¿No anda más este cacharro? - Alfa y Omega

¿No anda más este cacharro?

San Juan Pablo II le nombró obispo de Orense en 1997. Tras pasar cinco años en Galicia, monseñor Osoro definió esa etapa como una luna de miel, y eso que le había costado mucho abandonar Santander, su tierra, donde dejaba a su madre muy enferma. En Orense se le recuerda todavía con gran cariño. «Era un padre, un hombre de oración y un trabajador incansable», cuenta su antiguo secretario

Cristina Sánchez Aguilar
Con sus seminaristas, los predilectos de monseñor Osoro

Son las once de la noche, más o menos. Don Carlos y el entonces Rector del Seminario de Orense, don Jorge Estévez, regresan en coche de la novena del Corpus en Lugo. Llueve torrencialmente, como sabe llover en Galicia. «Iba con la filetata, así que dejé el coche al lado del Obispado para que cruzase rápido y no se calase», cuenta Estévez. Pero las prisas no son compañeras del nuevo arzobispo de Madrid. En la calle que separa el coche de su residencia, unas prostitutas hacían noche, entre el frío y la tormenta, a la espera de clientes. Sin pensárselo dos veces, don Carlos se acercó a una de ellas: «¿Cuánto dinero crees que vas a ganar esta noche?», le dijo el obispo de Orense a la joven. La chica le respondió una cifra aproximada. «Si te doy esa cantidad ahora mismo, ¿te vas a casa?», le soltó don Carlos. «Ella, sorprendida, dudó. Pero finalmente, y con mucha honradez, le respondió que no se lo diera, porque lo cogería y no se marcharía a casa», cuenta don Jorge, quien reconoce haberse sentido «un poco agobiado pensando qué pasaría si en ese momento pasara un fotógrafo por allí y viese a un obispo pagando a una prostituta. Pero él no tenía ni complejos ni miedos», recuerda el que fuera también Delegado de Medios.

El tiempo que dedicaba a pararse, escuchar y conocer al otro, ha dado grandes frutos en la historia de don Carlos y su primera diócesis, la orensana. Como fue el caso de aquel encuentro por la calle con un grupo de jóvenes que se pusieron a insultarle. Él, lejos de achantarse, se acercó a ellos. Todos huyeron, excepto uno, que se puso gallito y se mantuvo firme frente a monseñor Osoro. Ese joven ahora es seminarista. Cuenta don Fernando Rodríguez, párroco de Atás, que durante una Visita pastoral al pueblo, otros estudiantes se enfrentaron a él: «Hablas mucho, pero haces poco», le dijo uno de ellos. «¿A que no eres capaz de montar en mi moto?», le retó. Vaya si lo hizo. «¿Es que no anda más este cacharro?, le decía don Carlos. Ese chico luego se convirtió en uno de sus grandes amigos: cambió por completo, iba a Misa y hasta fue monaguillo», cuenta don Fernando. A ellos, a los jóvenes, y a los niños, les dedicó mucho tiempo durante su gobierno en Orense. «Cada mes, les escribía una Carta», dice don Julio Grande, el que fuese su secretario personal. De hecho, la Diputación orensana publicó un libro con las misivas, ilustrado por un pintor gallego, Jaime Quessada.

24 horas para la gente

Cuando se pregunta por la huella de monseñor Osoro en su primer destino como obispo, todos contestan lo mismo: «Fue un padre», tanto para los sacerdotes, como para los fieles. «Ésa quizá fue su marca más personal», dice don Julio. «Se paraba mucho con todo el mundo, ¡así que llegábamos tarde siempre! Además, tiene una memoria prodigiosa: recordaba los nombres y caras de todos», añade. «Quería llegar a todas partes. Hicimos dos Visitas pastorales completas en los 5 años que estuvo aquí, recorriendo todos los pueblos de la provincia». Una de sus cualidades, destaca, «es que confía mucho en la gente, y ve lo positivo de todo». Esto lo corrobora don Jorge Estévez: «Cuando don Carlos te da un cargo, te defiende con uñas y dientes, aunque te equivoques».

Esas Visitas a las aldeas remotas las recuerda con cariño el sacerdote de Atás: «Aparecía de improviso y se quedaba hasta tarde con nosotros. Luego, íbamos a cenar y a comer filloas, su postre favorito». La primera vez que llegó a Atás, don Fernando estaba dando una charla sobre el precepto pascual. «Don Carlos me pidió continuar él con la charla, y la gente estaba alucinada, porque nunca había visto a un obispo estar tan cerca de los fieles, como si fuera el cura del pueblo. Luego, dio su móvil personal a todos para atenderles en todo lo que necesitasen». Monseñor Osoro «sabía estar con todo el mundo: con las élites, y con los pobrecillos de la calle», añade.

Tanto es así, que «su casa siempre estaba llena de gente. Invitaba a cenar a todo el mundo», explica su secretario, que se emociona al recordarle.

Los sacerdotes, sus predilectos

«Han pasado 12 años y parece que fue ayer. Siempre me decía que me cogiese vacaciones, y yo le respondía que mis vacaciones eran estar con él». Si fue un padre para el resto…, tanto más para don Julio. «Me preparaba hasta el sofá para que me echase una siesta después de comer, y él se ponía a trabajar. Tiene una capacidad de trabajo inmensa», reconoce Grande. «Eso y su oración es lo que más destacaría de él. Muchas noches, celebrábamos juntos la Eucaristía en casa, y ¡él me hacía de monaguillo!» Porque la humildad es otro de sus rasgos característicos: «Una noche dormí en el Obispado porque madrugábamos mucho para una Visita pastoral al día siguiente. Con tan mala suerte que me rajé la pierna con un portalón de hierro. Yo no quería ir a urgencias, para no retrasar la Visita del día siguiente, y él se pasó la madrugada allí, agachado, curándome la herida».

Don Carlos tenía en Orense las 24 horas del día para la gente, «y fundamentalmente, para sus curas y seminaristas», cuenta el Rector del Seminario. «Sentía un gran cariño por los padres de los sacerdotes: siempre los llamaba y se hacía presente», añade don Julio.

«Si un cura tenía un problema, no paraba hasta que lo solucionase», recalca el párroco de Atás. Tanto le quieren, que, años después, siguen quedando con don Carlos para visitarle. De hecho, don Fernando y sus compañeros ya están preparando una visita para pasear con él por Madrid.