Un arzobispo foramontano - Alfa y Omega

Un arzobispo foramontano

Madrid, Villa regia y sede de cortes varias, por designación personalísima del Papa Francisco, cuenta ya entre sus arzobispos con un foramontano

José Francisco Serrano Oceja
Monseñor Osoro recibe el título de Hijo adoptivo de Santander, el 17 de septiembre de 2009

Desde que Víctor de la Serna escribiera su Nuevo viaje a España para las páginas del ABC, se ha consolidado la denominación de foramontano al natural de los valles cántabros que abandona su tierra para dirigirse a la meseta. Quizá porque aquellos Anales castellanos primeros, que tradujera el académico e historiador Manuel Gómez Moreno, decían que «exierunt foras montani de Malacoria et venerunt ad Castella» (Salieron los foramontanos de Malacoria y vinieron a Castilla).

Madrid, Villa regia y sede de cortes varias, por designación personalísima del Papa Francisco, cuenta ya entre sus arzobispos con un foramontano. En esta ciudad, nadie es recibido ni tenido como extraño o ajeno. La Montaña, por tanto, nos lega un arzobispo que, en su biografía eclesial, ha sabido aunar tres mares de eternidad que bordean la geografía humana.

Con permiso del poeta Manuel González Hoyos y de su Poema de las Piedras rotas. Gozos y Laudes de Monte Corbán, recordemos que, «mientras la horas pasan y deslíen/ su rumorosa plenitud de sones,/ funde Monte-Corbán en una rima/ la voz del viento y la canción del hombre…». Estas líneas de apuntes sobre la personalidad espiritual de don Carlos están acrisoladas desde el kairós teresiano esculpido en el prólogo a Camino de perfección: «No diré cosa que en mí o por verla en otras, no tenga por experiencia». Biografía y geografía se entrelazan como un bucle de afecto. Mirar al pasado, para escudriñar el futuro, es una obligación de la hermenéutica.

Gerardo Diego, en su Romance viejo de Torrelavega, escribe de esa villa: «Tú eres pura Montaña/ que en tu seno se dormía». Don Carlos despertó al ministerio sacerdotal en ese lugar de pura Montaña, en un momento en el que la diócesis de Santander, Iglesia para la experimentación postconciliar, como algunos llegaron a definirla, se encontraba divida en la dialéctica de los campanarios, La Asunción y la Virgen Grande; en la dialéctica de la formación de generaciones de sacerdotes, del magno edificio de la Cardosa, en Comillas, y del sobrio monasterio de Monte Corbán. En Torrelavega, don Carlos ejerció el ministerio de la creatividad, que es uno de sus más agudizados perfiles pastorales. Al tiempo…

¿Cómo describir el perfil humano, sacerdotal, episcopal, eclesial, al fin y al cabo, de don Carlos Osoro sin referirnos a la constelación de hombres que han acompañado y acompasado su vida? ¿Cómo no hablar del que fuera obispo de Santander, monseñor Juan Antonio del Val Gallo, o de don José Luis López Ricondo; o de aquel bendito padre Francisco Muro, que fuera jesuita y que un día emigró a las periferias humanas y geográficas de Cantabria?

En el libro que la diócesis de Santander, siendo monseñor José Vilaplana Blasco su obispo, dedicara a don Juan Antonio del Val: «Esperó en el Señor, Juan Antonio del Val Gallo. Obispo de Santadner 1971-1991», encontramos un sentido epílogo firmado por don Carlos Osoro y dedicado a quien «me ordenó sacerdote, siguió mis pasos de obispo como si de él mismo se tratara, o mejor, los siguió con más interés y cariño que sus propios pasos». Y como confesión de fe y de corazón agradecido, espejo y de su pasión por el Evangelio, añadía: «Yo, que estuve veinte años junto a él, soy testigo particular de esos momentos (de dificultad eclesial); pero siempre lo vi afrontando todo desde la fe y desde su vida puesta y mantenida en el Señor. Todo su tiempo y sus horas eran para que la Iglesia hiciera su misión: su amor, su dolor, lo que vivió, lo que amó, lo que sufrió».

Un rico bagaje pastoral…

La primera ruta como foramontano, para don Carlos, fue el camino a Salamanca. Allí fraguó su vocación sacerdotal como vocación tardía, en el Colegio El Salvador, de don Ignacio de Zulueta y don Xavier Álvarez de Toledo; en una Universidad Pontificia que sabía de contingencia y de presencia. No en vano, se podría decir que don Carlos ha recibido el testigo de la segunda generación episcopal de los salmanticenses. Y parece que ya no hay otra. Confidencia tras confidencia, quien es su amigo de aquellos años, el hoy obispo de Almería, monseñor Adolfo González Montes, escribió en el prólogo al libro del nuevo arzobispo de Madrid, Cartas desde la fe: «Don Carlos Osoro es un sacerdote -señalaba el entonces catedrático de la Pontifica- que cuenta con un rico bagaje pastoral y un conocimiento grande del alma humana. Su colaboración con el gobierno de una diócesis durante años, y su condición de Rector de un seminario, le han pertrechado de una experiencia singular en las cosa del espíritu. Conoce bien las dificultades que cuenta hoy la fe, que impiden a la semilla de la predicación evangélica prender en la tierra de que estamos hechos los humanos». Por cierto, con don Adolfo y Javier Fajardo publicó, en 1970, el libro Universidad, teología y sociedad española, una joya bibliográfica a estas alturas.

Se podría decir que la pasión de don Carlos, que le ha desgastado la vida, es la Iglesia, eclesiólogo de la vida. Quizá el libro más desvelador de sí sea A la Iglesia que amo. En las páginas de la mediación Sobre mi Iglesia local, escribe: «Es necesario y urgente que desaparezcan de entre nosotros las sospechas y los a priori. Todo esto es destructor de la confianza en la Iglesia. Hace muy poco tiempo escuchaba la respuesta de un cristiano a un periodista, también cristiano, cuando le preguntó: ¿Qué es la Iglesia? ¿Dónde esta? La contestación fue contundente: La Iglesia somos nosotros. Y es que, quizá, lo más difícil sea llegar a amarnos a nosotros mimos en nuestra flaqueza, porque Dios nos ama».