Cambio de época - Alfa y Omega

El cambio de época es real, ni los hombres ni las cosas están en el sitio que quizá nosotros las encontramos. Es necesario que veamos cómo nos tenemos que situar en esta historia en la que lo que nos parecía normal, no es así como se refleja en la vida de los hombres. Hay otras situaciones a las que debemos hacer llegar la luz del Señor, pero como lo hizo Él, con entrañas de misericordia. Esto nos lleva a todos los cristianos a ser lo que debemos ser, ya que así lo quiso el Señor, siempre misioneros. Unos misioneros con nuevo ardor, nuevo método y nueva expresión. Ello nos tiene que llevar a movernos para buscar a quienes se han alejado, o ya no conocen al Señor, tengan la edad que tengan. Y ello implica un movimiento de nuestra vida, que es interior, siempre de conversión, de encuentro con el Señor, de escucha de su Palabra, de mantener viva la comunión con Él. Es esto lo que nos lanza al encuentro con los hombres y así llegar a tener la audacia y el ímpetu evangelizador que siempre debe mover a un cristiano y que, de un modo especial, requiere este nuevo momento de la Historia en el que está naciendo una nueva época.Los cristianos tenemos que estar de rodillas ante Cristo y dando testimonio siempre, en todos los lugares donde nos encontremos, del amor y de la misericordia de Dios, es decir, cerca y en comunión con Dios para estar muy cerca de los hombres. Este cambio de época que estamos viviendo pide a los cristianos que preguntemos siempre: ¿Qué quieres que haga por ti? Es posible amar a todos los hombres. El amor al prójimo consiste en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o que ni siquiera conozco. Y esto solamente se puede llevar a cabo a partir de un encuentro íntimo con Dios. En esta época nueva que está naciendo, ser misioneros supone aprender y enseñar a mirar a otra persona, a cualquier persona que me encuentre, no ya con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Afrontemos los desafíos de nuestra época. Mostremos con nuestra vida que Dios ama a cada ser humano con una profundidad y con una intensidad que no nos podemos ni siquiera imaginar. No rechaza a nadie. Nos reta a que acojamos su amor, que es su vida misma y que nos cambia a nosotros y a todos los que están con nosotros.