El Papa explica las señales para saber si se vive bien la Eucaristía - Alfa y Omega

El Papa explica las señales para saber si se vive bien la Eucaristía

Cómo vemos y consideramos a los demás, en especial a los más necesitados; si reconocemos nuestra necesidad de ser perdonados y de perdonar; y si la Eucaristía alimenta la vida de la comunidad: son las tres señales que citó el Papa Francisco este miércoles, en la Audiencia General, para averiguar cómo vivimos la Eucaristía

Redacción
papaexplicaseniales

¿Es la Eucaristía sólo un momento de fiesta? ¿Una tradición, una forma de sentirnos bien? Así comenzó el Papa su catequesis de este miércoles en la Audiencia General, la segunda sobre a la Eucaristía dentro del ciclo dedicado a los sacramentos. Para ayudar en este discernimiento que debe hacer todo cristiano, el Santo Padre citó tres «señales que nos dicen si vivimos la Eucaristía bien, o no la vivimos tan bien».

El primer indicador –explicó el Papa– es la relación con los demás, cómo los vemos y consideramos. «Cuando nosotros participamos en la Santa Misa, nos encontramos con hombres y mujeres de todo tipo: jóvenes, ancianos, niños; pobres y ricos; originario del lugar y extranjeros; en compañía de familiares o solos… ¿Pero la Eucaristía que celebro, me lleva a sentirlos de verdad a todos, como hermanos y hermanas?».

Cuando alguien va a Misa –añadió–, es «porque amamos a Jesús y queremos compartir su Pasión y su Resurrección. ¿Pero amamos, como Jesús quiere que amemos, a aquellos hermanos y hermanas necesitados?» En este punto, el Santo Padre aludió a las personas damnificadas en los últimos días por las fuertes lluvias en la Ciudad Eterna y a los afectados por el paro. Pero también chismorrear, como «se hace a veces después de la Misa».

Misa, cita para pecadores

El segundo indicador es «la gracia de ser perdonados y perdonar». Quien acude a la Eucaristía, no lo debe hacer «porque cree o quiere aparentar más que los demás, sino porque se reconoce siempre con la necesidad de ser aceptado y regenerado por la misericordia de Dios. ¡Si cada uno de nosotros no se siente con la necesidad de la misericordia de Dios, no se siente un pecador, es mejor que no vaya a Misa!».

Por último, el Papa citó una tercera señal para verificar la incidencia de la Eucaristía en la vida: la relación con la vida de la comunidad cristiana. «La misión y la misma identidad de la Iglesia fluyen de la Eucaristía, y allí siempre toman forma. Una celebración puede llegar a ser impecable en términos de apariencia, hermosísima, pero si no nos lleva al encuentro con Jesús, puede que no comporte ningún alimento a nuestro corazón y a nuestra vida».

Texto íntegro de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!:

En la última catequesis destaqué cómo la Eucaristía nos introduce en la comunión real con Jesús y su misterio. Ahora podemos hacernos algunas preguntas sobre la relación entre la Eucaristía que celebramos y nuestra vida como iglesia y como cristianos individuales ¿Cómo vivimos nosotros la Eucaristía? ¿Cómo vivimos la Misa, cuando vamos a Misa los domingos? ¿Es sólo un momento de fiesta? ¿Es una tradición bien establecida, que se hace? ¿Es una ocasión para encontrarnos o para sentirnos bien, o es algo más?

Hay señales muy específicas para averiguar cómo vivir esto. Cómo vivimos la Eucaristía. Señales que nos dicen si vivimos la Eucaristía bien, o no la vivimos tan bien… El primer indicador es la manera en que vemos y consideramos a los demás. En la Eucaristía, Cristo siempre actualiza el don de sí mismo que él hizo en la Cruz. Toda su vida es un acto de total compartir, darse por amor; por eso Él amaba estar con sus discípulos y las personas que conocía. Esto significaba para Él compartir sus deseos, sus problemas, le conmovían sus almas y sus vidas. Ahora, cuando nosotros participamos en la Santa Misa, nos encontramos con hombres y mujeres de todo tipo: jóvenes, ancianos, niños; pobres y ricos; originario del lugar y extranjeros; en compañía de familiares o solos… ¿Pero la Eucaristía que celebro, me lleva a sentirlos de verdad a todos, como hermanos y hermanas? ¿Crece en mí la capacidad de alegrarme con los que están alegres y de llorar con los que lloran? ¿Me empuja a ir hacia los pobres, los enfermos, los marginados? ¿Me ayuda a reconocer en ellos el rostro de Jesús?

Todos vamos a Misa porque amamos a Jesús y queremos compartir su Pasión y su Resurrección en la Eucaristía. ¿Pero amamos, como Jesús quiere que amemos a aquellos hermanos y hermanas necesitados? Por ejemplo, en Roma, en estos días, hemos visto muchos problemas sociales, o por la lluvia que ha causado tantos daños a barrios enteros, o por la falta de trabajo ante esta crisis social en todo el mundo… Me pregunto, todos preguntémonos: «Yo, que voy a misa, ¿cómo vivo esto? ¿Me preocupo de ayudar, de acercarme, de rezar por los que tienen este problema? ¿O soy un poco indiferente? O tal vez me preocupo de chismorrear: ¿Viste cómo iba vestida aquella, como iba vestido aquél?…». A veces se hace esto después de la Misa, ¿o no? ¡Se hace! ¡Y esto no se debe hacer! Debemos preocuparnos por nuestros hermanos y hermanas que tienen una necesidad, una enfermedad, un problema. Pensemos –¡nos hará bien hacerlo hoy!– en estos hermanos y hermanas que tienen problemas hoy aquí, en Roma, problemas por la lluvia, por esta tragedia de la lluvia, por los problemas sociales del trabajo y pidamos a Jesús, este Jesús que recibimos en la Eucaristía, que nos ayude a ayudarlos.

Un segundo indicador, muy importante, es la gracia de ser perdonados y perdonar. A veces alguien pregunta: «¿Por qué hay que ir a la iglesia, si los que participan regularmente en la Misa son pecadores como los demás?». ¡Cuántas veces hemos oído esto! En realidad, quien celebra la Eucaristía no lo hace porque cree o quiere aparentar más que los demás, sino porque se reconoce siempre con la necesidad de ser aceptado y regenerado por la misericordia de Dios, hecha carne en Jesucristo. ¡Si cada uno de nosotros no se siente con la necesidad de la misericordia de Dios, no se siente un pecador, es mejor que no vaya a Misa! Porque vamos a Misa, porque somos pecadores y queremos recibir el perdón de Jesús, participar en su redención, en su perdón. ¡Ese yo confieso, que decimos al principio, no es algo formal, es un verdadero acto de penitencia! ¡Yo soy pecador y confieso! Así da inicio la Misa. No debemos olvidar nunca que la Última Cena de Jesús tuvo lugar «la noche en que fue traicionado» (1 Cor 11, 23). En el pan y el vino que ofrecemos y en torno al cual nos reunimos se renueva cada vez el don del Cuerpo y la Sangre de Cristo para la remisión de nuestros pecados. Debemos ir a Misa humildemente, como pecadores, y el Señor nos reconciliará.

Un último y valioso indicador nos lo ofrece la relación entre la celebración eucarística y la vida de nuestras comunidades cristianas. Debemos tener siempre presente que la Eucaristía no es algo que hacemos nosotros; no es una conmemoración nuestra de lo que Jesús dijo e hizo. No. ¡Es propiamente una acción de Cristo! ¡Es Cristo quien los realiza, que está en el altar! Y Cristo es el Señor. Es un don de Cristo, que se hace presente y nos reúne en torno a Él, para alimentarnos con su Palabra y con su vida. Esto significa que la misión y la misma identidad de la Iglesia fluyen a partir de ahí, de la Eucaristía, y allí siempre toman forma. Una celebración puede llegar a ser impecable en términos de apariencia, hermosísima, pero si no nos lleva al encuentro con Jesús, puede que no comporte ningún alimento a nuestro corazón y a nuestra vida. A través de la Eucaristía, en cambio, Cristo quiere entrar en nuestra existencia e impregnarla de su gracia, para que en cada comunidad cristiana haya coherencia entre liturgia y vida: esta coherencia entre liturgia y vida.

El corazón se llena de fe y de esperanza, pensando en las palabras de Jesús recogidas en el Evangelio: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día». (6, 54). Vivamos la Eucaristía con espíritu de fe y de oración, de perdón, de penitencia, de alegría en común, de preocupación por las necesidades de tantos hermanos y hermanas, con la certeza de que el Señor cumplirá lo que ha prometido: ¡la vida eterna! Así sea.