En la vida de cada cristiano, un campanario - Alfa y Omega

En la vida de cada cristiano, un campanario

María Dolores Gamazo

Recuerdo un santo varón, sacerdote ya mayor, fallecido hace bastantes años, que siempre decía que, en la vida de todo cristiano, tenía que haber un campanario. Es decir, una parroquia. Y no lo decía sólo como algo metafórico, sino como una manera de explicar la importancia que para los cristianos, todos y cada uno de nosotros, tiene el hecho de sabernos miembros de una comunidad, que es la parroquia, nuestra parroquia, a la que hemos de considerar nuestra familia, y vivirlo como tal, de manera que nos integremos en ella, aportemos nuestra ayuda en los distintos servicios que ofrece, acogiendo a otros hermanos más necesitados, y absorbamos el agua de la palabra, del consuelo, de la formación, de la compañía, en definitiva del amor de Dios que necesitamos para nuestro día a día. Algo así me ha recordado el plan pastoral Misión Madrid 2013-2014, en el que se pone el acento en tres pilares básicos: la escuela, la familia y la parroquia. Visto en su conjunto, pienso que no hay mejor trípode para ir conformando la educación de nuestros hijos con unos buenos cimientos. Todos tres, implicados y unidos en un mismo objetivo, para ayudarnos a que lo que aprendemos en casa, y complementamos en el colegio y la parroquia, nos lleve a cambiar nuestra vida y a ser misioneros, siendo testigos para poder llevar a Cristo a los demás.

A menudo, los padres afrontamos la educación de nuestros hijos sin muchas pistas. El ambiente que nos rodea no suele ser favorable a los principios humanos y cristianos en los que queremos que nuestros vástagos se formen, por lo que confieso que es más fácil claudicar y dejarse llevar, que luchar contra corriente. Por eso, solemos ver el colegio y la parroquia como una tabla de salvación, donde, además de los conocimientos propios de su edad, nuestros hijos van a adquirir la educación que necesitan. Y no nos damos cuenta de que la familia es la primera y mas elemental célula donde jóvenes y niños van a ir formándose y conformando lo que serán el día de mañana, mientras que las otras dos sólo la complementarán en la medida en que nosotros dejemos que lo hagan. No podemos dejar en manos de profesores, sacerdotes y catequistas el trabajo de la educación y formación de nuestros hijos. Somos nosotros —los padres— los primeros llamados a ir levantando poco a poco esos cimientos de una educación sólida, con buenos principios, que les ayude a crecer como personas, y también como cristianos. Sabiendo que no estamos solos en esta tarea. Con la ayuda de los educadores en quienes hemos confiado su formación —colegios y parroquias— podremos conseguirlo. Una tarea apasionante y conjunta la de colaborar en común unión familias, colegios y parroquias en la formación humana y cristiana de aquellos a quienes más queremos: nuestros hijos, en cuyas manos está el futuro de nuestra sociedad.