«¡Qué Papa más chévere!» - Alfa y Omega

«¡Qué Papa más chévere!»

«El pueblo está muy necesitado, porque está muy seco de esperanza», me dice uno de los asistentes a la Misa del Papa en la plaza de la Revolución

Andrés Beltramo Álvarez
Una anciana espera la llegada del Papa en el aeropuerto de La Habana, el día 19. Foto: AFP Photo/Luis Acosta

«Hay una esperanza desmesurada con el Papa, con el acercamiento a Estados Unidos, aquí cualquier cosa es una esperanza», se muestra convencido Hugo Pérez Carreón. No duda al hablar, a pesar de encontrarse en el más emblemático monumento del comunismo latinoamericano: la plaza de la Revolución de La Habana. Sus palabras son un termómetro del ambiente vivido en Cuba durante los días de la visita apostólica de Francisco.

Junto a él está Miriam Tudia, su esposa, postrada en una silla de ruedas pero sin tristeza en su rostro. Ambos muestran euforia por haber logrado un lugar en las primeras filas para la Misa papal del 20 de septiembre. Están cerca del altar mayor. A lo lejos, parecen vigilados por la mirada escrutadora del Che Guevara, en su ya famosa silueta de hierro.

La plaza nació casi con la revolución. Fue construida por Fulgencio Batista durante sus últimos años en el poder, y terminada en 1956. Tres años después Fidel tomó el mando. Su valor simbólico ha permitido su conservación. Pero otras zonas de La Habana acusan el inmisericorde paso del tiempo. Incluso los altos edificios ubicados a lo largo del Malecón, cuyos colores han dejado paso a las manchas de humedad y la corrosión.

«Fueron construidos con el dinero de la mafia. Cuba era centro de lavado de dinero», me explica una colega periodista. Es la única cubana que viajó en el avión papal. Y tiene razón: las construcciones parecen hoteles de lujo, casinos que ya no albergan ni juego ni diversión.

En los bulevares de La Habana puede verse el alma profunda de este país. Una seguidilla de casas que gritan la pujanza de otros tiempos, ahora ocupadas por ancianos, familias y algún que otro muchacho. Y en la ciudad vieja pueden descubrirse las casas comida: restaurantes ilegales para turistas, con vigilante improvisado en la puerta.

«Lo sentimos nuestro»

Contrastes. Los mismos que se expresaron en la plaza de la Revolución. Espejo de una Isla que quiere superar, entre mil contradicciones, los problemas del pasado.

Lo ilustra bien Pérez Carreón: «Hay una gran esperanza con el Papa, incluso yo he atajado a mucha gente y le he dicho: No, pero tú tienes que hacer lo tuyo, el Papa va a hacer lo de él», asegura, mientras espera atento la llegada del papamóvil. Y abunda: «El pueblo está muy necesitado, porque está muy seco de esperanza».

Mientras dice eso, a lo lejos se escucha: «¡Qué Papa más chévere!» Un cantito espontáneo, expresión imprevista de la fe popular. «Eso demuestra que a Francisco la gente lo quiere, mucho más que a Juan Pablo II y a Benedicto XVI», me dijo la colega cubana. «¿Más que a Juan Pablo?», le repliqué. «Sí. Cuando vino, Fidel debió de estar siete horas en la televisión convenciendo a la gente de que fuera a la Misa», insiste.

Foto: CNS

A Francisco lo ayuda su origen argentino. «Lo sentimos nuestro», reconoció Tudia. Eso ha sido un factor determinante para que sus misas hayan sido las más concurridas de todos los viajes apostólicos: 200.000 personas en La Habana y 150.000 en Holguín, la mañana del lunes 21. En ambas participó Raúl Castro, como gesto de cercanía.

Pero no todo el régimen demostró la misma apertura. En Holguín, por ejemplo, la diócesis local debió combatir tenazmente con la burocracia comunista para obtener las guaguas, los autobuses necesarios para movilizar a los fieles, quienes debieron registrarse hasta tres y cuatro veces en listas que, de repente, se perdían misteriosamente.

En esa ciudad del sureste los periodistas tuvieron problemas para bajar de la tarima de prensa y acercarse a la gente. Algo similar ocurrió en la capital. Finalmente ese temor de los guardias al libre tránsito y la libre opinión se rompió. No ocurrió lo mismo con los disidentes. En La Habana, un grupo de cuatro se quiso acercar al papamóvil y uno de ellos lo logró. Intercambió unas palabras con Francisco y recibió su bendición, antes de ser detenido junto a sus compañeros.

Ocurrió algo distinto con las Damas de Blanco, cuyas líderes fueron detenidas justo cuando se dirigían a ver al Papa. No tenían concertado un encuentro privado, pero sí habían recibido vía libre para un saludo de pasada. Un gesto significativo, que Bergoglio estaba dispuesto a hacer pero que nunca se concretó por las detenciones calculadas.

Francisco sacude a los jóvenes

Postales de una Cuba que se debate entre el pasado y el futuro. Una isla que Francisco sacudió, sobre todo en un discurso pronunciado ante jóvenes en el Centro Cultural Félix Varela de La Habana. Improvisando, los instó a ser artífices de su propio destino y a no abandonar sus sueños. «No arruguen», les dijo, echando mano de su lenguaje argentino. Es decir, no se amedrenten, tiren para adelante.

Un discurso que marcó a fuego la etapa cubana del viaje papal. Tanto (o más) que la foto histórica con Fidel Castro. Porque, como confesó una cubana con hijos adolescentes: «Es la primera vez que muchos jóvenes escuchan a alguien así, un verdadero conductor que los llame a asumir su responsabilidad, a aceptar las diferencias y a trabajar con los demás, sin importar su ideología. Su discurso es realmente revolucionario».

Fidel Castro pidió a Benedicto XVI, durante la visita de este Papa a Cuba en 2012, que le recomendara algunos libros. Tres años después, su sucesor Francisco regaló al expresidente cubano varias obras sobre humor y fe; algunos CD con reflexiones del jesuita Armando Llorente, que fue tutor de Castro en el colegio, y sus documentos Evangelii gaudium y Laudato si. El encuentro entre ambos, de alrededor de media hora, tuvo lugar en la residencia de Castro el domingo, después de la Misa. Esa misma tarde, el Santo Padre realizó la visita oficial al presidente Raúl Castro, aunque en realidad este ha acompañado al Papa durante todo su viaje. Francisco le regaló un mosaico de la Virgen de la Caridad del Cobre, y el líder cubano le entregó un crucifijo hecho con restos de barcas de balseros.