No tengáis miedo - Alfa y Omega

No hay nada como tener un poco de perspectiva histórica para no errar. Más aún si se desea afrontar con horizonte de miras los fenómenos sociales, como el de las nuevas olas migratorias. Para no pocos historiadores los grandes desplazamientos, por motivos que hoy no dudaríamos en inscribir en el moderno concepto de desplazamientos de refugiados, han estado presentes en todas las épocas y han sido determinantes en la suerte de los pueblos.

Para algunos líderes de opinión, en cambio, se trata de una inaceptable invasión sin precedentes, y conjugan en sus comentarios mucho más el verbo temer que el verbo acoger. Esta corriente de opinión ha pasado en los últimos días de cautelosa a alarmista, tanto con respecto a las medidas de la Unión Europea de acogida a los refugiados (a mi modo de ver, aún tímidas e insuficientes), como con respecto a los movimientos de solidaridad de la sociedad civil, tildados de ingenuos cuando no de oportunistas. Y aunque algunos de sus exponentes eluden la referencia a la Iglesia católica al cuestionar este movimiento solidario cuando intervienen en medios de comunicación católicos, no dejan de considerar cándidos e idealistas los llamamientos del Papa Francisco y de los obispos europeos a responder con generosidad a este gran desafío histórico a través de la acogida.

Y resulta muy desolador, y muy revelador para un inaplazable mea culpa por el pecado de insuficiencia educativa y mediática en la difusión de la Doctrina Social de la Iglesia, que no pocos católicos compartan esta estíptica corriente de opinión, y frunzan el ceño cuando en la Misa del domingo oigan en la predicación –donde se predique de esto– las llamadas del Papa a las iglesias europeas para que abran sus puertas a refugiados y emigrantes, o del arzobispo de Madrid, que en su última carta pastoral urge a los madrileños a no recelar de este fenómeno, sino a actuar poniendo en juego todos los recursos de las comunidades cristianas en este desafío de acogida.

Desde el horizonte de la verdad, san Juan Pablo II mirará a su querida Europa y musitará su insistente No tengáis miedo. Aquí, tan cicateros y cortos de miras, seguimos creyendo que se refería solo a no tener miedo al laicismo que da la cara y al materialismo que seculariza desde dentro las conciencias, y no a una consecuencia de estos, que para el Papa Francisco significa no tener miedo al drama migratorio y sí a que nos invada la «globalización de la indiferencia».