La manipulación tutsi - Alfa y Omega

La manipulación tutsi

A mediados del pasado mes de abril comenzó en Bélgica el juicio contra dos religiosas africanas acusadas de colaborar en el tristemente famoso genocidio ruandés. Los cuatro años de guerra y sufrimientos inimaginables que sufrió este país, a partir de 1994, permanecen aún en la oscuridad para el mundo, y todavía hoy no se sabe, a ciencia cierta, la verdad sobre lo que ocurrió en aquella guerra. Sin embargo, la versión de los vencedores es la que prevalece en la opinión pública internacional. Gerardo González Calvo, redactor jefe de la revista Mundo Negro, presenta para Alfa y Omega otra realidad de aquella guerra, mucho menos divulgada:

Gerardo González Calvo
Huida de refugiados hutus hacia el antiguo Zaire, después de la conquista del poder por los tutsis en Ruanda
Huida de refugiados hutus hacia el antiguo Zaire, después de la conquista del poder por los tutsis en Ruanda.

Dos religiosas sentadas en un banquillo y, si además, están acusadas de genocidio, dan mucho pábulo a la prensa. Y esto es lo que ha sucedido en Bélgica con los casos de las religiosas ruandesas Consolata Mukangango y Juliene Mukabera, pertenecientes a la etnia hutu, igual que otros dos acusados, el profesor universitario Vicent Ntezimana y el ex ministro de Transportes Alphonse Higaniro. Se les ha bautizado ya como Los cuatro de Butera. El juicio comenzó en Bruselas el 17 de abril y está previsto que dure cuatro semanas.

No tenemos elementos de juicio para decir si son o no culpables. Lo que sí tenemos es muchas dudas sobre la sinceridad de la interpretación del genocidio ruandés, que se desencadenó el 6 de abril de 1994. Desde el primer momento se culpó de genocidio a los hutus, y a la Iglesia católica de connivencia con él. Por eso no es ninguna casualidad que se siente en el banquillo a las dos religiosas, junto a un político y a un profesor. Ésta es la versión que dieron los vencedores, o sea, los tutsis, que gobiernan en Ruanda desde el verano de 1994. Una vez en el poder, aseguraron que habían sido asesinados 800.000 tutsis. Nos brindaron imágenes de fosas comunes y repitieron insistentemente las palabras holocausto, genocidio y crímenes contra la Humanidad.

Se ha montado así una realidad parcial y tendenciosa de los hechos. En primer lugar, la Iglesia católica no tuvo nada que ver con las matanzas. Es más, en pocas semanas fueron asesinados por los tutsis tres obispos, que pudieron haber salido del país para participar en el Sínodo africano que se iba a celebrar en Roma y, sin embargo, se quedaron; lo hicieron para permanecer al lado de sus feligreses. Posteriormente, fue asesinado, también por los tutsis, otro obispo. Entre sacerdotes, religiosos y religiosas fueron asesinados 248, la mayoría por los tutsis. Uno de ellos fue el misionero español padre Joaquín Vallmajó, asesinado el 27 de abril de 1994 por los tutsis. Este valiente misionero dijo a unos cámaras de televisión que si querían filmar cadáveres de hutus asesinados; a las pocas horas los tutsis acabaron con él.

El asesinato del padre Joaquín Vallmajó formó parte de un plan perfectamente diseñado. Era un testigo incómodo de la otra cara del genocidio ruandés —la participación de los tutsis— y podía frustrar el guión escrito por Paul Kagame, actual Presidente de Ruanda, con asesores norteamericanos. Este guión tenía como objetivo último culpar a los hutus del genocidio, colocar a los tutsis en el poder y mostrarlos al mundo como los buenos de la película. Hasta ahora nadie, salvo algunas revistas como Mundo Negro, ha analizado en profundidad lo sucedido en Ruanda en 1994 y lo que sigue sucediendo en la Región de los Grandes Lagos.

En segundo lugar, no se ha querido examinar a fondo la responsabilidad de los tutsis que militaban en el FPR (Frente Patriótico Ruandés) en el atentado que costó la vida a dos presidentes hutus: el de Ruanda, Juvenal Habiarymana, y el de Burundi, Cyprien Ntaryamira. Un misil derribó el avión en que viajaban, procedentes de Tanzania, pocos minutos antes de aterrizar en el aeropuerto de Kigali, exactamente a las 22:30 del 5 de abril. Este atentado y el caos consiguiente desencadenaron las matanzas. Varios miembros del propio FPR han informado de la participación directa de Paul Kagame en el atentado, y así lo ha publicado en un amplio informe la revista española Mundo Negro, correspondiente al mes de abril.

En tercer lugar, algunos medios de comunicación, entre ellos El País, dan la cifra de 800.000 tutsis asesinados. Otros, más cautos, hablan de más de 500.000 asesinados entre tutsis y hutus moderados. La cifra de 800.000 tutsis asesinados es tan exagerada que no resiste el mínimo análisis y, además, olvida a los hutus. Ruanda tenía en abril de 1994 una población de 8.000.000 de habitantes, el 14 por ciento tutsis y el 85 por ciento hutus. Por tanto, los tutsis eran 1.200.000 y hubieran quedado 400.000. Que sepamos, ni el propio régimen ruandés da actualmente un porcentaje de tutsis inferior al 14 por ciento.

Sor Consolata Mukagango. A la derecha, Sor Julienne Mukabutera
Sor Consolata Mukagango. A la derecha, Sor Julienne Mukabutera

Lo sucedido en Ruanda en abril de 1994 fue monstruoso. Nadie lo puede negar ni soslayar; pero se sigue haciendo una lectura parcial e interesada, inspirada por el régimen de la minoría tutsi, para perpetuarse en un poder, que nunca hubiera logrado si se hubiera puesto en marcha la transición democrática, auspiciada por la ONU. Paul Kagame, el hombre al que no le importó sacrificar a sus compañeros tutsis con tal de quitar el poder a los hutus, sabía muy bien que al eliminar al presidente Habyariamana se iba a producir un caos en el país y se pondría punto final al proceso democrático.

Para conseguir sus objetivos contaba con el apoyo explícito de Uganda y de Estados Unidos. Tanto él como los máximos dirigentes del FPR se criaron en Uganda, tenían incluso la nacionalidad ugandesa y habían ostentado grados militares en el gobierno de Yoweri Museveni, al que ayudaron a conquistar el poder en Uganda. El apoyo que dieron Uganda y Ruanda a Laurent Desiré Kabila para acabar con el presidente zaireño Mobutu Sese Seko, y posteriormente a los rebeldes congoleños (Zaire se rebautizó con el nombre de República Democrática de Congo en mayo de 1997), forma parte de la segunda película rodada en los escenarios de los Grandes Lagos.

Uganda y Ruanda —más la primera que la segunda— mataron a unos 200.000 refugiados hutus en la zona del Kivu, después de asesinar a otro testigo incómodo, el arzobispo de Bukavu monseñor Christophe Munzihirwa, a esquilmar sistemáticamente los recursos mineros de este país: oro y diamantes, además de minerales estratégicos como el niobio y el coltan, muy útiles para la industria aeroespacial norteamericana.

Lo sucedido en Ruanda, hace ahora siete años, fue algo más que un genocidio: una estratagema para quitar a unos del poder y poner a otros. Si para ello hay que acusar a la Iglesia, se la acusa, como sucedió en la propia Ruanda cuando se sentó en el banquillo a monseñor Emmanuel Misago. Lo pertinente sería crear una Comisión independiente de la Verdad y la Reconciliación, como se hizo en Suráfrica. Mientras, la historia de lo sucedido la cuenten los vencedores, darán su propia versión de los hechos para perpetuarse en el poder, y los vencidos, es decir, los hutus, serán siempre acusados -por el hecho de ser hutus- de genocidas. Esta es la mayor mentira tutsi.