Los jóvenes hacen lío - Alfa y Omega

Los jóvenes hacen lío

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«Los jóvenes harán lío este verano», comentaba el secretario general Conferencia Episcopal, José María Gil Tamayo, al presentar la pasada semana el Encuentro Europeo de Jóvenes que acogerá Ávila del 5 al 9 de agosto. El portavoz de los obispos valoraba la generosa implicación de los jóvenes en la Iglesia. Miles de chicos y chicas toman parte estos días de verano en campos de trabajo organizados por las congregaciones religiosas junto a personas enfermas o ancianas. Otros emplean su tiempo de vacaciones en asistir a misioneros en África o América Latina, o –sin necesidad de irse tan lejos– participan por toda la geografía española en iniciativas de evangelización en calles, plazas y playas. Tal vez no sean representativos del conjunto de la juventud española, pero estos jóvenes comprometidos con la Iglesia constituyen desde hace un tiempo un fenómeno que desborda ampliamente la categoría de la simple anécdota. Y es justo reconocerlo, valorarlo, agradecerlo y cuidarlo. Algo, evidentemente, se ha hecho bien en materia de pastoral juvenil en España.

El hábitat natural de esta juventud comprometida son las periferias, esos lugares a los que –entrevistado por el padre Spadaro– el Papa aconsejaba a los religiosos enviar «a las personas mejores, mas dotadas», porque «son situaciones de mayor riesgo que requieren coraje y mucha oración». Pues bien, sin bolsa, ni alforja, ni sandalias (Lc 10,4), la Iglesia les pide a estos jóvenes que sean su avanzadilla misionera entre los demás jóvenes, y den testimonio de fe –a menudo incluso con un primer anuncio– en ámbitos con valores y cosmovisiones predominantes bien distintos a los católicos. Muchos, cuando no la mayoría de fieles adultos, se echarían a temblar ante este reto, que para el católico joven es casi una faceta consustancial a su condición de creyente. Ellos están acostumbrados a vivir en minoría en ambientes donde no es raro que la fe sea ignorada e incomprendida, cuando no ridiculizada.

Se les envía al frente, que no a las trincheras. Las misiones de verano y los campos de trabajo son algo excepcional, una especie de puesta a punto para la vida cotidiana, en la que el gran reto para estos chicos es ser fermento de la masa, convivir con los demás y, de forma natural y amable, ofrecerles testimonio y razones de su fe.

No son tiempos fáciles para la juventud en España. Con un paro juvenil superior al 50 %, muchos se plantean o se han lanzado ya a buscar suerte en otro país. En lo que respecta a la vida personal, la estadística (y la experiencia en su entorno) no les ofrece mejores perspectivas: el porcentaje de matrimonios y uniones que terminan en divorcio o separación es superior al 60 %. De ahí que una proporción significativa de parejas no le vea demasiado sentido a formalizar relaciones que, de todas formas, parecen de antemano condenadas al fracaso.

La apatía es una tentación para muchos jóvenes. Otros han respondido con una mayor implicación social y política, que seguramente no siempre esté correctamente encauzada, pero que ofrece una muestra esperanzadora de sana rebeldía. Estos dos grupos son destinatarios habituales de la evangelización cotidiana que realizan los jóvenes católicos. No lo tienen fácil. Por eso es tan importante que el resto de la Iglesia les acompañe y les ofrezca de cuando en cuando espacios como el del Encuentro Europeo de Jóvenes, que les va a proporcionar una experiencia fuerte de comunión eclesial, y les servirá para afianzar y acrecentar su compromiso cristiano.

En tiempos recios, amigos fuertes de Dios, reza el lema del Encuentro. De eso se trata. Como argumenta, citando a santa Teresa, el director del departamento de Pastoral Juvenil de la Conferencia Episcopal, el sacerdote toledano Raúl Tinajero, «está claro que no puede uno dar lo que no tiene, sino que es menester tenerlo primero».