«La hermana de Fidel me regaló este cuadro de la Virgen» - Alfa y Omega

«La hermana de Fidel me regaló este cuadro de la Virgen»

José Calderero de Aldecoa

El padre Llorente, además de profesor de Fidel Castro, fue uno de los responsables de la Agrupación Católica Universitaria (ACU), muchos de cuyos miembros terminaron en la cárcel durante la dictadura castrista, a pesar de lo cual no cejaron en su formación religiosa. «Los presos eran capaces de organizarse ejercicios espirituales dentro de la cárcel y cantaban la salve todos los sábados sin importarles los duros castigos posteriores», recuerda María Dolores (nombre ficticio), una española que vivió en Cuba de 1955 a 1963, en plena revolución. Pero lo que más echaban de menos los presos católicos era la comunión. «No dejaban de repetirme la necesidad que tenían de comulgar», explica esta mujer. Ella pidió permiso al sacerdote para poder llevar la comunión a la cárcel, y también se lo solicitó a la prisión para poder visitar a uno de los presos. «Fuimos a recoger el Santísimo de noche. Metimos las hostias en una cajetilla de tabaco, mezcladas con los cigarros para evitar los controles. Al pasar las verjas fue emocionante. Se reunieron algunos presos. Yo les dejé la cajetilla y ellos partieron las formas en pedacitos para que les tocara a más presos».

En La Habana, María Dolores trabó amistad con Juanita Castro, hermana de Fidel, que solía buscar cobijo y desahogo en su casa. «Ella se veía muy vigilada. Estaba totalmente en contra del régimen de su hermano. Le habían avisado, gente de Fidel, de que querían meterle armas en su coche para acusarla. Venía a casa a refugiarse algunas horas y a desahogarse. Alguna vez también vino a pedirnos medicinas para su madre». En agradecimiento a esa ayuda, Juanita Castro les regaló el cuadro de la Virgen que ilustra estas líneas, colgado todavía hoy en la habitación de invitados de la casa de María Dolores en Madrid.

El padre Llorente fue expulsado de Cuba en el año 1961, junto a otros 150 sacerdotes más. María Dolores fue testigo. «Los cogieron por sorpresa. Algunos sacerdotes fueron trasladados al puerto en pijama, otros revestidos con los ornamentos litúrgicos porque estaban celebrando Misa», cuenta. Las cosas se pusieron aún más difíciles para los católicos. «Se prohibieron las procesiones y se estrechó mucho la vigilancia sobre los obispos y el resto de sacerdotes», añade.