A los 50 años del Decreto Ad gentes - Alfa y Omega

La celebración de la memoria remite a un acontecimiento pasado, significativo en su momento concreto. Es un recuerdo de reconocimiento. Con el Vaticano II no sucede así, porque se trata de un acontecimiento vivo, que no se ha agotado; es como si todavía no hubiera terminado. Las puertas del Vaticano II se cerrarán cuando la recepción de sus numerosos documentos y el ambiente generado en la Iglesia lleguen a su plenitud.

Han cambiado muchas cosas; nos hemos acostumbrado a otro tipo de Iglesia, seguramente más extrovertida, más centrada en su relación con el mundo (uno de los frutos del Concilio); el mundo camina hacia una comprensión más global de los problemas. Los textos conciliares, escritos hace cincuenta años, deben ser acogidos y recibidos, no por aquellos que entonces tenían la esperanza puesta en el Concilio, sino por los que hemos venido después, por los hijos del Concilio. Debemos ponernos a la escucha de lo que Dios quiere hacer por el mundo, para ser más fieles a esta voluntad.

La misión de Dios no está reservada a un pequeño grupo elegido, con vocación especial; en ella se encuentra implicada la Iglesia toda entera, a causa de su identidad. Nuestra reflexión debe ir más allá de las aulas universitarias, y pensar en la misión de la Iglesia en la globalidad de nuestro mundo, de esta humanidad que Dios ha decidido abrazar con la plenitud de su amor dado en Cristo y en el Espíritu.

El Decreto Ad gentes fue dado a toda la Iglesia, no solamente a los misioneros por vocación. No debemos perder de vista esta perspectiva, para dirigirnos con nuestro pensamiento y con nuestra reflexión a las periferias del mundo, donde Dios debe ser glorificado, pero donde todavía no es ni conocido ni amado.

Es evidente que la definición misionera de la Iglesia ha sido asumida en todos los documentos oficiales del Magisterio; no existe un texto donde no se insista en esta misionariedad. Sin embargo, ¿existe una nueva conciencia misionera global? ¿Podemos afirmar que el pueblo de Dios es hoy un pueblo misionero? ¿Podemos decir que los pastores han asumido esta identidad? ¿Ha existido una autoconciencia de lo que significa una misión universal de la Iglesia?

¿Quién se confiesa de no haber anunciado el Evangelio? Se trata del pecado de omisión más común en la vida del pueblo de Dios.

Cardenal Fernando Filoni
Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos
(De su conferencia inaugural en la 68 Semana de Misionología de Burgos)