¿Suicidio asistido? - Alfa y Omega

La cobardía de algunos no tiene límite. Por eso conviene poner nombres a las cosas, que es una forma de hacerlas existir. También matar es una manera de llamarlo. Eutanasia queda como más aséptico. Y cuando las cosas no tienen dueño, pues más fácil obrar, ¿no?

El Dr. José Pereira, de la Universidad de Ottawa -Canadá está reputado como país de referencia mundial en cuidados paliativos-, nos recordó en el último congreso de la SECPAL (Sociedad Española de Cuidados Paliativos, 2014), que las verdaderas motivaciones que llevan a un paciente terminal a pedir acelerar su muerte tienen que ver con la desesperanza, con la depresión, con el aislamiento social, con la desmoralización o con la percepción de ser una carga para su familia. También dijo que es muy pequeño el porcentaje de enfermos que, recibiendo cuidados paliativos, desee morir antes. O sea, que hay enfermos que quieren tirar la toalla cuando sienten que están solos o que son un estorbo: para que alguien se sienta así, tiene que haber otro alguien que, por acción u omisión, le lleve a ello.

La eutanasia es consecuencia de la inseguridad de algunos médicos. Por eso los médicos que tienen las cosas claras, no la piden ni la admiten ni la practican. Es curioso que en Holanda, país considerado pionero en esto de matar ancianos y enfermos, se concedan días libres a los profesionales que realicen estas prácticas, porque no hay ninguna otra actividad médica por la que se concedan tales libranzas.

Cierto que hay pacientes que llevan las situaciones al límite y comprometen a su entorno médico, social y familiar en lo que no se atreven a hacer ellos solos. Pero para evitar eso está la pericia del profesional, para evitar eso está el acompañamiento psicológico y espiritual. Para ayudar están los profesionales expertos en cuidados paliativos.

Lo que están viviendo los británicos en las últimas semanas ha provocado la reacción de todos los líderes religiosos que piensan en las personas, y no en los individuos ni en los administrados ni en los ciudadanos. El individuo es una unidad de cuenta; el administrado un pagador de impuestos; el ciudadano un votante. La persona es un ser querido por Dios. Y si Dios lo quiere, ¿quiénes somos nosotros para utilizarle o rechazarle?