La música de Europa - Alfa y Omega

La música de Europa

Javier Alonso Sandoica

En estos tiempos en que el rapto de Europa más que mito es la realidad de un expolio, nos viene al pelo la lectura de La música de la memoria, un magnífico ensayo-ficción del músico Xavier Güell, editado por Galaxia Gutenberg. Nuestro continente necesita, con urgencia de UVI móvil, anclajes para reconocerse. Este libro es un apasionante recorrido por la música del siglo XIX y por la vida de los colosos que la marcaron. Aquí entran todos: Beethoven, Schumann, Schubert, Liszt, Wagner, Mahler… No es una biografía al uso, retazos de Wikipedia, sino relatos en primera persona de los protagonistas, al hilo de sus cartas y documentos públicos.

Fascinante el apartado dedicado al autor de la Sinfonía pastoral; el lector debe parar en este punto si aún no ha leído el testamento de Heiligenstadt, que circula íntegramente por Internet y Güell recoge en parte. Estas palabras llevan tanta humanidad en sus entrañas que producen congoja en el lector: aquí está el alma entera de Beethoven. Cuando la sordera se agudizaba, los médicos le mandaron una temporada de sosiego y paisaje tibio. El músico se marchó a las afueras de Viena, a Heiligenstadt, y dejó un documento imborrable: «Si a veces intentaba sobreponerme a mi mal, ¡con qué redoblada tristeza el oído dañado me recordaba mi desolación! Y, sin embargo, no era posible que yo les pidiera a todos: ¡Habladme más alto, gritadme, que soy sordo! En cuanto me acerco a una tertulia se apodera de mí la ansiedad terrible de que alguien vaya a descubrir mi estado. ¡Oh, Providencia!, ¿cuándo harás que luzca para mí un día de pura alegría? ¿Cuándo, Dios mío, cuándo podré volver a sentirla en el templo de la naturaleza y entre los hombres?».

Nada sabríamos de sus últimas partituras si su vida hubiera carecido de una redoblada lucha interior. «Mi obra, estoy convencido, es mucho más profunda, más espiritual y en definitiva mejor, como consecuencia de mi sordera. Y doy gracias a Dios por habérmelo hecho entender». El Beethoven niño sufrió el maltrato de un padre que llegaba borracho de madrugada con su profesor de contrapunto; ambos le obligaban a sentarse al piano a repasar las fugas a golpe de fusta. Dios en Beethoven no fue el cliché del Dios de la Ilustración, un referente sobrenatural ajeno al mundo, un mecánico que puso en marcha el engranaje del universo y se largó para desentenderse, sino el Padre providente que nunca tuvo, con quien cotejaba su música. Así el maestro recoge en la Oda a la alegría de Schiller palabras que ganan altura: «Abrazaos millones de seres. Hermanos, sobre la bóveda estrellada habita un Padre amante. ¿Os prosternáis, millones de seres? Mundo, ¿presentís al Creador?».