El piloto que desapareció una noche estrellada - Alfa y Omega

El piloto que desapareció una noche estrellada

Aviador, aventurero, escritor, reportero, pintor… y añadiría filósofo, educador y buscador de la verdad: Antoine de Saint-Exupéry ha pasado a la historia como autor de El Principito, obra archiconocida que muchos citan y no tantos comprenden, quedando el resto de su producción literaria a la sombra. Toda su obra, más que páginas de aventuras de pilotos, es un manual para despertar y aprender a mirar lo esencial

Chema Alejos
Uno de los dibujos de El Principito realizados por Saint-Exupéry

En su biografía uno descubre a un hombre lleno de conflictos y al mismo tiempo a un auténtico genio. El origen de su tormento es la desproporción entre su deseo de bien, verdad y belleza y su incapacidad de plasmarlo en la vida. Busca en su interior aquel tiempo en el que la vida respondía al propio deseo y lo encuentra en su niñez: ojos sin prejuicios y abiertos al misterio. «Cuando era muchachito vivía yo en una antigua casa y la leyenda contaba que allí había un tesoro escondido. Sin duda, nadie supo descubrirlo y quizá nadie lo buscó. Pero encantaba toda la casa. Mi casa guardaba un secreto en el fondo del corazón».

No es accidental que un niño sea quien eduque la mirada al piloto que pinta elefantes dentro de boas: «He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos».

Esta máxima nos recuerda a otro francés, Pascal. «El corazón tiene razones que la razón no entiende». Pascal parece que opone corazón y razón, como si uno no entendiera al otro. En Saint-Exupéry el corazón es integrador. Marca el límite, la miopía de aquellos que no se abren a la realidad en su totalidad. Como la casa de su infancia que esconde un tesoro, la realidad guarda una esencia, una belleza, un sentido último. Hay que poner en juego la dimensión total del hombre, mirar con el corazón, para asomarse al misterio que envuelve el mundo.

El piloto y escritor, pintando

El hombre es un nudo de relaciones

Para nuestro escritor la felicidad no radica en hacer, sino en ser. «Antes que hombre feliz, es preciso que sea hombre». ¿Qué es ser hombre? «El hombre es un nudo de relaciones». Lo que nos define son los vínculos con la realidad, que son invisibles. Por esto, «el hombre tarda mucho en nacer», nuestro «pasado entero es sólo nacimiento de hoy». Y lo que construye nuestra realidad humana es cómo nos relacionamos con el mundo. «Lo que causa tus sufrimientos más graves es lo mismo que te aporta tus alegrías más altas. Porque sufrimientos y alegrías son frutos de tus lazos».

Estos lazos son los que nos hacen ser. Pero no sólo en las relaciones humanas, sino también los lazos que establecemos con los bienes materiales, con la tradición y los valores, con Dios o con el trabajo, cuyo sentido es la edificación del hombre en cuanto que ayuda a mantener y construir vínculos entre los demás. En su caso, crear y mantener los vínculos fue explícito por su labor como piloto postal.

«Únicamente seremos felices cuando cobremos conciencia de nuestro papel, incluso aunque nos corresponda el más oscuro. Únicamente entonces podremos vivir en paz y morir en paz, porque el que da sentido a la vida, da un sentido a la muerte».

La última decisión de Saint-Exupéry fue consecuente con esto. Tomó conciencia de su papel en plena II Guerra Mundial y puso en juego todos sus dones para llevar a cabo su ideal, el sentido de su existencia. Como escritor quiso reconciliar a los franceses en su Carta al General X, y como piloto se alistó en el ejército aliado. El 31 de julio de 1944, con 43 años, siendo el más viejo de su escuadrón, fue asignado a una misión de reconocimiento del avance de tropas alemanas. Despegó de la base aérea de Córcega y nunca más regresó. Desapareció en una noche estrellada como aquel Principito que le devolvió el sentido de su existencia.