Testigos de la vida y de la luz - Alfa y Omega

Testigos de la vida y de la luz

«En todas las diócesis en las que ha estado como obispo, don Carlos nunca dejó de ser Rector del Seminario», escribe Joaquín Martín Abad, que fue consultor de la Comisión del Clero de la CEE

Joaquín Martín Abad
Don Carlos, con un grupo de seminaristas. Foto: AVAN

Cuando Carlos Osoro Sierra ingresó en el Seminario para vocaciones tardías Colegio Mayor El Salvador, cursando los estudios eclesiásticos en la Universidad Pontificia de Salamanca, Olegario González de Cardedal estaba escribiendo un libro señero: ¿Crisis de seminarios, o crisis de sacerdotes? (Madrid, Marova, 1967); y cuando, en 1973, fue ordenado presbítero, arreciaban a la vez las dos crisis. En 1976, a sus 30 años, fue nombrado Vicario General de su diócesis, Santander, y, en 1977, Rector del Seminario diocesano de Monte Corbán. Fue, durante el resto del pontificado de monseñor Juan Antonio del Val, sus dos manos, la derecha y la izquierda. Tres lustros. Y luego, de Rector, otro más.

Por entonces comandaba la Comisión episcopal del Clero monseñor José Delicado Baeza, quien también había escrito otro libro preclaro: Sacerdotes esperando a Godot (Estella, Verbo Divino, 1969), y ya se sabe que el Godot de Samuel Beckett no llegaría nunca, porque la solución no iba a venir desde fuera. Para superar ambas crisis, y las secuelas que había dejado la jaleada Asamblea conjunta de 1971, convocó a un equipo de sacerdotes de diferentes diócesis (Salamanca, Madrid, Astorga, Santander, Ávila y Teruel) para que, junto con las experiencias y aportaciones de los Delegados diocesanos para el Clero de todas las diócesis de España, elaboraran más que un libro, una herramienta o instrumento de trabajo destinado a que los sacerdotes recuperaran su espiritualidad sacerdotal, que les proviene del sacramento del Orden: De dos en dos, apuntes sobre la fraternidad apostólica (Salamanca, Sígueme, 1980). Se pretendía que, en cada arciprestazgo, donde los presbíteros se reúnen mensualmente para el retiro espiritual y el intercambio pastoral, re-vivieran el don recibido por la imposición de manos; el arciprestazgo abierto también a otras reuniones de consagrados y seglares, hogar, escuela y taller de comunión y misión.

En ese equipo estaba Carlos Osoro, quien escribió sobre El encuentro con el Señor: para encontrarnos con el Señor en el camino; las raíces desde las que los sacerdotes han de vivir la experiencia del Señor en el camino, como discípulos que existen permanentemente en presencia de Dios; y que, al vivir la experiencia del origen de todo para ser permanente, en medio de lo creado, ante el prójimo y ante los sucesos, la verdadera permanencia del discípulo de Jesús se hace en y con la comunidad (o. c., pp. 205-222). Escribía: «Hemos de ser para los hombres testigos de la vida y de la luz. Tenemos que realizar en nosotros y para todos los hombres esa presencia total del mundo invisible. Y esto es obra de fe. El vivir permanente en presencia de Dios, esto es la oración. Oración que tendrá diversos momentos: oración pura en el retiro, silencio, en la suspensión absoluta de toda actividad; y el permanecer en medio de las actividades cotidianas en estado de oración, de diálogo con el Señor. Es imposible separar ambos momentos, los dos son necesarios. No se da el uno sin el otro. No se puede vivir, el uno, ni es auténtico, ni veraz, sin vivir el otro» (o. c., 209). La realidad continuada, santificada y santificadora, de ser activos en la oración y contemplativos en la acción.

Desde entonces, en los veinte años como Rector del Seminario de Santander, en los cinco años como obispo de Orense, en los siete como arzobispo de Oviedo y en los otros cinco como arzobispo de Valencia, don Carlos ha realizado la misma propuesta, estando tan cerca del respectivo Seminario diocesano como de cada presbiterio, promoviendo la espiritualidad sacerdotal que dimana de la ordenación, fuente y exigencia de santidad, para ser y des-vivirse como sacerdotes de Jesucristo. En verdad, nunca dejó de ser Rector del propio Seminario diocesano y, a la vez, impulsor de la espiritualidad sacerdotal en cada presbiterio que le ha tocado en gracia presidir como obispo diocesano; pre-ocupándose por cada sacerdote (jóvenes, de media de edad, ancianos y, de modo singular, de los enfermos).

Los más estrechos colaboradores

Nos ha escrito así, al hacerse pública su noticia como nuevo arzobispo metropolitano de Madrid: «Os dirijo un saludo muy especial a todos los sacerdotes que formáis el presbiterio diocesano y que sois los más estrechos colaboradores del ministerio del obispo. A todos los sacerdotes enfermos y a los ancianos, que habéis gastado la vida en el anuncio de Jesucristo y amando a la Iglesia, os agradezco vuestra entrega y testimonio. Tengo un recuerdo también por quienes estáis en misión ad gentes recordándonos que la Iglesia, o es misionera, o no es la Iglesia del Señor. Pedid al Señor todos, que esté siempre a vuestro lado y me comporte como padre y hermano que os quiere, os acoge, os conforta, os sugiere y os exhorta. (…) Sabéis muy bien que la misión no se limita a un programa o a un proyecto, es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo que tiene dos salidas: el encuentro con el Señor y el encuentro con los hombres para anunciarle a todos siendo servidores llenos de misericordia. Valientes para rezar y para salir en medio del mundo a anunciar el Evangelio. La evangelización hay que hacerla de rodillas: escuchando al Señor, caminando juntos en fraternidad, llevando la Palabra de Dios en el corazón y dejando que salga de nuestra vida, caminando siempre con la Iglesia. También quiero dirigirme a vosotros los seminaristas. Mi vida no se explica sin el Seminario. Fueron veinte años de mi vida siendo Rector. Vosotros, los seminaristas, de sacerdote y después de obispo, habéis sido y seréis una preocupación y ocupación capital en mi vida y en mi ministerio. Desde este momento, cuento con vosotros. Vais a ser una parte importante de mi vida. Conoceros y quereros es algo de lo cual el obispo no puede prescindir, y quisiera seguir realizándolo, si cabe, mejor que hasta ahora lo hice».

Es él mismo. Antes y ahora.