Carlos Herrera: «El Camino de Santiago me ayuda a dialogar con Dios» - Alfa y Omega

Carlos Herrera: «El Camino de Santiago me ayuda a dialogar con Dios»

Es una de las personas más influyentes de España, un comunicador nato que, a partir del 1 de septiembre, conducirá las mañanas de la cadena COPE con la intención de liderar la radio española. Sin embargo, desde hace 17 años, el mediático Carlos Herrera emplea parte de sus vacaciones para caminar solo, sin más compañía que un bordón, una mochila de nueve kilos y un ipod, por las sendas jacobeas que recorren el país. Una experiencia, la de caminar hasta el Sepúlcro del Apóstol, que, dice, «me da una sensación de libertad incomparable» y «me acerca a Dios». Aunque a veces la dureza del Camino, «hace que me acuerde de la madre del Santo»…

José Antonio Méndez

Carlos, me alegro, buenos días. Usted es uno de los peregrinos fijos del Camino, podríamos decir que es un fósforo del Camino. ¿Cuántos años lleva haciéndolo, verano tras verano?
Buenos días. Y me alegro yo también. Al Camino me voy todos los años. Y la primera vez creo que fue en 1998…

¿Y por qué lo hizo?
Llevaba ya mucho tiempo queriendo hacerlo. Mucho tiempo leyendo, escuchando, oyendo hablar del Camino de Santiago. La primera etapa que hice aquel año fue una etapa que ahora hago todos los años, vaya por donde vaya. Esté donde esté voy a Frómista para, de San Martín, llegar a Villasirga, y desde Villasirga, llegar hasta Carrión. Es una etapa plana que algunos considerarán sosa porque va al lado de una carretera. Yo voy por la ribera del río Feiza, y es una etapa que me gusta y me entusiasma. El Camino me da una sensación de libertad única e incontrolable. El primer año fue muy emocionante y desde entonces decidí que no pasaría ningún año sin hacerlo. En estos años creo que me he hecho todos los Caminos: el francés por supuesto, el del Norte, el portugués, el aragonés, el vasco de interior, he hecho hasta la ruta vadiniense que va desde Cantabria hasta León por Pontedrave…, me queda uno, el ingles, y parte del primitivo. En fin, que puedo dar lecciones en varios idiomas.

El Camino de Santiago es una experiencia muy bonita pero también es muy dura, y hay momentos en los que uno dice: ¿Pero quién me manda a mí meterme a hacer esto? Este año incluso se ha roto un dedo del pie. ¿Por qué sigue repitiendo todos los años?
Primero porque lo hago siempre en unas fechas que para mí suponen el inicio de la vacación, de la holganza, y el final del ciclo tormentoso del trabajo, así que es como una liberación. A mí me gusta salir al campo, andar por caminos, ver gente, o no verla porque yo camino solo, y el Camino me da esa sensación de libertad, de llenarte el espíritu de vida, de llenarte los pulmones de vida, recrear el espíritu y reflexionar. Eso de que el viaje más interesante del Camino es un viaje al interior de ti mismo, que es lo más apasionante que se puede conocer, tiene algo de cierto. Recuerdo unas palabras que me resultaron proféticas de Pablo Payo. Pablo Payo era el mesonero del Mesón del Peregrino de Villasirga, una figura del Camino muy importante, que siempre esperaba en la puerta del Mesón vestido de peregrino a todos los que íbamos a verle. Él me dijo: «Cuando más fatigado estés, cuando más te estés acordando de lo bien que estabas en otros lugares, cuando más te quejes de la dureza del camino y quieras rendirte, hay una voz interior qué te dice Camina, camina, camina. Y le harás caso». Y es verdad.

Esta lección, ¿trasciende los días del camino?
Mucho. Yo tampoco soy ya un niño, pero me mantengo en buena forma y hago un promedio de 25 kilómetros al día, 30 como mucho, que es más o menos soportable, aunque acabas los primeros días muy agotado. Cuando sientes sensación de cansancio que te permite a veces echarte debajo de un chopo, o sentarte en un banco de la parroquia de un pueblo que estás visitando, o tomarte una cerveza o un bocadillo kilométrico en cualquiera de los lugares en el Camino dispuestos estratégicamente para ello, recordar esa lección te da fuerzas.

Habla, y se le nota a la legua que disfruta caminando…
Yo echo a caminar las seis de la mañana todos los días, porque me gusta me ver amanecer en el campo. Ver el espectáculo de la amanecida, ver el primer frescor del rocío en el campo, son 5 o 10 minutos impagables. Y cuando ya el sol asoma y tu sombra es larga como un ciprés hacia adelante, y se va recortando a medida que vas caminando, llega la culminación del mejor momento del día. En ese momento yo siempre llevo una radio, que llevo en el bolsillo para escuchar a los colegas y compañeros. A partir de las 10 de la mañana me gusta ponerme mi ipod; y voy escuchando música que elijo especialmente para estos días.

¿Y qué música se pone?
Principalmente, música en español: desde Serrat a Julio, pasando por Marifé. Después de ese momento, cuando tú no ves tu sombra, ya no puede seguir caminando. Eso significa que tienes el sol en lo alto, y el sol en lo alto castiga demasiado. Tienes que empezar a buscarte algún lugar donde recogerte. Yo programó mis viajes de tal manera que sé de dónde salgo y a dónde quiero llegar; aunque a veces no llegó por lo que sea. Este año, por ejemplo, se me rompieron las botas que han venido conmigo desde hace desde hacía 11 años…

Vamos, que las ha amortizado…
¡Vamos que si las he amortizado! Eso me decían algunos por Twitter, porque yo retransmito el Camino por Twitter. Se me rompieron antes de llegar a Torres del Río, por el camino de Viana, que es un paisaje maravilloso a pesar de que se quemó hace algunos años. Y me jodió el plan completamente. Tuve que esperar un autobús e irme a Viana… pero es que se abrieron en dos literalmente. Esas cosas que te pasan en el Camino…

Es que el Camino da pie a un catálogo de anécdotas. Algunas bonitas, otras cómicas, y otras no tan agradables. ¿Tiene alguna que se le haya quedado grabada?
Yo suelo aislarme mucho cuando camino, pero hay veces que te reconocen, o que charlas espontáneamente con alguien… Hace un año, en Hontanas (qué es un pueblo fascinante, después de salir de Burgos y antes de llegar a Castrojeriz), una antigua compañera mía de radio que tiene allí un restaurantito, me dice: «Carlos, tú hablas inglés, ¿verdad? Es que aquí hay una muchacha que está llorando desconsoladamente». Era una chavala joven, alemana —porque alemanes y franceses hay muchísimos a lo largo del Camino—, una monada de niña, que lloraba sin parar. Nos sentamos y me confesó que no sabía por qué lloraba. Yo le dije: «Será que estás añorando a tu familia, que añoras a tu novio, que te ha dejado tu novio, que tienes alguna razón introspectiva por la que estás llorando»… Y me decía que no, pero que tenía la necesidad de llorar y desahogarse. Así que le dije: «Entonces tú tranquila, porque eso es un bálsamo que te está enviando el Santo». Tuvimos una conversación larga, al final se vino arriba y nos dimos un abrazo. Luego me pregunté qué tal acabaría el Camino de Santiago aquella chavala…

A muchas personas, el Camino de Santiago les acerca a Dios. A usted, ¿le sirve para entrar en diálogo con Dios?
Inevitablemente. Toda espiritualidad contempla una forma de diálogo con Dios, y el Camino, que es una forma de contemplación activa, me ayuda a entrar en ese diálogo con Él. Yo procuro entrar en las parroquias de los pueblos que visito; no sólo como apetito cultural e histórico (ver el románico de Tierra de Campos es un regalo) sino también como un apetito espiritual. Me gusta entrar en una iglesia, sentarme y santiguarme, sencillamente para dar las gracias por poder estar ahí, para pedir fuerzas para seguir, para dar las gracias a Dios por las cosas que van saliendo no sin dificultad… También es verdad que hay otros momentos en los que me acuerdo de la madre el Apóstol.

Acláreme este punto, Carlos, que acaba usted de fichar por la COPE…
Mira, cuando subía la senda de la Remoña, que está pasado Potes, subiendo por Picos de Europa para bajar a Portilla de la Reina, yo creía que aquello era un paseo más agradable, pero es una rampas inagotable, interminable. Cuando yo me vi ahí con los nueve kilos a la espalda…, estaba maldiciendo al Santo. Luego le pedí perdón, y cuando fui a verle le dije: «Mira, los católicos contemplamos el arrepentimiento y el pecado; me arrepiento de todo lo que te he dicho; perdóname». Pero según estaba yo en aquella rampa, la verdad es que me acordé de todos sus ancestros…

Usted es un comunicador nato y una persona muy mediática; esos días, sin embargo, los pasa solo. ¿Sirve el Camino no sólo para desconectar, sino también para ponderar bien la realidad del día a día?
El Camino sirve, como todo acto de recogimiento, para poner en el ránking de valores las cosas en su sitio. A mí me sirve para encontrar paz espiritual, relajo, sosiego, agrado por los paseos, ampliación de la cultura…, pero también la posibilidad de la introspección para ponderar qué es lo que has hecho en los últimos meses, qué ha salido bien, qué no, qué podías haber hecho mejor, en qué te equivocaste (siendo sincero contigo mismo) y en que deberías mejorar. En las inmensas llanadas de Tierra de Campos, o por Rioja o por Navarra, da mucho tiempo para la reflexión. Pones la vista en el fondo del Camino, y te das cuenta de que conviene poner las cosas en un ránking de valores. Entonces resulta que tiene más importancia de lo que yo creía el ver a esa persona, o el tomarme un café con tal otra, o el acordarme de mi madre… Para eso, el Camino es una experiencia única y maravillosa; y yo le aconsejo siempre a mis amigos que lo hagan.

En este momento político tan tenso, ¿a quién le recomendaría hacer el Camino?
¡A todos, a todos! No me dejaría a ninguno. Muchas veces, el que hace sólo tres o cuatro días hace las últimas etapas para entrar en Santiago. Yo aconsejo otra cosa, porque las tres últimas etapas, que tampoco son tan fáciles porque hay alguna subida muy pronunciada, son muy concurridas, hay mucha gente y es mejor deleitarse con ellas cuando ya has caminado todo el resto. Así que yo suelo proponer que, si van a hacer tres o cuatro días, empiecen desde el principio. La primera etapa es un poco dura, de San Juan de Pied de Port hasta Roncesvalles; pero después, la baja de Roncesvalles a Zubiri, Larrasoaña, la entrada en Pamplona, Puente de la Reina, Estella… son días bellísimos. Yo aconsejaría que fuesen por ahí, que se dieran, por ejemplo, una vuelta por Navarra, y que ascendieran todos al Alto del Perdón, que es un lugar que hay que saber alcanzar con cabeza.

Hablando del perdón, ¿se ha confesado alguna vez en el Camino de Santiago?
Sí, sí. Es que yo soy un pecador inagotable.

Entonces ya somos dos…
Yo soy un pecador infatigable; tengo una gran facilidad para reciclar y reinventar los pecados y ejercer la contumacia en todos ellos. A mí normalmente me confiesa un cura amigo, qué me dice siempre: «Bueno, el catálogo de siempre, ¿no?». Y yo le digo que sí, pero aderezado con alguno nuevo. Mi confesor era el padre José Luis Gago, el confesor que mejor me ha tratado y con más generosidad ha tratado todas mis cosas. Además era mi amigo del alma y mi jefe del alma, y mi compañero del alma de la radio. Ahora, no teniendo al padre Gago, tengo a mis confesores sevillanos. En el Camino alguna vez me he confesado, y he tenido que advertirle al cura: «Vengo cargadito, ¿eh? Yo te hago un resumencito corto, y luego tú ya me quitas lo que puedas…».

Ahora que empieza una nueva temporada en COPE, y un nuevo ciclo de su vida, ¿qué enseñanza del Camino quiere poner en práctica?
Aquella que me decía Pablo Payo: cuando más agotado estés, cuándo el desfallecimiento creas que no te va a dejar continuar, cuando estés harto de las cosas, camina, camina, camina; escucha la voz interior que te dice «Camina». Esto es exactamente igual: Cuando más cansado esté de trabajar, cuando crea que las cosas pueden salir mejor, cuando vea que las cosas no han salido bien, continúa, continúa, continúa. Escucha la voz interior que te dice que camines.

¿Y qué bache quiere evitar? ¿Con qué piedra quiere no tropezar?
Me parece que va a ser inevitable tropezar con algún bache. Lo importante de los baches y de las piedras es tener después cintura suficiente como para haber aprendido dónde estaban, y cómo hay que sortearlos.