Papa Francisco: «Decidle a todos que el Padre nos espera para perdonarnos y ¡hace fiesta!» - Alfa y Omega

Papa Francisco: «Decidle a todos que el Padre nos espera para perdonarnos y ¡hace fiesta!»

El Papa se unió desde Roma a la iniciativa de del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización 24 horas para el Señor, secundada desde templos en todo el mundo. Estaba previsto que Francisco confesara a algunos penitentes, pero antes de entrar al confesionario, el Pontífice se giró, y ante la sorpresa de todos, se dirigió a un sacerdote para confesarse él primero. En su homilía, el Papa pidió a los participantes en esta iniciativa que se convirtieran ellos mismos en misioneros «para proponer a otros la experiencia de la reconciliación con Dios». «A cuantos encontréis, podréis comunicarles la alegría de recibir el perdón del Padre y de volver a encontrar la amistad plena con Él. Y decidles que nuestro Padre nos espera, nuestro Padre nos perdona, y es más: ¡Hace fiesta! Si tú vienes con toda tu vida, con tantos pecados, Él en lugar de reprocharte, hace fiesta. Esto es nuestro Padre, y esto lo tenéis que decir vosotros, decírselo a mucha gente, hoy»

Ricardo Benjumea
El Papa Francisco recibe el Sacramento de la Penitencia, en la basílica de San Pedro
El Papa Francisco recibe el Sacramento de la Penitencia, en la basílica de San Pedro.

Tras una celebración penitencial en la Basílica Vaticana, con la que se sumaba a la iniciativa mundial 24 horas para el Señor, estaba previsto que el Papa confesara a algunos fieles. La sorpresa -en primer lugar, para quien más de cerca le acompañaba, su ceremoniero, monseñor Guido Marini- fue que, antes de entrar en el confesionario que tenía reservado, el Pontífice se dirigió a un sacerdote para confesarse. La fotografía dio en pocos minutos la vuelta al mundo.

En su homilía, Francisco insistió en el significado del sacramento de la reconciliación como lugar privilegiado para experimentar la misericordia de Dios, que «hace fiesta» cada vez que un pecador se convierte. «Quien experimenta la misericordia divina -añadió-, se siente impulsado a hacerse artífice de misericordia entre los últimos y los pobres. En estos hermanos más pequeños Jesús nos espera (Cfr. Mt 25, 40). Recibamos misericordia, y demos misericordia. ¡Salgamos a su encuentro! ¡Y celebraremos la Pascua en la alegría de Dios!».

A cuantos han participado en todo el mundo en la iniciativa 24 horas para el Señor, con iglesias especialmente abiertas para la adoración eucarística y la confesión de los fieles, Francisco les pidió que sean misioneros y comuniquen a los demás «la alegría de recibir el perdón del Padre y de volver a encontrar la amistad plena con Él».

A lo largo de todo el día, el Papa insistió en mensajes similares. Por la mañana, en la Misa en la capilla de Santa Marta, Francisco subrayó que Dios nos ama, «no sabe hacer otra cosa». Tiene «nostalgia amorosa» de nosotros cuando nos alejamos de Él y nos invita a«regresar a casa». «Éste es nuestro Padre, el Dios que nos espera. Siempre. Pero, padre, yo tengo tantos pecados, no sé si Él estará contento. ¡Prueba! Si tú quieres conocer la ternura de este Padre, ve hacia Él y prueba, luego me cuentas. El Dios que nos espera. Dios que espera y también Dios que perdona. Es el Dios de la misericordia: no se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, pero Él no se cansa».

Unas horas después, al recibir a unos 600 sacerdotes recién ordenados participantes en un curso de la Penitenciaría Apostólica sobre la confesión, el Papa reconoció que, «a menudo, a los fieles les cuesta trabajo confesarse, sea por motivos prácticos, sea por la dificultad natural de confesar a otro hombre los pecados propios. Por eso es necesario trabajar sobre nosotros mismos, sobre nuestra humanidad, para que no representemos nunca un obstáculo, sino para que favorezcamos siempre el acercamiento a la misericordia y al perdón.. ¡La confesión no es un tribunal de condena, sino una experiencia de perdón y misericordia!», dijo.

«En primer lugar -subrayó- el protagonista del ministerio de la reconciliación es el Espíritu Santo», por lo que los confesores «estáis llamados a ser siempre hombres del Espíritu Santo, testigos y anunciadores, alegres y fuertes, de la resurrección del Señor». El Papa pidió a los sacerdotes acoger a los penitentes «no con la actitud de un juez ni tampoco con la de un simple amigo, sino con la caridad de Dios… El corazón del sacerdote es un corazón que se conmueve… Si es verdad que la tradición indica el papel doble de médico y de juez de los confesores, no hay que olvidar que cómo médico está llamado a curar y como juez a absolver».

«Un sacerdote que no se dedica a esta parte de su ministerio es como un pastor que no se preocupa por las ovejas que se han perdido», añadió. «¡La misericordia es el corazón del Evangelio¡ Es la buena nueva de que Dios nos ama, de que ama siempre al pecador y con este amor lo atrae hacia sí y lo invita a la conversión».

Sobre las dificultades que, con frecuencia, encuentra la confesión, Francisco dijo que «las razones son muchas, tanto históricas como espirituales. Sin embargo, sabemos que el Señor quiso regalar este don inmenso a su Iglesia, ofreciendo a los bautizados la seguridad del perdón del Padre. Por eso es muy importante que en todas las diócesis y comunidades parroquiales se preste mucha atención a la celebración de este sacramento de perdón y salvación. Es importante que en todas las parroquias los fieles sepan cuando pueden encontrar disponibles a los sacerdotes: cuando hay fidelidad, se ven los frutos».

Texto completo de la homilía del Papa en la Basílica de San Pedro:

Hermanos y hermanas:

En el período de la Cuaresma la Iglesia, en nombre de Dios, renueva el llamamiento a la conversión. Es la llamada a cambiar de vida. Convertirse no es cuestión de un momento o de un período del año, es un empeño que dura toda la vida. ¿Quién de entre nosotros puede presumir que no es pecador? Nadie. Todos lo sabemos. Escribe el apóstol Juan: «Si decimos: No tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia» (1 Jn 1, 8-9). Es lo que sucede también en esta celebración y en toda esta jornada penitencial. La Palabra de Dios que hemos escuchado nos introduce en dos elementos esenciales de la vida cristiana.

El primero: Revestirnos del hombre nuevo. El hombre nuevo, «creado según Dios» (Ef 4, 24), nace en el Bautismo, donde se recibe la vida misma de Dios, que nos hace sus hijos y nos incorpora a Cristo y a la Iglesia. Esta vida nueva permite ver la realidad con ojos diversos, sin estar distraídos por las cosas que no cuentan y no pueden durar por mucho tiempo, de las cosas que terminan con el tiempo. Por esta razón estamos llamados a abandonar los comportamientos del pecado y fijar la mirada en lo esencial. Fijar la mirada en lo esencial de la vida. «El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene» (Gaudium et spes, 35). Fijar la mirada sobre la realidad esencial del hombre. He aquí la diferencia entre la vida deformada por el pecado y aquella iluminada por la gracia. Del corazón del hombre renovado según Dios provienen los comportamientos buenos: hablar siempre con la verdad y evitar toda mentira; no robar, sino más bien compartir cuanto se posee con los demás, especialmente con quien tiene necesidad; non ceder a la ira, al rencor y a la venganza, sino ser mansos, magnánimos y dispuestos al perdón; no caer en la maledicencia que arruina la buena fama de las personas, sino mirar mayormente el lado positivo de cada uno. Y esto es revestirse del hombre nuevo, con estas actitudes nuevas.

El segundo elemento: Permanecer en el amor. El amor de Jesucristo dura para siempre, jamás tendrá fin, porque es la vida misma de Dios. Este amor vence el pecado y da la fuerza para volver a levantarse y recomenzar, porque con el perdón el corazón se renueva y rejuvenece. Todos lo sabemos: Nuestro Padre jamás se cansa de amar y sus ojos no se amodorran al mirar el camino de casa, para ver si el hijo que se fue y se ha perdido regresa. Podemos hablar de la esperanza de Dios: nuestro Padre nos espera siempre. No sólo nos deja la puerta abierta: nos espera. Él está involucrado en esto, esperar a los hijos. Y este Padre no se cansa ni siquiera de amar al otro hijo que, aun permaneciendo siempre en casa con él, sin embargo no es partícipe de su misericordia, de su compasión. Dios no sólo está en el origen del amor, sino que en Jesucristo nos llama a imitar su mismo de amar: «Como yo los he amado, así ámense también ustedes los unos a los otros» (Jn 13, 34). En la medida en que los cristianos viven este amor, se convierten en el mundo en discípulos creíbles de Cristo. El amor no puede soportar permanecer encerrado en sí mismo. Por su misma naturaleza es abierto, se difunde y es fecundo, genera siempre nuevo amor.

Queridos hermanos y hermanas, después de esta celebración, muchos de ustedes se harán misioneros para proponer a otros la experiencia de la reconciliación con Dios. 24 horas por el Señor es la iniciativa a la que han adherido tantas diócesis en todas partes del mundo. A cuantos encontrarán, podrán comunicar la alegría de recibir el perdón del Padre y de volver a encontrar la amistad plena con Él. Y díganles que nuestro Padre nos espera, nuestro Padre nos perdona, y es más: ¡Hace fiesta! Si tú vienes con toda tu vida, con tantos pecados, Él en lugar de reprocharte, hace fiesta. Esto es nuestro Padre, y esto lo tienen que decir ustedes, decirlo a mucha gente, hoy. Quien experimenta la misericordia divina, se siente impulsado a hacerse artífice de misericordia entre los últimos y los pobres. En estos hermanos más pequeños Jesús nos espera (Cfr. Mt 25, 40). Recibamos misericordia, y demos misericordia. ¡Salgamos a su encuentro! ¡Y celebraremos la Pascua en la alegría de Dios!

RV