Un amigo de los pobres y de los judíos - Alfa y Omega

Un amigo de los pobres y de los judíos

Hace 70 años, el 29 de agosto de 1944, la policía fascista arrestó a este insigne intelectual por proteger a los judíos perseguidos en el Piamonte

José María Ballester Esquivias
El día de la liberación del campo de concentración, 29 de abril de 1945

En marzo de 2013, en una de sus primeras decisiones como Pontífice, Francisco autorizó a la Congregación de las Causas de los Santos a publicar el Decreto sobre el martirio del padre dominico Giuseppe Girotti. El pasado 26 de abril, fue beatificado. Girotti es el perfecto ejemplo de cómo se puede combinar la actividad intelectual -en este caso, el estudio de la Sagrada Escritura- y la práctica de la caridad en circunstancias que llegaron a ser heroicas.

Su trayectoria no fue siempre lineal: de niño, Girotti era revoltoso, daba muestras de mal carácter y su rendimiento escolar era bastante irregular. Lo que nunca le falló fue una fe que cultivaba en su casa y también ejerciendo de monaguillo en la catedral de Alba, su ciudad natal, sita en el Piamonte. Su vocación religiosa fue precoz. Así, no es de extrañar que Girotti aceptase sin dudar un instante el ofrecimiento que le hizo un fraile dominico e ingresó, con apenas 13 años, en el Pequeño Seminario de la Orden de Predicadores en Chieri, municipio cercano a Turín.

En Chieri, Girotti no tardó en desmentir su reputación anterior: experimentó una notable mejoría en sus notas y antes incluso de completar su educación secundaria ya se habían desatado sus inquietudes teológicas. La consecuencia lógica fue el sacerdocio y una sólida formación que terminó en L’École Biblique de Jerusalén, vivero de élites católicas fundado por el dominico Marie-Joseph Lagrange.

Girotti no desaprovechó aquella estancia de dos años: de vuelta a Turín en 1934, impartió nada menos que Exégesis, Hebreo, Latín y Sagrada Escritura en el Seminario dominico. El corolario fue la publicación de dos obras de comentarios a los libros de la Sabiduría y de Isaías, que fueron elogiados por el mismísimo Pío XII.

Conviene tener en cuenta, no obstante, que durante todos esos años la labor caritativa de Girotti fue tan amplia como su actividad académica. Y sobre todo muy discreta; no sólo por el propio carácter del dominico, sino también porque las circunstancias no dejaban otra opción: a finales de los años 30, el fascismo se enrocaba e Italia se acercaba cada vez más a la Alemania hitleriana, aliándose incondicionalmente con ella en la escena internacional y emulándola en el plano interno. Por ejemplo, votando unas leyes raciales que alentaron la persecución de los judíos.

Estos últimos fueron, junto a los pobres, los principales beneficiarios de la caridad de un Girotti que, con frecuencia, faltaba a la disciplina monacal, llegando fuera de horas a su convento. Como subraya su biógrafo Valerio Morello, el superior de Girotti no tomaba medidas, sabedor de que estaba ayudando a cualquier necesitado.

Después del armisticio firmado por Italia con los Aliados en septiembre de 1943 -cuyo corolario fue la ocupación alemana de más de media península, incluido el Piamonte-, el riesgo para el sacerdote que protegía a los judíos -muchísimos, según aseguró después de la Segunda Guerra Mundial el abogado judío Salvatore Fubini- aumentó considerablemente. Pero él no cejó en su empeño.

Precisamente, una de sus acciones más arriesgadas tuvo lugar pocos días después del armisticio, cuando logró trasladar desde la ciudad de Arona hasta Suiza, de noche y teniendo que cruzar las aguas del Lago Mayor, a la nieta de un rabino el mismo día en que una división de las SS patrullaba la zona en búsqueda de judíos.

Víctima de una emboscada

Así fue hasta que, a finales de agosto de 1944, Girotti cayó en una emboscada tendida por esbirros de la República Social Italiana, el Estado fantoche y filonazi que Benito Mussolini creó en el norte de Italia. El día 29, Girotti recibió una llamada telefónica. Su interlocutor -anónimo- le pedía atención médica urgente para un resistente que sólo podía darle el doctor Giuseppe Diena, de confesión judía. Cuando el dominico llegó con el herido a casa de Diena, fue inmediatamente arrestado junto con el médico. Nunca se supo quién dio el chivatazo. Lo cierto es que conocía perfectamente los movimientos de Girotti.

De la cárcel de Turín -en la que permaneció tres semanas-, el hoy Beato fue llevado al campo de detención de Bolzano, y de allí a Dachau, en un tren previsto para transportar ganado. Llegado al campo de concentración, un oficial le arrebató su maleta y le ordenó desnudarse. El padre Ángelo Dalmasso, que le acompañaba, recordó cómo entonces Girotti le mencionó la Décima Estación del vía crucis. Esa fue la pauta de su comportamiento en el campo de exterminio bávaro: fe, calma y aceptación de la voluntad de Dios hasta el martirio.

Pocas semanas después de su llegada, Girotti fue hacinado en un barracón con cabida para 180 personas, pero en el que vivían 1.090; y, como el resto de presos, tuvo que realizar trabajos forzosos: recogió patatas en condiciones infrahumanas, y más adelante, debido al deterioro de su salud, remendó tiendas de campaña y cosió botones. En su heroicidad, aún tuvo tiempo de celebrar la Misa y dar charlas sobre las virtudes teologales. El 1 de abril de 1945, Giuseppe Girotti rindió su alma a Dios. No había cumplido 39 años.