza y que esa invitación a acercarnos a Él en busca de ayuda está vigente, hoy más que nunca

Redacción

Gente simple, pobres, enfermos, pecadores, marginados… todos ellos, ha recordado el Papa Francisco, seguían a Jesús y trataban de acercarse a Él aunque fuera sólo para tocar su manto. Venid a mí, que yo os aliviaré, les decía Jesús.

Del mismo modo, hoy el Señor ofrece ese alivio, ese refrigerio, según ha explicado el Papa durante el rezo del Ángelus del domingo, a todos los «hermanos y hermanas oprimidos por precarias condiciones de vida, por situaciones existenciales difíciles y, a veces privados de auténticos puntos de referencia». Jesús, ha recordado el Santo Padre, promete a todos consuelo y alivio, pero, este refugio se traduce, además, en «una invitación que es como un mandamiento: Cargad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, porque soy paciente y humilde de corazón (Mt 11 ,29). El yugo del Señor ¿en qué consiste? -se pregunta el Papa- Consiste en cargar el peso de los otros con amor fraternal. Una vez recibido el alivio y consuelo de Cristo, estamos llamados también nosotros a ser alivio y consuelo para los hermanos, con actitud mansa y humilde, a imitación del Maestro».

Texto completo de la alocución del Papa, antes del rezo del Ángelus

«Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

en el Evangelio de este domingo encontramos la invitación de Jesús, dice así: Venid a mí los que estáis afligidos y agobiados, y yo os aliviaré (Mt 11, 28). Cuando Jesús dice esto, tiene ante sus ojos las personas que encuentra todos los días por los caminos de Galilea: mucha gente simple, pobres, enfermos, pecadores, marginados… esta gente siempre le siguió para escuchar su palabra -¡una palabra que daba esperanza! ¡Las palabras de Jesús dan siempre esperanza!- y también para tocar aunque sólo fuese el borde de su manto. Jesús mismo buscaba a estas multitudes extenuadas y dispersas como ovejas sin pastor (cf. Mt 9, 35-36): así dice Él, y las buscaba para anunciarles el Reino de Dios y para sanar a muchos de ellos en el cuerpo y en el espíritu. Ahora los llama a todos a su lado: Venid a mí, y les promete alivio y refrigerio.

Esta invitación de Jesús se extiende hasta nuestros días, para llegar a muchos hermanos y hermanas oprimidos por precarias condiciones de vida, por situaciones existenciales difíciles y, a veces privados de auténticos puntos de referencia. En los países más pobres, pero también en las periferias de los países más ricos, se encuentran muchas personas desamparadas y dispersas bajo el peso insoportable del abandono y de la indiferencia. La indiferencia: ¡cuánto daño hace a los necesitados la indiferencia humana! Y aún peor la de los cristianos. En los márgenes de la sociedad hay muchos hombres y mujeres probados por la indigencia, pero también por las insatisfacciones de la vida y las frustraciones. Muchos se ven obligados a emigrar de su patria, arriesgando su propia vida. Muchos más, cada día, soportan el peso de un sistema económico que explota al hombre, le impone un yugo insoportable, que los pocos privilegiados no quieren llevar. A cada uno de estos hijos del Padre que está en los cielos, Jesús repite: Venid a mí, todos vosotros. Pero también lo dice a los que poseen todo. Pero cuyo corazón está vacío. Está vacío. Corazón vacío y sin Dios. También a ellos, Jesús dirige esta invitación: Venid a mí. La invitación de Jesús es para todos. Pero de manera especial para los que sufren más.

Jesús promete reconfortar a todos, pero también nos hace una invitación, que es como un mandamiento: Cargad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, porque soy paciente y humilde de corazón (Mt 11, 29). El yugo del Señor ¿en qué consiste? Consiste en cargar el peso de los otros con amor fraternal. Una vez recibido el alivio y consuelo de Cristo, estamos llamados también nosotros a ser alivio y consuelo para los hermanos, con actitud mansa y humilde, a imitación del Maestro. La mansedumbre y la humildad de corazón no sólo nos ayudan a soportar el peso de los otros, sino a no pesar sobre ellos con nuestros propios puntos de vista personales, nuestros juicios, nuestras críticas o nuestra indiferencia.

Invoquemos a la Santísima Virgen María, que acoge bajo su manto a todas las personas desamparadas y dispersas, para que a través de una fe iluminada, testimoniada en la vida, podamos ser alivio para los que necesitan ayuda, ternura y esperanza.