Al final del pasillo - Alfa y Omega

Al final del pasillo

Eva Fernández

Hay vacíos que lo llenan todo. Con paso inseguro, avanza sola por el pasillo, enfocada hacia una luz que quizás con suerte ilumine alguna esquina de su memoria. Esa misma mano que se agarra a la barandilla hace tiempo que no sabe donde guardó sus pendientes de pedida y acaricia a su nieto pensando que es Adolfo, aquel primer novio con el que se habló en el pueblo. La desmemoria asida a la barandilla.

Al principio fue el título de la serie que tanto le gustaba, después, el nombre de la vecina se le atascaba en la garganta y luego aquella foto de la boda de su hija en la que los rostros le resultaban extraños. Eso fue hace tiempo, cuando su vida empezó a teñirse de gris. La enfermedad se veía venir de lejos, pero tardó en tomar posiciones caminando sobre intermitentes espacios en blanco, que a ella le desconcertaban y a su familia le helaba el corazón.

El alzheimer es así. Entra en tu casa como un pintor de brocha gorda, que casi sin pedir permiso pone en blanco el lienzo de los recuerdos. Una enfermedad que tiene a casi cuatro millones de españoles en el olvido, si contamos a los pacientes y a sus familiares y cuidadores que la padecen de una forma muy directa. Si pudiésemos agarrarla, adivinaríamos las arrugas que cruzan sus manos en una especie de mapa de olvidos.

Seguramente sobre la mesilla de su habitación descansa un álbum de fotos, la medicina con la que su familia espera que los recuerde. En esta foto hay dignidad. Hay ganas de vida, porque en el vacío también cabe el cariño. Este caminar lento está escrito con el aliento y la ternura de quienes la rodean. Ellos son la luz de este largo pasillo. Ellos consiguen que viva con la dignidad de una reina y si nos acercamos, tras su silencio escucharemos entre susurros: «No sé quien eres, pero sé que te quiero».