José Luis Restan: «Nuestro tono debe ser firme, pero amable» - Alfa y Omega

José Luis Restan: «Nuestro tono debe ser firme, pero amable»

COPE decidió, en 2009, relevar a los responsables de algunos de sus principales comunicadores, a pesar de sus éxitos de audiencia. «La marca COPE estaba siendo fagocitada, con sus valores, con su identidad», explica José Luis Restán, director editorial. Fue una decisión «valiente, y al mismo tiempo inteligente y sensata». Ha costado remontar, «pero se está consiguiendo lentamente», añade. COPE sigue siendo la «radio comprometida y valiente» de siempre, que defiende los grandes valores de la libertad, la familia o la unidad de España, pero con un tono más amable, con el que aspira a llegar a nuevos públicos jóvenes. Ésta es la entrevista íntegra a José Luis Restan, de la que, en el número impreso de esta semana, se publican amplios extractos, con el contenido esencial:

Ricardo Benjumea

¿Para qué le sirve hoy a la Iglesia COPE?
Creo que hoy se demuestra, más que nunca, lo profética que fue la decisión de la Conferencia Episcopal, cuando tuvo que optar entre un modelo de radio temática y minoritaria, que le hubiera resultado mucho más cómoda y manejable, y, sin embargo, optó por una radio generalista, de clara identidad católica, pero que pudiese entrar en los grandes debates, y ser una presencia incisiva en una vida pública, que, como ya se podía prever a finales de los años 70, iba a ser más plural y secularizada. Hoy vemos que el hecho de que la Iglesia en España disponga de un medio de comunicación de masas es un bien en sí mismo, que luego podremos usar mejor o peor, pero ¡en cuántos países de Occidente quisiera la Iglesia disponer de un medio con la capacidad de COPE de crear opinión, de generar debate, de hacerse escuchar!

Pero COPE también ha dado algún que otro quebradero de cabeza a la Iglesia. Sus grandes comunicadores no han sido siempre precisamente coherentes con el ideario católico…
Era de prever que la opción por una radio generalista y comercial generaría algunos problemas, los problemas de estar en la realidad, de tener que salir todas las mañanas al mercado para conseguir financiación… Para eso no te bastan los oyentes de tu parroquia; hay que alcanzar cuotas altas de audiencia. Esto quizá, en el contexto de hace unas décadas, en el que se daba por supuesta la condición católica de España, al menos en los aspectos culturales y de valores fundamentales, condujo a una cierta relajación en la exigencia, en la selección del personal, en la selección de ciertas batallas culturales de fondo que había que dar… Eso ha hecho que, efectivamente, en algunos momentos, haya habido tensiones fuertes, que, por otro lado, no se sitúan sólo en la etapa en la que todo el mundo de manera natural piensa, en la más reciente, sino que, en realidad, vienen ya de la época de las grandes estrellas, como Encarna Sánchez o Luis del Olmo. Ya entonces, hace más de 20 años, que es cuando yo llegué a COPE, esas tensiones existían, si bien no se manifestaron con la crudeza que pudo verse más recientemente. Pero ese problema, lo que ha hecho es plantear el desafío de repensar el proyecto, no para cambiar la intuición original de los obispos, sino para hacerla eficaz en el momento presente, y responder mejor al objetivo para el cual COPE fue creada. A pesar de todo, yo creo que COPE siempre ha cumplido un servicio impagable a la sociedad y a la Iglesia, aunque también acompañado de algunas situaciones contradictorias, y eso nos ha obligado a introducir algunas correcciones, en ocasiones arriesgadas y dolorosas.

Más que de correcciones, algunos hablaron de auténtico harakiri, cuando, en 2009, COPE, siendo la segunda radio en audiencia, decidió hacer borrón y cuenta nueva, y prescindir de sus grandes estrellas.
No ha sido un borrón y cuenta nueva, sino más bien, creo, un volver a los orígenes. Se llegó a la conclusión de que se había terminado una etapa, y de que hacían falta formatos, contenidos y orientaciones nuevas. Y eso implicaba asumir riesgos. La gran pregunta era: ¿nos jugamos el tipo y damos este salto para así ser más fieles a la intuición original y para poder dar la respuesta que requiere un escenario cada vez más secularizado, más duro, más descristianizado…? ¿Nos atrevemos a hacerlo, aun a riesgo de perder un 30 % de nuestra audiencia de golpe, o nos quedamos tranquilamente vadeando el temporal, haciendo pequeños ajustes, intentando limitar daños y apagar incendios? A mí me parece que la decisión fue valiente, y al mismo tiempo inteligente y sensata, porque lo que estaba en juego era que pudiéramos cumplir en el futuro inmediato con la misión y con la vocación para la que había sido creada la Cadena COPE.

¿Se acabó la COPE de las estrellas?
La radio comercial en España, es muy diferente a la del resto de países de nuestro entorno; es una radio de grandes audiencias, tremendamente incisiva, con mucho peso en el debate político y social, y eso ha implicado muchas veces un gran protagonismo de las estrellas. Las estrellas son una bendición para un medio cuando juegan en equipo y refuerzan la marca de la casa, pero son inquietantes cuando la fagocitan, y esto es lo que nos había sucedido. No es cuestión de señalar culpables; éste no es un problema de culpabilidad, sino de que la dinámica de los hechos fue ésa, y así lo constataban todos los estudios cualitativos que hicimos: la marca COPE estaba difuminándose, con sus valores, con su identidad. Ya no se hablaba de COPE, sino de algunos comunicadores, que en algunos momentos defendían valores muy importantes para COPE, pero en otros momentos no.

También hay que decir que COPE no ha realizado ningún acto traumático: había unos comunicadores cuyos contratos terminaban, y se decidió que no continuaran. En la larga historia de COPE, eso ha pasado muchas veces, bien porque decidían irse ellos, o porque la casa percibía que era preferible un cambio.

¿Cuesta remontar mucho remontar en los índices de audiencia?
Sí cuesta, porque, repito, nosotros tenemos que pelear todos los días por cuadrar nuestras cuentas, por conseguir un pedazo de la tarta publicitaria, que ya antes de la crisis, se estaba estrechando muchísimo. Y además, porque el movimiento de las audiencias en la radio es muy lento: es muy lento para bien, y muy rápido para mal; es decir, se puede producir un descenso brutal de golpe, pero luego conseguir acumular nuevos oyentes que confíen en nuestra propuesta es lento y requiere muchos apoyos. Nosotros somos una radio con pocos apoyos multimedia; somos una rara avis: una radio que es sólo radio. Tuvimos una pequeña televisión, Popular Televisión, pero ahora ese proyecto ha cambiado, y 13TV navega sola. Por tanto, es difícil remontar; sin embargo, yo creo que se puede, y aunque lentamente, «se está consiguiendo».

¿Dónde está el equilibrio entre salir a buscar nuevos oyentes y mantener a los de toda la vida?
El punto de equilibrio está en la fidelidad a la identidad. El reto es ir consiguiendo de la noche a la mañana, pasando por los deportes, los informativos, por los distintos magazines, un tono, un contenido, una agenda de temas, una posición editorial que vaya modulándose y presentándose con un formato diverso (no es lo mismo un programa de deportes que uno de Iglesia o de cocina), de modo que haya como una sinfonía de fondo, que permita decir a todo el mundo, a cualquier hora: «¡Es la COPE!». El oyente tradicional de COPE seguirá reconociéndose en una radio comprometida y valiente que defiende grandes valores como la libertad religiosa, la libertad de educación, el valor de la unidad de todos los pueblos de España, la fidelidad a las víctimas del terrorismo, la familia, el protagonismo de la sociedad civil frente a un Estado invasor en todos los campos… Pero necesitamos también oyentes nuevos, en los que, a lo mejor, estaba pesando una tonalidad excesivamente agresiva, dialéctica o parcial, que se ocupaba mucho de algunos temas, pero casi nada de otros. Se trata de que se vea que hay un tono firme, pero amable.

Estamos haciendo ahora un producto, desde el punto de vista de formato, más «juvenil», buscando llegar a una audiencia de entre 35 y 55 años, para rejuvenecer el perfil de nuestra audiencia. Yo siempre digo que tenemos una gran estima por las personas mayores que oyen COPE, y que son un núcleo duro de nuestra audiencia. Pero tenemos que pensar en el futuro, y eso significa que tenemos también que arrastrar a oyentes más jóvenes, que a lo mejor han pensado, quizás de manera injusta, que COPE se había fosilizado un poco, que se había quedado parada. Y esto es nefasto para un medio de comunicación que intente pujar en un mercado tan duro como éste. Se trata de hacer ver que no, que COPE es fiel a valores, pero que, como la propia vida de la Iglesia, va encarnándose en circunstancias completamente nuevas.

«Las batallas» de COPE

¿Cuál es la función de un director editorial? Se trata de una figura muy atípica que tiene COPE…
Es cierto. Hasta el año 2006, no existió, quizá porque no se percibía la necesidad, porque parecía que la propia inercia era suficiente… Hago una analogía: igual que el Papa dice que no podemos dar por supuesta la fe, tampoco en COPE podemos dar por supuesta la identidad. Un director editorial es una figura que vela primero por fijar la posición editorial de la casa, y ahí tengo que decir que, incluso en los momentos de mayor tormenta, cualquier oyente ha podido conocer cuál es la posición real de COPE, a través de su línea editorial, a veces incluso en contraste con la opinión de alguno de sus comunicadores. Ésa es una primera función, pero no la única, porque no se trata de que haya unas pildoritas que muestren la posición editorial, sino de que esa posición editorial irradie, modele y plasme el conjunto de la programación, desde la diversidad de temas y formatos que debe tener una programación generalista como la nuestra. Esa labor de coordinación, de corrección, de sugerencia a todos los programas, no consiste en imponer que todos digan lo mismo. Eso sería patético, y nadie lo pretende. Además, yo estoy convencido de que, en esta radio, se tienen que oír voces muy variadas, a veces contrarias a la línea editorial, pero sí debe estar claro cuál es esa línea editorial, y tiene que haber una respuesta cordial e inteligente a esas voces. Lo que no puede ser es que esas voces terminen siendo las que más suenen en COPE, porque entonces algo estaríamos haciendo mal.

¿Se podría dar algún ejemplo concreto de esa coordinación?
Hemos tenido el Domund hace poco, y creo que hemos visto un salto cualitativo de cómo se ha tratado la cuestión en toda la programación, buscando una variedad de perspectivas, de sonidos, de emplazamientos… La coordinación entre dirección de informativos, dirección de programas y dirección editorial ha sido esencial. Pero podríamos poner ejemplos más recientes… ¿Cómo estamos tratando, estos días, la tragedia de la muerte de cuatro chicas en el Madrid Arena? Hay que dar la información, pero también queremos ofrecer un punto cualitativo diferente: ¿cuál es el significado de la fiesta? ¿Cuál es el valor del ocio? Ahí entra una perspectiva editorial, pero también el criterio en la selección de testigos, o el rechazo a hacer amarillismo… En fin, son batallas diarias que requieren un diálogo permanente, entre estas tres Direcciones, y también con los responsables de cada programa. Cada día hay que ir corrigiendo, y creo que, en eso, ha sido muy importante la novedad introducida en los últimos cinco años, que son los encuentros diarios con los responsables de los programas, para hacer una revisión de lo que se hace, siempre dentro de una máxima cooperación y apertura.

En cuanto a las batallas culturales a las que hacía usted antes referencia, ¿ha cambiado mucho la situación actual, con respecto a la que había con el Gobierno anterior?
Bueno, es verdad que estamos en un momento de cambio; hemos tenido siete años, en los que, con el Gobierno Zapatero las batallas que había que librar eran muy evidentes, y creo que COPE, con sus luces y sus sombras, tanto en la etapa precedente como en la nueva, ha tenido y tiene un papel muy importante de movilización, de denuncia, y también de educación, de propuesta, de generar comunidad… Esas batallas han estado fundamentalmente ligadas a las grandes libertades. de las que es garante también la vida de la Iglesia: por supuesto, la libertad religiosa, entendida no sólo como libertad de culto, sino que el ciudadano no tenga que desembarazarse de su identidad a la hora de comparecer en la vida pública (con todo el abanico de cuestiones que eso lleva, desde los símbolos religiosos en los lugares públicos, a que no exista un discurso público de hostilidad continua contra la tradición cristiana); la defensa de la familia, basada en el matrimonio, abierta a la vida; la defensa de la vida, desde su inicio hasta la muerte natural; la libertad de educación… Ésas, por citar cuatro, han sido cuatro grandes batallas que siguen vigentes. Es verdad que no hay ahora mismo una apretura legislativa como en los siete años anteriores, que obligaban ir casi con la lengua fuera detrás de una agenda que marcaban otros. Ahora estamos muy mediatizados por la cuestión de la crisis, pero la la crisis también nos lanza a nosotros un desafío: cómo no quedar prisioneros de la mera amargura, de la queja, la mera indignación…, sino tener una posición de construcción, de generar un sujeto comunitario, y ahí la experiencia de la Iglesia —con movimientos, órdenes religiosas, Cáritas, parroquias—, es fundamental para vertebrar la sociedad, y para mantener un hilo de esperanza que no es meramente sentimental, sino que se basa en hechos reales. Ahora estamos insistiendo muchísimo en eso.

Hay otro punto que me gusta subrayar: estamos intentando que el magisterio del Papa realmente llegue a la gente. El magisterio de Benedicto XVI es realmente crítico, importantísimo como brújula para navegar en un mundo en cambio, en un mundo lleno de perplejidades y contradicciones, y es una pena que quede confinado en esferas puramente eclesiásticas o en ámbitos de expertos. Que ese magisterio pueda llegar al gran público es un desafío para nosotros.

Un proyecto «en consolidación»

¿Ve consolidado el proyecto actual, desde el punto de vista editorial?
Yo lo veo en consolidación. Es conocido que estamos trabajando con estudios cualitativos y con una consultoría, que es un modo de trabajar nuevo en la casa, y eso nos está llevando a introducir ajustes. Nunca se puede ver un proyecto de este tipo como algo cerrado. Este año hemos introducido, por ejemplo, dos grandes novedades: una, en La Mañana, de 10 a 12, con Javi Nieves, y otra, en La Tarde, con Ramón García, de 3 a 7. Son dos apuestas muy fuertes, para unos tramos horarios en los que veíamos que era necesario rejuvenecer la audiencia.

El proyecto, por tanto, no está cerrado, porque acaba de empezar, y tendremos que ver cuál es la respuesta. Pero sí tenemos una clara vocación de estabilidad, de darnos tiempo para que cuaje el producto. Muchas veces, en COPE, en buena parte por las apreturas económicas, no hemos dado tiempo a que cuajaran algunas cosas que no sabemos si hubieran podido funcionar si les hubiéramos dado más tiempo, pero es que entonces no nos podíamos permitir ese lujo. Yo creo que ahora estamos en condiciones de hacerlo, también condiciones financieras, porque a pesar de que la crisis nos golpea como a todos (quizás un poco menos que a otros, pero nos golpea), tenemos la gran virtud de que no estamos endeudados. Y eso nos da una cierta libertad, y queremos apostar por dar tiempo a que cuaje este producto. Pero a mí me gusta mucho decir que la radio hay que ir haciéndola sobre la marcha. Hay un proyecto, sobre todo hay un criterio, pero es necesario ponerlo en juego cada día.

Tampoco podemos hacer la misma radio ahora que, por ejemplo, que en la etapa del zapaterismo, porque evidentemente hay que leer también los signos de los tiempos, por decirlo así. Ha habido un momento en el que la sociedad española, o una parte de ella que se reconocía muchísimo en COPE, pedía un tipo de presencia muy dura, muy movilizadora, porque había una sensación de necesidad de responder a un ataque brutal. Ahora estamos en una situación diferente. ¿Es que COPE cambia su naturaleza? No. Con la misma identidad afrontamos aquella situación que ésta, pero es necesario modular el mensaje.

¿Y cómo percibe la respuesta del personal de COPE a las nuevas propuestas?
Creo que el personal, en general, está contento. En primer lugar, porque la radio que estamos haciendo abre el arco de contenidos y somos mucho más informativos, estamos mucho más pegados a la actualidad, y el personal, sobre todo la redacción, tiene una vocación informativa, de narrar las cosas. Hemos pasado una etapa en la que se le daba preponderancia a la opinión, y quizá a la opinión de no demasiada gente, y ahora los redactores tienen muchísimo más protagonismo. Por otro lado, ellos siempre han sabido cuál era la identidad de la casa, y no lo ven como una especie de mordaza, sino todo lo contrario.

«En el corazón de la Iglesia»

¿Le llegan muchos ecos de obispos, por ejemplo de alguno que piense que hay mucho deporte, u otro que diga que le gusta o no le gusta esto o aquello?
Sí, muchos ecos. Tengo tantos ecos que es difícil trazar un vector, una línea dominante. Pero, en general, se reconoce que hemos conseguido aunar dos cosas que a algunos les parecían incompatibles: hacer una radio con una clara identidad cristiana, no por clerical, sino por la selección de contenidos —y eso se reconoce desde dentro de la Iglesia, pero también desde fuera—. Y, al mismo tiempo, hemos logrado que sea una radio ágil y dinámica.

En cuanto al debate sobre si hay mucho deporte, algunos se quejan, y con todo el derecho, pero en tiempos de José María García había más. El deporte, por otra parte, si se hace bien, aporta cosas muy valiosas: una cierta idea de comunidad, una escuela de virtudes, un entretenimiento sano… Y aporta audiencia juvenil, gente que, en principio, a COPE, por prejuicios, no se acercaría nunca, y que lo hace a través del deporte, aunque ahora tenemos el desafío de que se quede también a oír otras cosas.

También tenemos un debate sobre cuánta política debe haber. Nuestros consultores nos dicen que se identifica a COPE con una radio con demasiada información política, y es verdad que no hay por qué abrir siempre todos los programas con las últimas declaraciones de alguna personalidad política; hay más vida más allá de la política, sin dejar de reconocer que la política es importante.

Usted dirige y presenta El Espejo y La Linterna de la Iglesia. ¿Qué lugar ocupa la programación religiosa dentro de la programación general?
Nos estamos esforzando para que la programación religiosa tenga unos estándares de rigor, de profesionalidad, de formato, de velocidad, de presentación, sin nada que envidiar a ningún otro programa, de manera que nadie pueda decir que la programación religiosa es como una especie de reserva india, porque no lo es. Queremos que sea transversal; estamos sirviendo muchísimos contenidos al conjunto de los programas. En ese sentido, la programación religiosa tiene un papel muy importante en el proyecto editorial.

En la programación religiosa se ve claramente que estamos en el corazón de la Iglesia, en una Iglesia que tiene muchos dones y carismas, que tiene distintos acentos y sensibilidades, y todos los que viven en comunión con la Iglesia tienen su espacio en COPE. Lo que nunca va a ser la programación religiosa de COPE es escenario de una dialéctica anticuada y estéril entre supuestos progresistas y conservadores, o de un cansino debate sobre la reforma de las estructuras eclesiales… Nosotros no tenemos ningún problema en ese sentido; seguimos la senda que nos marca el pontificado del Papa y la Conferencia Episcopal Española, y esa senda, yo percibo que no nos estrecha el camino, sino que nos abre espacios muy grandes para poder dialogar con toda la sociedad.